El ruso Gherman Stepanovich Titov fue el primer cosmonauta que comió algo en el espacio en 1961 y viajó a tres tubos como una pasta de dientes, uno con puré de verduras en su interior, otro paté de hígado y el zumo, el tercero. Un año más tarde, el estadounidense John Glenn se lanzó al espacio con sendas tuberías con compota de manzana y agua azucarada en el equipaje. Ambos reconocieron que después la comida no les resultó compleja, pero también destacaron que los menús que se les habían preparado no estaban satisfechos.
Una valoración similar la hicieron los astronautas de otras misiones posteriores, que decían que los alimentos tenían poco sabor, eran poco atractivos y el menú era muy monótona. Y, en gran medida, el reto de dar una salida a esas "quejas" que se hicieron durante muchos años en torno a la comida ha marcado la trayectoria de la gastronomía espacial.
En este sentido, puede decirse de alguna manera que los avances tecnológicos que se han producido en las naves espaciales para mejorar las misiones y los pasos dados en la búsqueda de alimentos adecuados han ido de la mano. Para ello han tenido que colaborar, entre otros, astronautas, técnicos e ingenieros.
Los astronautas consiguieron eliminar lo más rápidamente posible tanto aquellas papillas empotradas en los tubos como las pastillas y productos cubanos que sustituyen a los alimentos. La NASA señala que el mayor paso en la alimentación espacial se dio en 1973 con la puesta en órbita del laboratorio Skylab. Los astronautas se empezaron a utilizar con un mínimo de 72 platos y cucharas, cuchillos y tenedores.
Desde entonces, sin embargo, se han dado muchos pasos en cuanto al menú espacial. Es cierto que el tema despierta curiosidad a muchos, pero el experto en Tecnología de los Alimentos, Jorge Ruiz Carrascal, considera que el "misterio" no es tanto. "Al fin y al cabo, comer aquí abajo o arriba ya no es tan diferente --ha dicho. Los astronautas necesitan una alimentación nutritiva, saludable y a gusto, como los que estamos en la Tierra. La cuestión es que su menú tiene que cumplir unas características concretas, y muchos factores hacen que todo esto sea algo especial".
"Incluso para viajes largos al mar, a las cumbres más altas o al Polo Norte, se suelen preparar menús similares, y muchos de los productos que consumimos diariamente están tratados de forma similar, aunque no somos conscientes de ello", ha añadido.
Para iniciar un viaje, sea cual sea su destino, siempre ha sido una cuestión de prever cómo se alimentarán los exploradores, sobre todo en expediciones largas. Según Ruiz, profesor de la Universidad de Extremadura y experto en Gastronomía Molecular, en primer lugar se considera la participación técnica. La comida de los astronautas está pensada para ocupar el menor espacio posible, pesarse poco y durar mucho.
Hay que tener en cuenta que los alimentos deben conservarse a temperatura ambiente, salvo en algún caso, ya que en las naves espaciales no hay máquinas de frío o congelación. Así, Ruiz afirma que la primera característica que deben cumplir los alimentos es su estabilidad.
Algunos alimentos no necesitan tratamiento, ya que su estabilidad es natural y pueden ser transportados al espacio como los frutos secos. Pero hay otros que tienen que ser tratados, entre los que se encuentra la deshidratación. Muchos alimentos se envían liofilizados, como los macarrones y los huevos, y antes de comer deben echar agua para que vuelvan a tener las mismas características que cuando están frescos. También existe un producto con humedad intermedia, se reduce la cantidad de agua pero se mantiene una textura suave (fruta seca, cecina...).
Frutas, pudings y algunas carnes son tratadas con calor para matar bacterias, que incluso se deshidratan parcialmente. Y otras carnes se irradian para su esterilización. "Es muy importante que los alimentos no presenten ninguna carga microbiana o que presenten riesgos de microorganismos potencialmente patógenos. En la Tierra, aunque no se dé cuenta, no es raro que los alimentos tengan un microorganismo que pueda transmitir una enfermedad, pero si esa carga no es grande no nos pasa nada. En el espacio, sin embargo, cualquier infección puede causar terribles daños; enfermar a un astronauta sería muy grave", ha advertido Ruiz.
Son especialmente peligrosos los alimentos que dejan los pechugas. Las migas de microgravedad flotan, por lo que pueden entrar en cualquier ranura de la máquina y poner todo el sistema en peligro de deterioro, como las gotas de cualquier líquido. Además, si los tripulantes respiran, podrían enfermar.
