Preguntados por cómo actuar ante una situación de riesgo relacionada con los alimentos, casi todos estaríamos de acuerdo con dos requisitos: ofrecer información correcta y suficiente y no encender alarmas. Sin embargo, la experiencia nos muestra un resultado muy distinto: información confusa, reacciones violentas y terrores. Y es que, en mayor o menor medida, hemos convertido en crisis todas las situaciones de riesgo generadas por los alimentos.
En este número, en el artículo dedicado a las crisis alimentarias, se dice que la comunicación es la clave de una buena gestión. Y, sin duda, así es. Es significativo, sin embargo, que el Consejo Europeo de Información Alimentaria insista en las mismas lecciones básicas en la crisis provocada ahora por la bacteria E. coli y en 2003, cuando se ha producido por acrilamidas. Señal de que repetimos los mismos errores.
Y es que disponemos de excelentes herramientas para acceder a la información y difundirla, pero al final no sirven para mucho si a través de ellas se difunden datos, sospechas, malentendidos, expresiones irresponsables, verdades y mentiras de la misma manera. Ahora todo es más rápido, inmediato, y las contradicciones llegan a toda velocidad, incluso las rectificaciones, pero el cambio tiene que ser más profundo si dentro de otros ocho años no queremos volver con él.
Es inaceptable que en todos los puestos de responsabilidad y transmisión no se actúe con responsabilidad y sentido común, y la clave será un ejercicio de comunicación excelente ante una situación de riesgo, pero a la velocidad que vivimos me parece casi imposible evitar la crisis, si no afecta tanto a la información como a la formación. Si casi todo lo relacionado con la seguridad alimentaria, los riesgos y la prevención de riesgos nos resulta extraño hasta que se encienda una alarma, seguiremos supeditados a los miedos.