Hace tiempo que el hombre inició la lucha contra la falta de yodo. Imagínate. En 2800 los chinos recomiendan tomar algas marinas del género sargassum para combatir el bocio. Los chinos no sabían que la inflamación de la zona de la garganta era consecuencia de la falta de yodo; como sabían, el yodo no se encontró y hasta 1811. Y, sin embargo, no funcionaban por el mal camino, de ninguna manera, con el yodo en el mar a tope, porque los alimentos de origen marino (algas, marisco, pescado...) también tienen mucho yodo.
Hoy sabemos que la falta de yodo genera bocio y muchas otras enfermedades. De hecho, el yodo es el elemento básico de las hormonas que produce las glándulas tiroideas, y cuando en la dieta no tomamos el yodo necesario, se producen diversos desequilibrios sanitarios.
Y sí, como los chinos sugerían en su momento, la mejor manera de tomar el yodo de forma correcta y natural es comer alimentos de origen marino. Pero es sólo para quien puede hacerlo. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que alrededor de dos mil millones de personas se encuentran afectadas por la falta de yodo, un tercio de la población mundial. Y la mayoría de ellos, inevitablemente, no pueden acceder a los alimentos de origen marino: bien por la pobreza, por la lejanía del mar o por los hábitos alimenticios.
Desde el siglo pasado se han enriquecido diversos alimentos como agua, pan, leche, aceite y sal. Y a partir de estas experiencias, ha quedado bien demostrado que el fomento del consumo de sal yodada es la vía más eficaz para acabar con la escasez mundial de yodo.
La primera campaña de sal yodada se realizó en Ohio en 1917 y poco después, en 1922, fue seguida por Suiza. Sin embargo, el uso de la sal yodada no se extendió mucho y la escasa difusión se hizo sobre todo hacia los países occidentales. El consumo de sal yodada ha recibido un impulso real desde 1990. Ese año se celebró la Cumbre Mundial de la Infancia, en la que se realizó un diagnóstico de la ausencia mundial de yodo. El consumo de sal yodada tampoco llegaba al 20% de los hogares de los países subdesarrollados, y 110 países del mundo tenían el problema de la falta de yodo.
La ausencia de yodo en un país significa que afecta a la salud pública del país. La falta de yodo causa enfermedades en todas las edades, desde niños hasta adultos. El bocio puede ser una de las enfermedades más conocidas, el crecimiento de la glándula tiroides, pero no por ello la más grave.
La falta de yodo afecta especialmente a las mujeres embarazadas y a los niños en situación de lactancia. La falta de yodo en la mujer embarazada aumenta el riesgo de aborto y la muerte del bebé. Además, el bebé puede nacer con ciertas anomalías: discapacidad intelectual, sordera, estrabismo, nanismo... En los niños, la falta de yodo es especialmente peligrosa hasta los tres meses, época en la que el cerebro del niño se desarrolla rápidamente.
Se han realizado numerosos estudios que han descubierto que en poblaciones con déficit de yodo el cociente intelectual infantil es entre 10 y 15 puntos por debajo de lo normal. Son niños aparentemente normales, pero se reducen el rendimiento escolar y algunas habilidades intelectuales. La falta de yodo es la principal causa de retraso mental en niños evitables.
La discapacidad intelectual que afecta a los niños motivó sobre todo a las autoridades gubernamentales a tomar decisiones firmes en la Cumbre Mundial de la Infancia de 1990. Se puso en marcha una campaña para añadir yodo a la sal de todo el mundo.
Eligieron la sal como medio de transporte del yodo. La sal, y no otro alimento, ya que la sal se consume en casi todo el mundo, lo que permite llegar a casi todos los rincones. Además, la adición de yodo a la sal es un proceso barato y relativamente fácil de controlar, ya que en la mayoría de los estados la producción de sal depende de pocas empresas. Además, la sal yodada es una mezcla muy estable y similar a la sal común, ya que el yodo no afecta al color, sabor y olor de la sal.
Las autoridades presentes en la cumbre de 1990 se comprometieron a acabar con la falta de yodo para el año 2000. Y pasó el año 2000, pero la escasez de yodo no desapareció. Sin embargo, el consumo mundial de sal yodada ha aumentado considerablemente, pasando del 20% en 1990 al 66% en 2003. Este consumo de sal yodada ha eliminado enfermedades provocadas por la falta de yodo en varios países: En 1990 había 110 países con carencia de yodo y en 2003, 54.
Sin embargo, no se puede olvidar que cinco de estos 54 países han consumido en exceso el yodo. Esto pone de manifiesto la necesidad de preservar la concentración de yodo en la sal y garantizar un consumo moderado de la sal yodada. El consumo excesivo de yodo también puede provocar alteraciones tiroideas y un consumo excesivo de sal puede causar problemas de hipertensión.
La carencia de yodo sigue siendo un problema mundial. Analizando a los niños de entre seis y doce años, el sureste asiático se encuentra en la peor situación, donde 96 millones de niños padecen carencias de yodo. Le siguen África y el oeste del Pacífico, con 50 millones de niños cada uno. En Europa y el este del Mediterráneo hay 40 millones de niños afectados por la falta de yodo y en América unos 10 millones.
Extrapolando la proporción que tiene en los niños a toda la población, en todo el mundo aproximadamente 2.000 millones de personas sufren enfermedades provocadas por la falta de yodo. Además, no hay que olvidar que faltan datos de 66 países
En el año 2002, las Naciones Unidas establecieron una nueva fecha para acabar con la falta de yodo, el año 2005. A finales de este año le queda poco, y parece que en este caso también será complicado conseguirlo. Todavía queda por abrir la sal yodada y, además de difundirla, habrá que tomar medidas para mantener este consumo en el futuro. Además, a la gente que no puede o no puede tomar sal yodada habrá que ofrecerle otras opciones, otros alimentos enriquecidos en yodo. En cualquier caso, para mantener la senda iniciada en 1990, será imprescindible el respaldo internacional y el compromiso real de cambiar la situación por parte de los países con déficit de yodo.
La necesidad de yodo varía en función de la edad y la situación fisiológica. Los bebés recién nacidos necesitan alrededor de 50 microgramos por día y a partir de la edad la necesidad de yodo va aumentando hasta los 150 microgramos por día para mayores de 12 años y adultos. Por otro lado, esta necesidad aumenta considerablemente en el embarazo (unos 175 microgramos por día) y en las mujeres lactantes (unos 200 microgramos por día). La extraordinaria necesidad de estos dos últimos grupos es perfectamente entendible, ya que la madre debe dar el yodo al bebé o al recién nacido.
Así, según la Organización Mundial de la Salud, si los adultos tomamos una cucharadita de sal al día, 5 gramos de sal, tendríamos el yodo necesario. Los niños necesitan un poco menos, media cucharadita de sal. Por último, las mujeres embarazadas y/o lactantes, además de la sal yodada, aseguran que deberían tomar suplementos ricos en yodo.