La crisis de los opioides en EE.UU ha supuesto un hito en los últimos años. Miles de personas mueren cada año de sobredosis y muchas de ellas fueron sometidas por primera vez por un médico a analgésicos opioides legales para combatir el dolor.
Debido a las adicciones generadas, el consumo de opioides en 2015 llegó a ser una epidemia y en 2019 murieron más de 70.000 personas por sobredosis de drogas. La tendencia se está imponiendo fuera de EEUU. ¿Cuál es la situación en Euskal Herria?
Una cuestión que ha buscado la medicalización del dolor y la tristeza. Los analgésicos, ansiolíticos y antidepresivos son habituales en el tratamiento de dolores y molestias en la salud mental. Se están expandiendo de forma silenciosa en la sociedad y no saben las consecuencias a largo plazo.
Las adicciones y las muertes no son las únicas consecuencias. Detrás hay un tema mucho más sutil: el dolor y las emociones son una de las formas de hablar del cuerpo. ¿Qué estamos silenciando? La medicalización del dolor y la tristeza es un tema difícil y resbaladizo y es necesario reflexionar sobre cómo se gestiona en el sistema sanitario. Hemos recibido la opinión de dos expertos:
Ainitze Labaka Etxeberria, enfermera. Profesor de la Facultad de Medicina y Enfermería de la UPV e investigador del Grupo de Psicobiología. Estudia la relación entre estrés y enfermedad. En este momento investiga sobre el dolor.
Marga Saenz Herrero, psiquiatra. Médico del Hospital de Cruces en el Servicio de Psiquiatría e investigador de la UPV. Trabaja para incorporar la perspectiva de género en la salud mental.
El cáncer, el dolor, el enamoramiento, el nostalgia… nos dice claramente: no sólo el dolor físico, sino también la irritación, el descontento y la nostalgia hacen daño. Según el Eustat, el 15,9% de las mujeres y el 9,4% de los hombres presentaban síntomas de ansiedad y depresión en 2018, mientras que la Encuesta de Salud Vasca puso de manifiesto que el 33,4% de las mujeres y el 24,1% de los hombres padecían dolor físico durante el mismo año. Sin embargo, la medida en la gestión del dolor no es fácil, como lo demostró la crisis de los opioides de EEUU.
¿Llegará aquí la crisis de los opioides?
Los registros de prescripción y sobredosis no lo sugieren. A diferencia de EE.UU., el sistema público de receta electrónica de aquí permite limitar, no más, la cantidad de medicamentos prescritos en un plazo determinado. Además, la matanza provocada por la heroína en la década de los 80 ha hecho que la imagen social de los opioides haya sido negativa, lo que contribuye a que el consumo y la prescripción actuales sean muy bajas. Todo esto no quiere decir que no tengamos que estar atentos: la prescripción del fentanilo ha subido en los últimos diez años a nivel estatal y, siendo opioide de bajo rango de seguridad, puede provocar no sólo adicción sino sobredosis si se toma algo más de lo suficiente. Y que el miedo a los opioides no sea la excusa para tener dolor a nadie. A la vista de las investigaciones llevadas a cabo en algunos países, los médicos y enfermeras administramos más fácilmente la analgesia (incluidos los opiáceos) que a las mujeres.
Llega la crisis de los antidepresivos y benzodiazepinas
Debido a la medicalización de los problemas de la vida, también se recitan psicofármacos con síntomas leves de ansiedad y depresión, aunque la primera opción es la terapia psicológica. De hecho, según el Colegio de Psicólogos de Euskadi, en nuestro sistema sanitario público sólo trabajan 6 psicólogos por cada 100.000 habitantes. Por otro lado, las consultas de 5 minutos en los centros de salud se quedan cortas para cambiar las condiciones de vida y los hábitos que afectan a las personas, y los psicofármacos son la solución más rápida para aliviar el sufrimiento de la persona. En este sentido, el estrés social y la precariedad laboral hacen que las mujeres sean las que más ansiolíticas, antidepresivas y pastillas para dormir adquieran. Eso no cura la falta de equidad estructural. Aunque se administran medicamentos para aliviar el dolor, muchas veces no se realiza un seguimiento adecuado a los pacientes y la persona puede desarrollar la dependencia del medicamento, el estigma asociado al consumo a largo plazo, la pérdida de memoria, la incapacidad de concentrarse y los problemas psicomotores.
