Joseph y Mary, dos hermanos de 15 y 12 años que viajaban por el acantilado de Lyme Regis (Inglaterra), buscaban fósiles como hacían con su padre. Pero esa tarde de 1811, Joseph descubrió un cráneo de casi un metro y medio de altura como nunca. ¡Parecía un cocodrilo!
Meses después Mary descubrió el resto del esqueleto. El "cocodrilo" apareció en los periódicos y despertó la atención de los científicos. El Everal Home publicó seis artículos en torno a este fósil, qué era inconcebible: algún tipo de pescado, algún pariente de ornitorrino, un animal entre arrabios y lagartos... Por último, Charles Konig propuso el nombre de Ichthyosaurus (lagarto de pescado) y se quedó con él.
Los Anning eran una familia pobre. El padre de Joseph y Mary era carpintero y su sueldo no daba para mucho en aquellos tiempos difíciles. Así, para conseguir algo más de dinero, en los días festivos se iba a buscar fósiles, a menudo junto a la familia. En la puerta de la casa se colocaban en una mesa los fósiles encontrados. En el pueblo era habitual vender este tipo de "joyas" a los turistas: "piedras de serpiente" (amonitas), "dedos de diablo" (belemnites), "huesos de cocodrilo", etc.
Cuando su padre murió enfermo en 1810, la familia se quedó sin ahorro y endeudada. Y la única opción que les quedaba era el pequeño negocio de los fósiles.
Al año siguiente vino el descubrimiento del ictiosaurio. Posteriormente se encontraron más fósiles de ictiosauros. Sin embargo, la situación económica de los amnings era muy mala. El coleccionista de fósiles Thomas Birch, compactado por la situación familiar, subastó su colección de fósiles en 1820 para sacar dinero a los amningdarras.
Ese mismo año, Mary descubrió otro gran reptil marino. William Conybeare le llamó Plesiosaurus (cercano a los lagartos). En el artículo que lo describe agradecía al hombre que compró el fósil a Anning, pero no constaba el nombre de la mujer que encontró y preparó el fósil.
El cuello largo del plesiosauro y la presencia de 35 vértebras también causaron sospechas. El prestigioso anatomista francés Georges Cuvier, por ejemplo, al analizar los dibujos de Anning, le preguntó a Conybeare si no sería un fraude. Pero al creer que no era así, el propio Cuvier reconoció el valor de aquel descubrimiento: "Sin duda este es el mayor monstruo que se ha encontrado entre las huellas de un mundo anterior. Tenía la cabeza de un lagarto, los dientes de un cocodrilo, el cuerpo y la cola de un cuadrupedo vulgar, las costillas de un camaleón, las aletas de una ballena, y el cuello tenía una enorme longitud como si fuera una serpiente cocida al cuerpo".
A partir de esa época, Mary quedó en manos de Joseph, que se dedicó a la tapicería, el negocio que hasta entonces había llevado su madre. Pero Mary hizo mucho más que buscar y vender fósiles. En 1824, la mujer del juez de Londres, tras visitar Anning, escribe: "Lo que sorprende a esta joven mujer es que ha adquirido por sí misma ese conocimiento científico que, nada más encontrar cualquier hueso, sabe a qué tribu pertenece. Monta los huesos en un soporte de cemento, los dibuja... Sin duda, un ejemplo maravilloso de la gracia de Dios es que esta paciente tan bendita, hasta el punto de ser capaz de hablar y escribir con doctores y hombres claros expertos en la materia, para llegar a ese nivel de conocimiento a través de la lectura y el esfuerzo, que reconocen que todos ellos saben más de ciencia que nadie de este reino".
La formación de Anning fue muy limitada (sólo aprendió a leer y escribir en la escuela de los domingos de la iglesia). Pero leía todos los artículos científicos que adquiría y copiaba manualmente los que le permitían. Y hacía disecciones de peces, calamares, etc. para comprender mejor la anatomía de los fósiles encontrados.
Así se dio cuenta, por ejemplo, de que las bolsas de tinta que encontró en el interior de los belemnite fósiles eran similares a las de los calamares más modernos, lo que permitió a William Buckland publicar que los belemnites del Jurásico usaban tinta para la defensa, como algunos de los cefalópodos actuales. A su vez, Anning se dio cuenta de que algunos de los extraños fósiles conocidos como "piedras vírgenes" aparecían a veces en el vientre de los ictiosaurios, y que su ruptura, a menudo, permitía encontrar en su interior restos de peces y escamas. Anning sospechó que estos extraños fósiles eran excrementos fosilizados de los ictiosaurios, y así lo publicó Buckland, bajo el nombre de cropolito. Buckland sí mencionó a Anning, ensalzando su trabajo.
También descubrió el fósil de un reptil volador llamado Pterodactylus, varias especies de peces, un segundo plesiosauro, etc. Días después se dirigía al acantilado de Anning Lyme Regis. Sobre todo en invierno, cuando se producían más desprendimientos y entonces quedaban visibles los fósiles. El objetivo de Anning era recoger estos fósiles antes de que fueran arrastrados por el mar. Y aquel trabajo corría peligro, como se puede apreciar en el suceso contado por Anning a un amigo: "Quizá me risas si te digo que la muerte de mi fiel perro me ha dejado abatido. El acantilado se cayó encima y murió delante de mis ojos, cerca de mis pies... fue un momento entre el destino y los dos...".
A Anning le gustaban las visitas, sobre todo cuando eran de alto nivel científico. Les gustaba discutir con sus geólogos y les servía de guía y les daba toda la ayuda que necesitaban. Desgraciadamente, en la mayoría de los casos poco se le volvía. A pesar de tener más conocimientos que la mayoría de los geólogos y coleccionistas que le compraban fósiles, Anning siempre publicaba sus hallazgos, normalmente sin mencionar Anning. Su amiga Anna Pinney escribió: "Dice que lo utilizan... esos hombres científicos le absorben el cerebro y sacan mucho partido, porque publican sus trabajos, cuyo contenido es suyo y sin que él obtenga ningún beneficio".
En 1846 fue miembro honorario de la Geological Society para agradecer la colaboración de muchos geólogos a lo largo de su vida. Falleció pocos meses después, a los 47 años, por cáncer de mama.