Todo aquel que vive junto a una papelera sabe qué es el mal olor. O quien vive junto a un matadero, o vive junto al mercado, o cualquiera que pase por detrás de la cocina del restaurante. Según el estudio realizado por la Fundación Labein y la Asociación APESA (Association Pôle Environnement Sud Aquitaine) sobre la subvención parcial del Fondo de Cooperación Aquitania-Euskadi, en la Comunidad Autónoma del País Vasco y Aquitania existen siete importantes sectores industriales a analizar: el sector del papel y la madera, la industria química, la metalurgia, la industria del plástico, la agricultura// la industria de la agricultura/// sector de la industria de la industria de la industria de los residuos y la industria de la industria del cuero y la alimentación. En muchas comarcas de la CAPV y Aquitania existe un alto grado de industrialización y un elevado número de actividades generadoras de olores (ver tabla).
ACTIVIDAD INDUSTRIAL | COMPUESTOS OLOROSOS EMITIDOS |
Carpintería | Compuestos fenólicos, trementina... que se producen durante la degradación de lignina y resina. |
Industria papelera | Compuestos que contienen azufre y nitrógeno |
Industria química | Además del producto específico según la actividad concreta, ácido sulfúrico, amoniaco y dióxido de azufre |
Metalurgia | En el proceso de fundición se generan resinas de alto olor |
Industria del plástico | Disolventes aromáticos, principalmente estireno. Muchos disolventes son mutágenos |
Industria agraria/alimentaria | Azufre y compuestos nitrogenados principalmente |
Tratamiento de residuos | Basura de vertederos; lodos de EDAR |
“La sociedad se muestra cada vez más preocupada por el olor y a medida que la gente toma conciencia el problema va a salir”, explica Oscar Santa Coloma de Labein. Oscar Santa Coloma, responsable del Departamento de Aire de la Unidad de Medio Ambiente y Construcción de Labein, comenzó a trabajar en la problemática del olor hace unos cuatro años. Labein es pionero en esta materia en la Comunidad Autónoma del País Vasco y en este caso ha adelantado la legislación. De hecho, la legislación ambiental existente en España data de los años 70 y aunque los olores aparecen en la lista de contaminantes atmosféricos, en los desarrollos de la legislación vigente no se tratan ni regulan. En Francia, por su parte, los olores están contemplados en la legislación y existen normas específicas para determinadas actividades que desprenden olor.
Sin embargo, el grupo de olores de la Comisión Europea de Normalización está preparando una norma que defina cómo se deben medir los olores y es muy posible que esté vigente para finales de año. De hecho, Oscar Santa Coloma es uno de los miembros de este grupo y cree que la norma supondrá un gran avance. “Es necesario, importante e interesante disponer de una forma normalizada de medir, pero además consideramos fundamental la creación de una ley, ya que si hay denuncias hay que concretar cómo tratarlas”.
Los olores se deben a la presencia de moléculas de diversos orígenes en forma de gases y, aunque en la mayoría de los casos se encuentran en concentraciones muy bajas, son capaces de excitar el olfato humano. Nuestros olores son combinaciones de sustancias volátiles puras. Por ejemplo, en la formación del olor a fresas intervienen 35 sustancias químicas y más de 100 en el olor del café. A través de un proceso que aún no se conoce bien, estas moléculas excitan nuestro nervio olfativo y crean una sensación concreta. A su vez, cada persona recibe el olor a su manera, ya que es un concepto relativo y subjetivo. El ritmo diario, las enfermedades, la fatiga, la edad, las hormonas... pueden cambiar la sensación de olor.
En general, la contaminación de los olores se produce por moléculas con núcleos de alta densidad electrónica, como aminas, sulfuros, mercaptanos e hidrocarburos insaturados. Dentro de los grupos funcionales, los compuestos aromáticos pueden dividirse en cuatro grandes familias: compuestos que contienen azufre (H2S, mercaptanos, sulfuros y disulfuros), compuestos que contienen nitrógeno (amoniaco y aminas), aldehídos y cetonas, y finalmente, ácidos orgánicos.
Los compuestos que contienen nitrógeno y azufre proceden principalmente de la descomposición de proteínas y aminoácidos. Tanto cetonas como aldehídos, en caso de fermentación de carbohidratos o de descomposición térmica de productos orgánicos y grasas. Cuando los productos orgánicos se descomponen en estado anaerobio, ácido acético, sulfuro de hidrógeno, amoniaco, etc. se crean.
Cada uno de estos compuestos tiene su olor, pero cuando aparecen juntos no tiene por qué darse la suma de olores. A veces un olor cubre a otro o uno fortalece a otro. Cada compuesto por separado y conjuntamente no da el mismo olor, por lo que los olores no pueden ser investigados únicamente mediante análisis químicos. Asimismo, el olor sigue la ley de Stevens, es decir, no hay proporcionalidad entre la intensidad y la concentración de los compuestos químicos que lo producen. Por ello, se ha tenido que buscar un método especial para medir el olor.