Inversión a largo plazo para tomar la medida
Empezando por la cimentación, en un momento en el que nos deslumbramos con la renta per cápita y la esperanza de vida, ¿no es mejor fijarnos en el nivel de bienestar y en la calidad de vida? El estrés, la obesidad, el sedentarismo, la soledad y el aislamiento social son los principales factores de riesgo para sufrir un dolor físico o psíquico. Sin embargo, no existe una vacuna que elimine el sufrimiento y es imprescindible encontrar nuevos recursos para el seguimiento de las personas que necesitan el fármaco. En Inglaterra, para ayudar a las personas que quieren dejar sus antidepresivos, han lanzado un programa llamado REDUCE. A través de ella se realiza el seguimiento de la persona a través de una plataforma online y llamadas telefónicas, la cual puede consultar en todo momento, entre otras cosas, cuánto reducir su dosis y cómo hacer frente a los síntomas de abstinencia que aparecen.
En nuestra sociedad se da la espalda a los cuerpos enfermos, a los cuerpos débiles y a los cuerpos vulnerables. Vivimos de espaldas a la muerte. No hay lugar más alejado de la muerte que el hospital. Se consideran debilidades aquellos procesos naturales como el envejecimiento y la menopausia. El propio proceso como una enfermedad. Tratamos de evitar el sufrimiento inherente a los procesos de duelo y dolor, sea cual sea el tipo de sufrimiento.
En este contexto, el propio cuerpo de las mujeres se ha patalizado constantemente en la historia de la psiquiatría. La palabra histeria proviene del griego, es un lugar de cría —hyster— y fue considerada en su día por Platón el origen de la enfermedad mental femenina: “El útero es un animal vivo; si no produce niño, migra en el cuerpo y produce enfermedades”. De este modo, las mujeres tenemos como base de la vida ocuparnos de los demás; en mayor o menor medida estamos orientadas a ocuparnos de la familia que compone nuestra identidad. Y muchas veces las enfermedades mentales de las mujeres tienen su origen en un gran sentimiento de culpa.
La feminidad está patológica
Consideramos a las mujeres como más vulnerables o vulnerables a las enfermedades, ya que la supuesta «normalidad» de los hombres se ha convertido en una creencia generalizada en la sociedad, haciendo invisibles a las mujeres. Esta creencia social establece una limitación entre lo socialmente aceptable y lo no aceptable. Ese es el origen del problema.
Cuando una mujer manifiesta determinadas actitudes, sentimientos o creencias, tendemos a etiquetar y a juzgar si es correcta o no. Pocas veces tratamos de entender, dentro de la práctica psicopatológica, qué hay detrás de estos síntomas. Quizá porque entender es peligroso, incómodo. Puede solicitar la modificación de lo establecido.
Repensar la psicopatología
Hay que repensar la psicopatología para que tenga en cuenta la construcción de género. Hay que tener en cuenta las diferentes formas de enfermar y expresar el malestar psíquico, ya que es posible que existan diferentes manifestaciones sintomáticas en función de la personalidad y la subjetividad. Al igual que se observan diferencias entre etnias, razas y culturas en la patoplastia y los síntomas de las enfermedades, deberíamos incluir en la psicopatología actual el constructo de género para que la mitad de la humanidad considere las formas de enfermar de la otra mitad, es decir, que entienda su lengua.
Lo más importante es reconocer la complejidad del tema y no simplificar el lenguaje de la psicopatología. No intentar encontrar, como ocurre en el pensamiento científico, una ley general y única, porque es inútil.
Cuando estamos desconectados de las emociones se expresa como una enfermedad
El funcionamiento de nuestra sociedad es perjudicial tanto para los hombres como para las mujeres. Tenemos miedo a las reacciones emocionales y damos demasiado valor al control y al dominio de las emociones. Pero la razón es que, en mayor o menor medida, estamos desconectados de nuestras emociones. Se necesita mucha energía para seguir desconectado de este sufrimiento psíquico y al final, inevitablemente, aparece como síntoma: fatiga crónica, ansiedad, fibromialgia, opresión epigastrica, fenómenos disociativos, depresión o anorexia nerviosa. Esto requiere una profunda reflexión, ya que estamos etiquetando como un trastorno psiquiátrico “individual”, que realmente son el reflejo de una falta de equidad o corrección social.
Por último, no podemos olvidar que la violencia contra las mujeres está estrechamente relacionada con la salud mental. La OMS denuncia que la violencia de género se manifiesta en un nivel preocupante durante toda la vida de las mujeres. Y sin embargo, parece que la violencia de género y los trastornos mentales se encuentran en ámbitos diferenciados dentro de la Salud Pública. En definitiva, los modelos médicos repiten las mismas actitudes patriarcales. Nos encontramos ante un gran reto clínico: tendremos que tener en cuenta el impacto de las relaciones abusivas en la depresión y en muchas mujeres que no tienen explicación.