Tejiendo ordenadores de Apollo

Etxebeste Aduriz, Egoitz

Elhuyar Zientzia

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Ed. Manu Ortega

Sentados uno junto a otro, una línea detrás de otro, cientos de mujeres golpeaban e incendiaban la fábrica de Massachusetts a mediados de los años 60. Algunas procedían de la relojería y la mayoría de la textil. Fueron contratados por la empresa Raytheon, que ahora era personal de su departamento de electrónica. Pero seguían haciendo lo que sabían hacer mejor: tejer. En lugar de los hilos de algodón, de seda o de nylon, ahora estaban en las manos hilos de cobre, con gran habilidad, a un lado y a otro; las primeras personas estaban tejiendo memorias de ordenadores que permitían llegar a la Luna.

Estos ordenadores fueron una de las claves más importantes del éxito del programa Apollo. Las operaciones de las misiones de luna eran tan complejas que era imposible delegarlas en la tripulación. Por eso, y por el miedo que los rusos podían bloquear las comunicaciones, la NASA tuvo claro desde el principio que la única manera de llevar a cabo estas misiones era instalar ordenadores a las naves espaciales. Esos ordenadores guiarían las misiones.

De hecho, el primer contrato que se firmó en el programa Apollo fue para la construcción de ordenadores. El contrato fue firmado por la NASA con el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).

Para los ingenieros del MIT no era un reto cualquiera. En aquella época, los ordenadores ocupaban habitaciones completas, consumían un montón de energía y necesitaban reparaciones constantes. Era impensable meterse en una nave espacial.

Si querían llegar a la Luna, debían hacer un ordenador mucho más ligero y más pequeño y consumir menos que una bombilla normal. Además, debía ser tan potente como para realizar todos los cálculos necesarios. Pero no sólo eso, esos ordenadores debían estar adaptados a las situaciones extremas de un viaje espacial: vibraciones bruscas, cambios de temperatura importantes... Y sobre todo, no podían faltar en absoluto. La vida de los astronautas no podía perderse por un fallo del hardware o del software.

Sin embargo, los ingenieros del MIT cumplieron el reto y diseñaron el ordenador para el pograma Apollo. Los ordenadores tenían toda la fe. "Desde nuestro punto de vista, el ordenador podía conducir una misión sin necesidad de astronautas", recordó el ingeniero Eldon Hall, que trabajó en el diseño de esos ordenadores. Pero otros muchos no creían que funcionara. "El mayor problema fue convencer a la gente de que los ordenadores podían ser fiables", señalaba Hall. "Esto fue más difícil que diseñar el ordenador".

Cada ordenador tenía una memoria de 160 kilobytes y un tamaño de 61x32x17 cm. En cada misión se llevarían dos, el módulo de servicio tendría uno y el módulo de luna otro.

El problema de tamaño y consumo fue muy ayudado por una tecnología puntera de la época, los circuitos integrados (más conocidos en la actualidad como chips). Se usarían unos 4.000 por ordenador. El uso de circuitos integrados era una decisión atrevida, en la que sólo un par de años se generó esta tecnología y aún no sabían muy bien la fiabilidad que tenían. "Fue una decisión extremadamente atrevida, pero probablemente imprescindible para el éxito de la misión", declaró Hall.

Sin embargo, no todo el ordenador se realizó con circuitos integrados. Para que la memoria del ordenador fuera lo más robusta y segura posible, se utilizaría la "memoria de hilo" (rope memory), es decir, la memoria de hilo de cobre tejida en anillos magnéticos muy pequeños. Todo el software que guiaría la misión se escribía con esos hilos de cobre en código binario: al pasar el hilo por el centro del anillo magnético se obtenía un 0 y al pasar por el exterior del anillo, un 1.

La empresa Raytheon se encargó de la fabricación de ordenadores y debido a la gran expansión de la industria textil en la región de Massachusetts, donde se encontraba la empresa, contrató principalmente a los tejedores para tejer memorias de ordenadores. Era una gran obra. Empezó con cerca de 800 trabajadores y al cabo de un año pasó a tener 2.000 para poder terminar los trabajos a tiempo.

La NASA sabía perfectamente que el éxito de la mayor aventura espacial de la historia dependía en gran medida de las mujeres de Raytheon. El control y la presión era enorme. La limpieza debía cuidarse con gran rigor, y cada uno de los componentes debía ser repasado por tres o cuatro personas. Además, "nos venía un equipo de inspectores desde el gobierno federal a supervisar constantemente nuestro trabajo", le contaría la trabajadora Mary Lou Rogers al BBC.

Por otro lado, a menudo se enviaban altos cargos y astronautas de la NASA a visitar la fábrica. Estas visitas se organizaban para motivar a los trabajadores y que se sintieran parte del programa, y para que pudiesen ver que en sus manos había vidas de personas reales. "Íbamos a la cafetería y allí aparecían los astronautas", decía Rogers. "Nos contaban cómo iba a ser la misión a la Luna y nos agradecían el gran trabajo que estábamos haciendo".

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