“El olor se mide analítica y olfatométricamente. Por un lado, mediante cromatografía de gases y espectrometría de masas se identifican los componentes de la muestra y se calculan sus concentraciones. Por otro lado, un equipo de expertos compuesto por al menos 6 personas olían la muestra, de ahí la olfatometría y se calcula su intensidad”. El olor se mide por lo tanto con catadores de olores. La muestra a oler se diluye varias veces hasta llegar al umbral de percepción del olor, es decir, hasta que no se ole. La intensidad de olor se obtiene en función del número de diluidas de la muestra, siendo la intensidad el número de diluciones realizadas con aire puro. La intensidad de olor se expresa en unidades de olor por m3, valor que se utiliza para determinar si existe contaminación de olor en un lugar. Normalmente se definen dos umbrales de percepción: el 50% de los expertos percibe olor y el 100% nota olor. Se utiliza el primero de los análisis.
Ambas medidas son complementarias, la olfatometría aporta información sobre la intensidad e impacto del olor y el análisis sirve para determinar qué sistema de depuración conviene instalar en la fuente del olor, ya que dependiendo de los componentes del olor y de la fuente de contaminación (chimenea, vertedero, agua, etc.) será más adecuado un método de depuración. Sin embargo, aunque la única forma de tratar los olores es mediante el tratamiento de compuestos químicos que producen el olor, no siempre es suficiente. En ocasiones, aunque la depuración consigue reducir considerablemente la concentración de compuestos, el olor persiste.
La investigación sobre un mal olor comienza identificando las fuentes del olor. Para ello se identifican las posibles fuentes y se pone en marcha el plan de muestreo. Posteriormente se tomará la muestra representativa. Es fundamental tomar la muestra directamente de la fuente para evitar confusiones con el aire ambiente. La muestra se recoge en bolsas especiales fabricadas con materiales inertes e inodoros. En un extremo se hace vacío y desde el otro se recoge la muestra, en definitiva el aire contaminado. Posteriormente, tal y como se ha mencionado anteriormente, se realizan análisis químicos y olfatometría y se calcula el caudal de olores que emite la fuente a lo largo del tiempo. Posteriormente se realiza la modelización.
Oscar Santa Coloma ha señalado que la modelización es la parte más complicada de todo el análisis. “Hay que calcular cómo se propagan los olores al entorno, hasta dónde llegan y cómo se produce la dispersión. Para ello se introducen los datos en un modelo matemático y se realizan mapas de olor. Se toman las características de la fuente y los datos topográficos y meteorológicos de la comarca y se aplican al modelo. Los modelos nos proporcionan unidades de olor locales y nosotros podemos saber dónde está la contaminación de olor y dónde no”. La orografía de la región, la dirección del viento, la radiación solar, etc. condicionan mucho la dispersión del olor y la modelización es fundamental en cualquier análisis de contaminación del olor. Con toda esta información, sólo falta definir el método de depuración más adecuado y tomar medidas.
Se pueden hacer dos cosas, mejorar el proceso o poner en marcha técnicas de depuración. En general, los olores son recuperados o eliminados. La recuperación se realiza principalmente por absorción y adsorción y, en algunos casos, por condensación. Por enfriamiento, alcoholes, aldehídos y otras sustancias se transforman en líquidos que pueden ser recuperados y reciclados. Sin embargo, dependiendo del disolvente que se quiera recuperar y de la tasa de limpieza que se desee obtener, en ocasiones será necesario utilizar nitrógeno líquido. Entre los procesos de eliminación destacan la oxidación o incineración térmica y la biodepuración. La oxidación es muy adecuada para el tratamiento de mezclas complejas de contaminantes y para la recuperación de energía, pero si el efluente contiene azufre, nitrógeno, cloro o flúor puede formar productos peligrosos. En la biodepuración los contaminantes se degradan mediante microorganismos.
Estos métodos son muy apropiados cuando las fuentes son cerradas, pero no son eficaces en EDAR o vertederos. En estos casos los neutralizantes son los más adecuados. “Al lado del área activa de un vertedero se coloca una barrera de neutralizante”, explica Oscar Santa Coloma, “la barrera vierte el neutralizante en forma de aerosol, que reacciona con moléculas aromáticas y las convierte en moléculas sin olor. Es un método muy bueno, pero cuando la superficie es grande puede ser cara. Por ello, se propone colocar barreras que se activarán en función de la dirección del viento. Están en Italia y han dado muy buenos resultados, pero todavía no se ha hecho en los vertederos de aquí”. Y es que la sociedad no es consciente de que el olor no sólo es molesto sino que también es contaminación. La problemática del olor se afronta de forma transversal en Hego Euskal Herria a través de proyectos de medición y mejora de la calidad del aire, pero no parece suficiente a corto plazo.