Williamina Fleming. Quién diría que sería astrónomo

Etxebeste Aduriz, Egoitz

Elhuyar Zientzia

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Ed. Manu Ortega/CC BY-NC-ND

Emocionó a “su mujer” y escribió sobre él “su marido”. Estaba rellenando el formulario de solicitud de nacionalidad estadounidense. Estaba preparado para hombres. Escribió el de su marido en el campo en el que se iba a poner el nombre de su mujer, y a su lado añadió el “muerto”. Luego venía el capítulo de “Oficio”. Escribió la sonrisa en los labios, el brillo en los ojos, disfrutando de cada letra, despacio: “A s t r o n o m o a”.

Quién le iba a decir... Veintiocho años atrás. Recordaba bien el día en que Harvard empezó a trabajar en el observatorio College Observatory. No sabía nada de astronomía.

Fue en 1879. Williamina Fleming era un joven inmigrante escocés de 22 años. En un principio, el director se encargó de las tareas administrativas. Pero luego Fleming aprendió a calcular el brillo y las posiciones de las estrellas y a estudiar sus espectros, y a ello siguió con entusiasmo. Enseguida se quedó en evidencia su talento.

El director del observatorio era Edward Pickering. Estaba implantando una metodología revolucionaria. Apostó por utilizar fotografías en lugar de observaciones directas. Las fotos tomadas con telescopio pasaban a placas de vidrio. Estas placas, para iluminarlas bien, se colocaban en un soporte especial con un espejo en la base y eran examinadas por los computadores de cerca por la lupa. Las estrellas eran pequeños puntos grises o negros en aquellas placas. El cálculo de los brillos relativos de unos a otros permitía calcular distancias y coordenadas. Las placas espectrales eran fotografías tomadas tras pasar la luz de las estrellas por un prisma; y en las líneas oscuras que se veían en las placas se podía leer la composición química, la temperatura y el color de la estrella.

Sin embargo, para realizar estos análisis y cálculos se necesitaban muchas horas de trabajo. El pickering estaba preocupado porque los computadores, la mayoría hombres, no avanzaban lo que él quería. Pero empezó a ver cuál podía ser la solución: “Las mujeres computadoras son capaces de trabajar tan bien como los astrónomos con mucho más salario. Así, se pueden contratar tres o cuatro veces más colaboradores”, dejó escrito en un informe.

Para cuando comenzó el fleming había pocas mujeres computadoras en el observatorio. Y pronto iban a haber más. Pickering se encargaría de liderar a Fleming y de contratar y formar a nuevas mujeres. Fleming vio claro desde el principio que para las mujeres podía ser una gran oportunidad. Y impulsó la contratación del mayor número de mujeres posible. Así, en 1893, el equipo humano estaba compuesto por 17 mujeres, la mitad del personal del observatorio.

Ese mismo año, en el Congreso de Astronomía y Astrofísica celebrado en Chicago, impartió la conferencia “Un campo de trabajo para mujeres en astronomía” (A Field for Women’s Work in Astronomy). Compartió el trabajo que se estaba haciendo en el observatorio y habló a favor de que las mujeres trabajaran en ciencia: “Aunque no podemos afirmar que la mujer es igual que el hombre; en muchas cosas, en paciencia, en el teman y en el método, la mujer es mejor que el hombre. Por lo tanto, esperemos que en astronomía, donde se ha abierto un amplio campo para las mujeres, la mujer pueda demostrar que al menos vale tanto como el hombre”.

Ed. Manu Ortega/CC BY-NC-ND

Fleming trabajó duro. Inventó un sistema de clasificación de estrellas por espectro, el sistema Pickering-Fleming, que depende de la proporción de hidrógeno de las estrellas. El catálogo de espectros estelares Henry Draper, publicado en 1890, tenía 10.351 estrellas, la mayoría clasificadas por el propio Fleming.

También hizo muchos descubrimientos: 10 novas, 310 estrellas variables y 59 nebulosas, entre ellas la famosa Cabeza del Caballo. Y el primer enano blanco también lo vio Fleming.

Fue un incansable investigador. Aunque tenía muy claro que no le pagaban lo suficiente. “He hablado con el director sobre los salarios de las mujeres —escribió en su diario—. Él cree que no es un trabajo demasiado duro para mí, sea cual sea la responsabilidad o el número de horas. Pero si le saco la cuenta del salario, me dice inmediatamente que recibo un salario extraordinario para los estándares femeninos. A veces siento tentación de dejar el trabajo y dejar que contrate a un hombre por mí, y así se da cuenta de lo que conmigo consigue por mil quinientos dólares al año, mientras otros compañeros ganan dos mil quinientos. Pero creo que una mujer no tiene ese derecho. ¡Y a esto le llaman la época ilustrada!”

En 1899 fue nombrado Comisario de Fotografías Astronómicas de Harvard. Fue la primera mujer en obtener un título oficial en la Universidad de Harvard. Se mostró satisfecho con su puesto, a pesar de echar en falta el trabajo de investigación, como reconocía en su diario: “Si pudiese seguir con su trabajo anterior, buscando nuevas estrellas, clasificando los espectros y estudiando sus peculiaridades y cambios, la vida sería el mejor sueño”.

En 1906 la Royal Astronomical Society se declaró como miembro honorario. Fue el año anterior. Bajó los ojos al formulario y miró el oficio que acababa de escribir. “Sí, Mina, un astrónomo orgulloso de soplar”, se dijo.

Quién le iba a decir... De nuevo, el deseo retrocedió, un poco más tarde que antes. En una ciudad que apenas conocía, embarazada, sola, se acordó sin dinero. Recién casados, su marido y ambos se trasladan de Escocia a Boston y poco después, al enterarse de que estaba embarazada, se fue. No tuvo más remedio que entrar en casa de Pickering. La mujer de Pickering se dio cuenta de que era una mujer muy clara y sugirió a su marido que podía hacer un buen trabajo en el observatorio. Más tarde escuchó que su jefe, cuando se molestaba por la escasa ganancia de los computadores masculinos del observatorio, solía echarlo: “¡mi sirvienta escocesa también lo haría mejor!”.

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