En 1965, en la misión Géminis 3 se produjo una curiosa anécdota relacionada con los papurras. John W. El astronauta Young entró a la nave con un sandwich de choppeds. Lo hizo en secreto para compartir con su compañero Gus Grissom. Este último dijo después que "me observaba la maquinaria, me acuerdo bien de cómo me dijo John de repente: '¡Oye capitán! ¿Vas a cuidar el sandwich? '. Si hubiera podido caer del sofá, lo haría sin duda. ¡Un sandwich en vuestras manos! ". Los pechugas no tardaron en flotar por la sala de máquinas y el olor ácido de la carne se extendió a todo el recipiente. La NASA agudizó la normativa para poder observar el equipaje de los astronautas.
También se evitan los productos gaseosos en el espacio. De hecho, los gases que tenemos en el estómago tienden a ir hacia arriba, presionando la válvula situada en la parte superior del estómago, con lo que expulsamos los gases por la boca (corcones). Sin embargo, en la microgravedad los gases no se separan del resto de contenidos que tenemos en el estómago y se quedan en el estómago. "El reflejo de la corrosión sigue estando porque hay presión, pero el obstáculo es que los astronautas vienen con su contenido. Y, por supuesto, no es nada cómodo. Cerveza o Coca-Cola no se puede beber allí arriba", explica Jorge Ruiz.
En el resto, para preparar una comida apetecible en sabor, se añaden ingredientes picantes y especias. "En ausencia de gravedad tienen una sensación de nariz siempre cerrada, como si tuvieran un catarro. De este modo, se han reducido el olfato y el gusto y se utilizan muchas especies para potenciar el sabor. Además, los alimentos apenas tienen sal. Deben ser alimentos bajos en sodio para evitar riesgos de osteoporosis, ya que en ausencia de gravedad los astronautas tienden a padecer esta enfermedad".
Todas estas características y factores se han tenido en cuenta en toda misión. Pero, según Jorge Ruiz, a medida que los viajes se alargan en el tiempo, los retos también van cambiando inevitablemente. "Piensan ir a la Luna o a Marte. ¡Y fíjate que este último sería un viaje de tres años! Por ello, en lugar de llevar la comida, que es casi imposible, deberán producir los alimentos en la propia nave. El cultivo hidropónico puede ser una solución".
La NASA inició hace unos 10 años experimentos para obtener alimentos y oxígeno a través de las plantas. Las plantas crecen en pequeños recipientes (sin tierra) que les proporcionan los minerales y el agua que necesitan para crecer. Así obtienen arroz, cebolla, tomate, soja, patata o lechuga. Según Ruiz, "conseguir productos vegetales por este camino es bastante fácil. La clave está en conseguir una dieta equilibrada y agradable".
Otra opción es reutilizar todo lo que se crea en la nave espacial. "Esto puede llegar a las últimas consecuencias. Me refiero a la utilización como abono de los residuos propios de los astronautas, aunque sólo en cultivos hidropónicos. En estas situaciones siempre es mejor reciclar y reutilizar todo lo que sea posible".
En cuanto a los retos de la gastronomía espacial, tanto actual como futura, Ruiz no tiene ninguna duda: "El reto no es el único. Y para los que estamos trabajando en la tecnología de los alimentos, lo más interesante es eso, la necesidad de responder constantemente a retos de distinta naturaleza".
"Una de las prioridades es, sin duda, encontrar la vía de autoabastecimiento en las largas misiones", afirma. Sin embargo, además de conseguir una dieta sana, práctica y variada, Ruiz tiene claro que la clave es que los astronautas puedan comer lo que les gusta y que hay que seguir trabajando en ello. "Es importante que los astronautas coman a gusto. Psicológicamente les afecta mucho, tienen que permanecer mucho tiempo fuera de casa, viviendo situaciones estresantes, y la alimentación siempre ayuda a conseguir bienestar y alegría. El hecho de no gustar la comida se nota horrorosamente en misiones largas. Y la moral de la tripulación no puede faltar".
La opinión del astronauta Pedro Duque de la Agencia Espacial Europea ESA es la misma. Conocido de cerca, ha reivindicado públicamente la importancia de cuidar la alimentación en el espacio. "En definitiva, el menú que se nos ofrece es también una forma de sentir que estamos vinculados a la realidad. Necesitamos una alimentación variada y a gusto para poder sentir que la Tierra se acuerda de nosotros".