Su voto era decisivo para sacar adelante los presupuestos propuestos por el Gobierno de Romano Pro en 2006, pero dejó claro que si no rechazara la decisión de última hora de recortar el presupuesto científico, no votaría a favor. Rita Levi-Montalcini consiguió ganar aquella apuesta por la ciencia italiana y, de paso, envió a la derecha de la oposición, Francesco Storace, a herrar las gansos. Unos días antes Storace dijo que enviaría un par de báculos a Levi-Montalcini por su apoyo al gobierno y por vuestra edad. Storace cree que aquella mujer era demasiado vieja para votar. Levi-Montalcini, sin embargo, no se sentía demasiado viejo a los 97 años.
Pequeño y vivo. Se levantaba todos los días a las cinco de la mañana y comía una sola vez al día a la hora de comer. “El sueño y la comida no me interesan”, solía decir, y el trabajo era, para él, mantener activo el cerebro, un secreto para la larga vida. Por la mañana asistía al European Brain Research Institute creado por él para supervisar el trabajo de los jóvenes investigadores y por la tarde trabajaba en su fundación para obtener becas de estudio para mujeres africanas. “Nunca he enfermado”, decía cuando iba a cumplir 100 años, y decía “mi cerebro ahora funciona mejor que cuando tenía 20 años”.
Sin embargo, a los 20 años tenía muy claro qué quería hacer. Y tenía claro que su padre no iba a seguir el camino que pensaba para él. “Vivimos en un maravilloso ambiente familiar lleno de amor”, escribió en su autobiografía, “pero nuestra vida era victoriana, las decisiones las tomaba el cabeza de familia, el padre”. Y para el cabeza de familia, no era buena idea que las mujeres realizaran estudios superiores, ya que impedían sus obligaciones de mujer y madre.
Desde que era adolescente tuvo claro que nunca se iba a casar porque no podía soportar la falta de libertad que el matrimonio traía a las mujeres. Dejó claro a su padre que no tenía ninguna intención de ser mujer y madre. Aún no sabía que quería ser científico, pero sabía que quería trabajar para ayudar a los demás. A los veinte años decidió hacer medicina. Mi padre no lo aceptó, pero no pudo parar.
Tras graduarse en la Universidad de Turín en 1936, empezó a especializarse en neurología y psiquiatría, sin tener aún claro si quería ser médico o quería investigar en neurología. Entonces conocería el tema que se convertiría en su pasión: el desarrollo del sistema nervioso.
Tendría que iniciar su labor investigadora fuera de la universidad. De hecho, en 1938, cuando Mussolini sacó las leyes raciales, tuvo que abandonar la universidad por su origen judío. Entonces decidió montar un laboratorio en su habitación. No necesitaba mucho: un microscopio, una incubadora, escalpelos hechos por él mismo con las agujas, unos huevos y poco más.
Su objetivo era comprender cómo hacían las neuronas el camino de la médula a las extremidades. Partió de una obra del recién leído estadounidense Víctor Hamburger. Hamburger observó que si los embriones de Chita se quitaban las extremidades, las neuronas que se estaban desarrollando hacia ellos morían, y propuso que un factor de inducción desprendido de los tejidos que debían ser inervados provocaba que las células precursoras se convirtieran en neuronas.
Levi-Montalcini comenzó a investigar este fenómeno en el laboratorio de su habitación. Y se dio cuenta de que al retirar las extremidades a los embriones, las neuronas no murían inmediatamente. Por el contrario, se creaban nuevas neuronas, pero sin poder llegar al objetivo, acababan muriendo. Levi-Montalcini concluyó que no era un factor de inducción el que desprendían las extremidades, sino un factor de crecimiento.
Tras la guerra volvió a la Universidad de Turín. Y dos años después, en 1947, le llegó la invitación de Hamburgo. Leyó la obra de Levi-Montalcini e invitaba a repetir estos experimentos juntos en la Universidad Washington de St. Louis.
Fue a pasar alrededor de un año y pasó 26. Fue uno de los tiempos más felices y productivos de su vida. Corroboró las conclusiones obtenidas en el laboratorio de su aula y siguió investigando los factores de crecimiento de las neuronas. Descubrió que los tumores también segregaban algún factor. Posteriormente, en 1953, se unió a Stanley Cohen, y ambos trabajaron duro para demostrar la existencia de este factor de crecimiento. La comunidad científica estaba muy inverosímil, más aún cuando dijeron que en el veneno de serpiente y en las glándulas de txistu de los ratones había muchos factores de crecimiento. En aquella época no parecía una ciencia seria.
Pero consiguieron aislar el factor de crecimiento y vieron que era una proteína, fundamental para el desarrollo del sistema nervioso y del sistema inmunológico. Finalmente, el doctorando Ruth Hogue Angeletti, dirigido por Levi-Montalcini, y Ralph Bradxshaw consiguieron secuenciar esta proteína (en la que Levi-Montalcini no puso su nombre), cuando se silenciaron los últimos escépticos. En 1986 Levi-Montalcini y Cohen fueron galardonados con el Premio Nobel de Medicina por su trabajo con factores de crecimiento durante todos aquellos años.
En 1962 puso en marcha una unidad de investigación en Roma y vivió entre Roma y St. Louis hasta su regreso definitivo a Italia en 1977. En 2001 fue nombrado senador vitalicio por el presidente Carlo Azeglio Ciampi. Ese mismo año fundó la Fundación Rita Levi-Montalcini, que ha concedido miles de becas a mujeres africanas para estudiar. Y al año siguiente, con 93 años, creó el European Brain Research Institute. “No tengo miedo a la muerte —cuando cumplió 100—, soy un privilegiado porque he podido trabajar durante tanto tiempo”. Continuó trabajando con la cabeza clara hasta que en 2012 murió a los 103 años.
ABBOT, A. (2009): “Neuroscience: One hundred years of Rita”. Nature 458, 564-567.
ARIAS, A. (2014): “Rita Levi-Montalcini, el tesón de la ‘dama de la neurona’. Pícara.
NAVIS, S.A. (2007): “Rita Levi-Montalcini (1909-2012)”. The Embryo Project Encyclopedia.
ODELBERG, W. (1987): “Rita Levi-Montalcini - Biographical”. Nobel Les Prix. The Nobel Prizes 1986.
OWEN, R.(2009): “Secret of Longevity: No Food, No Husband, No Regrets”. Excelle.