Abundantes matorrales y pocos resultados. Así perduró la lucha contra la tuberculosis durante siglos. Desde la época de Hipócrates hasta el XIX. Hasta mediados del siglo XX, la mayoría de los médicos consideraban que era una enfermedad hereditaria. A partir de esa idea errónea, por supuesto, era difícil un tratamiento adecuado.
Gracias al descubrimiento del médico prusiano Robert Koch. Él aclaró que la tuberculosis no era hereditaria, sino una enfermedad contagiosa causada por un bacilo. Aclararlo en forma. El crecimiento desmesurado de la población urbana como consecuencia de la Revolución Industrial Europea provocó una situación propicia para la extensión de la tuberculosis. Cuando Koch inició su investigación en 1881, causaba una de cada siete muertes en Europa. Era una plaga blanca.
Koch estudió primero por microscopio los tejidos enfermos de tuberculosis. Como no se veía nada especial, pensó que era lo que era lo que se iba a hacer, que era teñir. Hoy sabemos que la teñida de Mycobacterium tuberculosis es muy difícil debido a la gran cantidad de lípidos que contiene en su superficie. Koch utilizó un procedimiento especial de teñido. Primero tiñó con metileno azul alcalino las muestras de tejidos de los enfermos. Luego utilizó un segundo colorante que sólo teñía el tejido, el bismark pardo. Con el nuevo método de teñido, los bacilos quedaron teñidos de azul y el tejido de marrón claro.
No obstante, teñir los bacilos no era suficiente. Había que demostrar que aquellos bacilos causaban la tuberculosis. Para ello, Koch se basó en los principios postulados por él, conocidos posteriormente como los postulados de Koche. Para empezar, consiguió las culturas puras de la bacteria. Posteriormente, inoculó microorganismos tomados de estas culturas a un conejillo sano. Viendo que Akuria desarrollaba la tuberculosis, quedó claro que M. tuberculosis era la causa de la enfermedad. Además, de aquel animal enfermo, se podía aislar nuevamente la bacteria y repetir el mismo proceso, es decir, contagiar la tuberculosis a otro organismo.
Una vez identificado el bacilo de la tuberculosis, los científicos buscaron antibióticos contra él. La estreptomicina en los años 40, la isoniacida en 1950, el etanbutol en 1960 y el rifanpina en 1970. Mediante la combinación de estos antibióticos se propuso un tratamiento de seis meses: durante los dos primeros meses el paciente debía tomar entre 3 y 4 antibióticos y durante los siguientes cuatro meses continuar con 2 antibióticos, que se mantienen en la actualidad.
La tuberculosis estaba en vías de extinción, pero a mediados de la década de los 80 volvió a tomar fuerza. El SIDA y la sobrepoblación de muchas ciudades y la falta de higiene provocaron este hecho. Además, debido a la larga duración del tratamiento, algunas personas lo interrumpen antes de su finalización, lo que hace que los bacilos se conviertan en resistentes a los antibióticos.
En 1993, la Organización Mundial de la Salud calificó la tuberculosis como un grave problema de salud mundial y en 1994 se aprobó la estrategia DOTS para combatirla. La estrategia incluye el compromiso de los gobiernos, el diagnóstico bacteriológico y una red de laboratorios eficaz, la quimioterapia breve estandarizada...
Desde entonces, 5 de cada 6 países del mundo han disminuido o se ha estabilizado la tuberculosis --aunque todavía lejos de desaparecer -. La excepción es África. En los Estados en los que la prevalencia del VIH es elevada, la tuberculosis ha triplicado su efecto desde 1990, y en todo el continente el porcentaje de personas que padecen tuberculosis aumenta un 3-4% cada año.
La tuberculosis, junto con el sida y la malaria, es una de las enfermedades que más mueren. Existe tratamiento y si se realiza correctamente es efectivo. Ahí está la clave. Que en muchos lugares no llega ningún antibiótico, que lo que llega es de mala calidad, que muchos cortan el tratamiento antes de tiempo... Mientras tanto, un tercio del mundo sigue contaminado y cada día mueren cerca de 5.000 personas. Pasar el día, venir el día.