La relación entre comer carne y clima

Galarraga Aiestaran, Ana

Elhuyar Zientzia

Entre las medidas para frenar el calentamiento global, algunos expertos han propuesto dejar de comer carne, especialmente la de los rumiantes (terneros, corderos, cabritos…). Estos animales liberan gran cantidad de metano a la atmósfera debido a la digestión, siendo uno de los gases con mayor efecto de calentamiento. Sin embargo, no todos los expertos coinciden con la responsabilidad atribuida a los rumiantes.
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Hay quien argumenta que la ganadería extensiva ocupa un terreno demasiado extenso, y en su lugar cree que sería mejor utilizarlo para la agricultura. Sin embargo, la mayor parte de este espacio no es apto

“Cambio climático y rumiantes: ¿ángeles o demonios?”. Este es el título de una sesión de debate celebrada en el centro de investigación del cambio climático BC3. Los investigadores Pablo Manzano Baena (Universidad de Helsinki) y Agustín Del Prado Santeodoro (BC3) aportaron primero su visión; después, Arantza Aldezabal Roteta (UPV-EHU) y Haritz Arriaga Sasieta (Neiker) tomaron parte en el debate, de forma breve y al final, otros investigadores y actores del sector.

Los pastos, los gases de efecto invernadero, los modelos ganaderos, la salud y el bienestar, la biodiversidad, la economía… El tema fue analizado desde muchas márgenes. Por lo tanto, las consecuencias también fueron variadas, pero en respuesta a la pregunta de partida se pueden destacar dos ideas: por un lado, la influencia del consumo de carne en el clima es compleja, no se limita al metano generado por los rumiantes, y por otro lado, la ganadería y el pastoreo extensivo son beneficiosos para el medio ambiente.

Manzano abordó la cuestión desde una perspectiva socio-ecosistémica y expuso las conclusiones de la reciente investigación publicada en la revista Climate research. Según él, antes de que el hombre fuera ganadero, otros herbívoros ocupaban los lugares que ocupa el ganado en la actualidad y ellos también iban a emitir metano a la atmósfera. “Además, teniendo en cuenta que la ganadería tiene 10.000 años y que el cambio climático impulsado por el hombre sólo es de 200, no parece que deba tener tanta influencia ganadera”.

Anunció que aunque se abandonase la ganadería, en muchos lugares el problema sería el mismo o similar: “No se ha investigado mucho sobre la influencia de las termitas en el clima, pero en la zona tropical es muy probable que en caso de desaparición del pastoreo, éstas ocupen el lugar que ocupa el ganado en la actualidad. Además, sin herbívoros, el sasis comenzaría sin límites, lo que facilitaría la aparición de incendios. Y los incendios también liberan gases de efecto invernadero a la atmósfera”.

Manzano considera que la sustitución de la ganadería por otros sistemas de cría no es una solución. Por el contrario, aunque se logre reducir las emisiones de metano, se incrementa el impacto ambiental. Eso sí, hay que analizar bien cómo debe ser la ganadería para reducir las emisiones y al mismo tiempo aumentar la productividad.

“Las soluciones deben ser locales. Por ejemplo, en los países empobrecidos, las cocinas de gas que usan estiércol pueden ser apropiadas, ya que además de mejorar la calidad del aire en el interior del hogar, convierten el metano en dióxido de carbono, que tiene menos efecto invernadero que el metano”.

Cómo y qué se mide

En la jornada se justificó la complejidad del impacto del consumo de carne en el clima. ED. : De archivo.

Por su parte, Del Prado criticó los sistemas de medición de gases de efecto invernadero en la producción de carne. De hecho, los rumiantes, aislados, emiten mucho más que otras especies cárnicas (cerdos, aves...), debido sobre todo al metano que se genera en la digestión de la celulosa. Sin embargo, si se analiza el impacto de todo el sistema productivo, la conclusión es que dependiendo del tipo de producción, la cantidad de gases emitidos varía considerablemente y por tanto, el impacto producido en el efecto invernadero.

También se enfrentó a otro motivo en contra del ganado. De hecho, hay quien argumenta que la ganadería extensiva ocupa un terreno excesivamente grande, por lo que considera que sería mejor utilizarla para fines agrícolas. Según Del Prado, sin embargo, la mayor parte de esta zona no es apta para la agricultura: “La mayoría son zarzas y tierras marginales que no sirven para nada”.

También dio datos: sólo el 14% de la materia seca que consumen los rumiantes compite con la alimentación humana. Sin embargo, los componentes utilizados en la alimentación de monogástricos compiten en mayor medida con los humanos (maíz, legumbres, etc.).

Por otra parte, el impacto del consumo de carne en el cambio climático es realmente bajo en comparación con otros hábitos de consumo como el viaje en avión o en coche. Por ejemplo, un vuelo de ida y vuelta desde Bilbao a Amsterdam genera unas emisiones anuales equivalentes al consumo de carne por parte de una persona.

Todo ello sin perjuicio de la mejora de la productividad ganadera en beneficio de la emergencia climática. Entre otras cosas, Del Prado propuso optimizar el crecimiento ganadero para reducir al mínimo los recursos necesarios. Junto a ello, habría que analizar y mejorar adecuadamente los procesos generadores de vertidos. Y añadió otra medida: reducir la cantidad de comida que se tira.

Al final, Aldezabal y Arrieta coincidieron en la separación de los sistemas de producción, ya que no se puede equiparar el efecto de la ganadería extensiva sobre el clima y el medio ambiente en general con el de los cultivos intensivos. Por lo tanto, la pregunta inicial (ángel o demonio) no tiene una respuesta circular, sino que tiene muchas aristas, y una de ellas está clara, para todos los que participaron en el coloquio: comer carne de la ganadería extensiva del lugar no se ha pecado.

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