Una semana antes de anunciar los premios Nobel de 2010, diez Premios Nobel se reunieron en Donostia en el acto central de celebración del décimo aniversario del DIPC. Despertaron una gran expectación y durante cinco días se llenó el pequeño cubo del Kursaal todos los días. Vinieron como estrellas, estuvieron como estrellas y llenaron las salas todos los días atraídos por el magnetismo de las estrellas.
Digo Izar porque quiero reivindicar la necesidad de estrellas científicas en estas líneas. Y es que la “naturaleza” no es una característica especialmente apreciada entre los científicos, como si un protagonismo excesivo ante la sociedad lo hiciera sospechoso. Pero la ciencia también tiene sus estrellas. Es innegable la relevancia que las estrellas, en este caso los Premios Nobel, otorgan a la ciencia y a la comunicación de la ciencia. Además, en este País Vasco que tiene un único nombre, la lista de prestigiosos científicos, no deberíamos tener miedo a caer en excesos.
El desbordamiento del Palacio Kursaal supuso una gran fiesta para la divulgación científica, y el hecho de que el público acudiera atraído por los premios Nobel, sin excusas. De hecho, como ya estábamos en vísperas de anunciar los premios Nobel y habíamos podido hablar con los Premios Nobel, quisimos preguntarles por la influencia que tiene el premio en las investigaciones. Saber si impulsa el campo premiado o si, por el contrario, es demasiado tarde para entonces, ya que las Novelas se recogen a menudo a los años de su descubrimiento. Pero para lo que nosotros hacemos, da igual cuándo les llega la Novela, porque en todos los casos los Premios Nobel se convierten en embajadores de la ciencia, en estrella de la comunicación de la ciencia. Y eso es bueno, a pesar de que por hacerse estrella seguirán siendo insospechosos e imperfectos.