Jesús Altuna nació en Etxabe Berastegi en 1932. Estudió Filosofía y Teología en los seminarios de Vitoria y San Sebastián, y Licenciatura en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid. En los centros de investigación alemanes, recibió conocimientos de Paleoantropología y Arqueozoología, y ha realizado una dilatada trayectoria en estos campos, en muchos casos como director de excavaciones.
Además, ha sido Presidente del Departamento de Prehistoria y Director de la revista Munibe de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, así como miembro de diversos comités de revistas científicas internacionales. Es profesor jubilado de la Universidad Vasca y miembro de Jakiunde. Ha recibido numerosos premios, entre ellos el Premio Ibáñez Martín de Investigación Científica, el Premio Xabier María Munibe, el Premio de Humanidades y Ciencias Sociales de Eusko Ikaskuntza - Caja Laboral, la Mención al Buen Trabajo del Gobierno Vasco y el Premio Euskadi de Investigación de 2004.
Cuando llevaba cuatro años trabajando en arqueología, se descubrieron las figuras rupestres del Altxerri y siete años después las de Ekain. He pasado muchas horas en las dos cuevas. Sabemos mucho sobre el arte rupestre paleolítico, dónde, cuándo y cómo fueron pintados. Pero lo que no sabemos es que estos eran imaginados para el impuesto.
Y eso es lo que más nos interesa. Y en estos casos surgen las teorías. Porque las espinas se fosilizan, pero no las ideas. ¿Para qué entraban a pintar en la remota profundidad de las cuevas? ¿Por qué pintaban en Ekain aquello que no cazaban? Y es que los ciervos y cabras silvestres eran los que más cazaban, no así los caballos. Pero les conocían muy bien porque les representaban perfectamente. Si nosotros compramos un cuadro lo hacemos visible. No se esconde bajo el piano. Pero ellos lo hacían, los colocaban bajo el piano. Vivían en la entrada de la cueva, donde tenían luz; en su interior no se encuentra nada de su día a día, sólo pinturas. Eso me sorprendía y me sigue sorprendiendo muchísimo.
Como he analizado el pasado del ser humano y no tengo ante mí un largo futuro, tengo que citar uno de los más interesantes de los tiempos y descubrimientos antiguos. Uno de los más significativos, y que me gustaba ser testigo, tuvo lugar en Mesopotamia, hace unos 10.000 años, cuando el hombre domesticó la oveja, la cabra y otras especies. El descubrimiento de la domesticación es, junto con la agricultura, uno de los mayores avances de la humanidad. Gracias a él, el pilar de la economía humana sufrió una transformación fundamental. La domesticación revolucionó la forma de vida y la economía de las comunidades, dejando una huella indeleble en la historia del ser humano. La caza, hasta entonces imperante y necesaria, se convirtió en una actividad secundaria y, más tarde, en un deporte. Por eso se llama a aquel momento, en el que el hombre convierte en un salvaje animal, “la revolución neolítica”.