El cuadro clínico de la enfermedad fue descrito por el médico James Parkinson en 1817. Aunque en aquella época se conocía como parálisis agitans, años más tarde el neurólogo francés Charcot propuso el nombre de enfermedad de Parkinson, tal y como lo conocemos desde entonces.
Desde que se conoce el cuadro clínico muchas veces se ha tratado de tratar médicamente mediante cirugía. Sin embargo, las sesiones de quirófano se redujeron notablemente a partir de 1968, año en el que el levodopa, el fármaco más eficaz contra la enfermedad, se hizo accesible. Desde entonces sólo operan los enfermos más graves.
¿Qué ocurre en el cerebro del paciente? La enfermedad de Parkinson se debe, en definitiva, a la pérdida de algunas células en la zona intermedia entre el cerebro y la médula espinal, células dopaminérgicas presentes en la sustancia negra del mesencéfalo. Estas células se pierden poco a poco, pero no está claro por qué. En este proceso intervienen factores genéticos, ambientales, infecciosos, etc.
Sin embargo, las conclusiones han sido bien analizadas. En la parte del cerebro que controla los movimientos diarios, los ganglios basales reducen la cantidad de dopamina. La dopamina es un neurotransmisor, una molécula que las neuronas utilizan para comunicarse entre sí. Por lo tanto, la disminución de la dopamina en los ganglios basales hace incontrolable el movimiento y afloran los conocidos síntomas de la enfermedad de Parkinson.
Para empezar a notar los síntomas, el paciente ha perdido el 80% de las células de la sustancia negra. Al principio pierde la destreza en la mano y empieza a notar la vibración y los dolores del brazo. A partir de ese momento, los síntomas no cesan de crecer. La rigidez del tronco, la amortiguación de los movimientos propios, la vibración y la marcha a pie se hacen cada vez más difíciles. En los últimos pasos también aparecen alteraciones psiquiátricas, alucinaciones y demencia.
Los medicamentos pueden ser una gran ayuda en este proceso de degeneración. Sin embargo, con el paso del tiempo pueden perder eficacia y ser perjudiciales. Entre ellas, la disquinesis (movimientos incontrolables sin ritmo), la fluctuación de los síntomas a lo largo del día y las alteraciones psiquiátricas.
En la actualidad, la cirugía sólo se aplica a pacientes muy enfermos. Además, no todos los pacientes pueden ser intervenidos. Existen muchos límites, entre ellos la edad del paciente. Además, hay que tener en cuenta si padece otra enfermedad grave y si las funciones superiores o cognitivas están completas para decidir si se opera o no. Y sobre todo, hay que analizar en cada caso el grado de mejora que supone la intervención, para lo que se utilizan unos test especiales.
El objetivo de la cirugía es controlar el exceso de actividad del subtalamo. Esta actividad es una consecuencia de la descompensación de circuitos entre neuronas, por lo que ¿en qué consiste la cirugía? El núcleo subtalámico es un núcleo subtalámico que se estimula por lesión o por alta frecuencia a través de fármacos o temperatura. Estos estímulos alivian los síntomas de la enfermedad de Parkinson. La intervención consiste en colocar al paciente un electrodo que emita el estímulo constantemente al cerebro.
Por primera vez los científicos vieron este efecto en ratas y monos. Posteriormente, en 1993, un grupo francés aplicó el mismo tratamiento en humanos. Desde entonces se ha utilizado esta cirugía para tratar la enfermedad y se ha convertido en una práctica habitual. Pero, ¿cómo se decide cuándo, cómo y en qué casos?
No hay duda de que la cirugía tiene grandes ventajas y sin embargo hay que tener en cuenta las desventajas. De hecho, la intervención alivia los síntomas de la enfermedad y reduce considerablemente la cantidad de fármaco a ingerir. Además, si la estimulación causase más daño que beneficio, mediante la unión de la corriente desaparecería el efecto nocivo.
Y si la intervención mejora el paciente, ¿hasta cuándo durará la mejora? La verdad es que, con el método operatorio tan reciente, todavía no está claro hasta cuándo se mantendrá la mejora de los síntomas inducidos quirúrgicamente. En la literatura médica, los equipos más experimentados han tenido a los pacientes bajo control durante cinco años y, en general, afirman que la mejora continúa. Sin embargo, tal y como está sucediendo en otros muchos ámbitos, el tratamiento definitivo será un trasplante celular o un tratamiento genético. Con estos tratamientos el cerebro podría producir dopamina in situ.
Operación
El paciente es sometido a numerosas investigaciones y análisis para determinar si está preparado para la intervención. Sin embargo, la decisión de operarse no significa que las pruebas hayan finalizado. El médico debe conocer la ubicación exacta del subtalamo para realizar la mínima incisión posible. Para ello se realizan dos sesiones: primero, tres o cuatro días antes de la intervención, se realiza la resonancia magnética del cerebro; finalmente, el mismo día de la intervención, se sujeta el marco estereostático y se realiza el escáner cerebral. Ambas sesiones dan una imagen del cerebro del paciente y se unen con un software complejo. Esta 'fusión' de imágenes permite localizar exactamente el subtalamo en coordenadas cartesianas.
Pero el trabajo de búsqueda no ha terminado, todavía hay que determinar el grupo neuronal en el que hay que actuar, es decir, medir la actividad de las neuronas, para lo que se explora con un electrodo unido a un osciloscopio. Una vez identificadas las neuronas adecuadas, se utiliza el mismo electrodo para provocar la microestimulación. En esta fase es imprescindible que el paciente permanezca lo más rápido y despierto posible, ya que será él quien proporcione al médico la información necesaria, ya que en principio y en función de lo que siente el paciente como consecuencia del cumplimiento de las órdenes dadas, el médico puede saber si la estimulación produce o no un daño. En ausencia de problemas, el electrodo de estimulación definitiva sustituye al anterior.
El seguimiento posterior requiere una resonancia magnética adicional a las veinticuatro horas. Esta resonancia se realiza para detectar posibles problemas, es decir, si se ha movido el electrodo, si se ha producido un coágulo, etc. Por último, si todo ha quedado bien, se realiza una nueva operación para introducir una batería que proporcione corriente eléctrica al electrodo. La batería se coloca bajo la clavícula, bajo la membrana. Una vez fijada la frecuencia de la corriente, la potencia y la duración del pulso, se da por finalizado el proceso.