La Cumbre Climática de Kioto, celebrada en diciembre de 1997, fue la conferencia más gigante e importante celebrada hasta la fecha en materia climática. En ella se aprobó un protocolo legalmente vinculante. Mediante este protocolo se establecieron límites a las emisiones de gases de efecto invernadero en los países más ricos. Así, 39 estados se comprometieron a reducir sus gases de efecto invernadero en un 5,2% respecto a los niveles de 1990 para el período 2008-2012.
Pero no todos tendrán que reducir lo mismo: La Unión Europea (8%), Estados Unidos (7%), Japón (6%), Ucrania, la Federación Rusa y Nueva Zelanda (8%) mantendrán el mismo nivel y, por último, Noruega, Australia e Islandia (1,8% y 10% respectivamente) subirán. Los Estados miembros de la Unión Europea tampoco tendrán que actuar de la misma manera: aunque algunos están obligados a reducirlas mucho, otros podrán incrementar sus emisiones, como España, a quien, de forma vergonzosa, le ha correspondido incrementar sus emisiones en un 13%.
Por otra parte, la mayoría de los Estados no desarrollados no se comprometieron en Kioto, a pesar de que el país desarrollado se ha esforzado por conseguirlo cínicamente. Es evidente que esta decisión de Kioto no es más que nula ante la gravedad de la situación. Según las declaraciones realizadas por el panel intergubernamental de expertos, la reducción global debe alcanzar un mínimo del 25% para tener efectos significativos sobre el clima. Sin embargo, las multinacionales de la energía y el automóvil que están en contra de la reducción, reunidas en coaliciones, lograron que con una presión demasiado fuerte los resultados fueran a su favor.
En el mejor de los casos, el protocolo de Kioto puede ser un gesto a la industria y a los gobiernos para que empiecen a cambiar su sistema energético buscando la eficiencia y empezando a utilizar ampliamente las fuentes de energía renovables.
Los gobiernos aprovecharon la reunión de Kioto para limpiar su imagen: los países ricos, los más responsables del cambio climático, mostraron buenas intenciones pero mostraron poco ganas de tomar medidas efectivas. Además, propusieron muchas “escapadas” para no cumplir con el protocolo, y la configuración de esas vías de escape es la esencia de lo tratado en Buenos Aires.
Se plantean tres vías: por un lado, el comercio con emisiones, por otro, la consideración de los sumideros de carbono como vía de compensación de emisiones (enfoque de “emisiones netas”) y, por último, la consideración conjunta de todos los gases de efecto invernadero para la reducción (enfoque de “cesta de gases”).
El comercio se llevaría a cabo entre los 38 países que firmaron Kioto y consiste en: Si en el periodo 2008-2012 un municipio emite menos de lo permitido puede vender a otro la diferencia entre lo permitido y lo emitido, de forma que ese otro municipio pueda superar en esa medida su cantidad autorizada. De esta forma se reserva un 5,2% global.
Otra vía de comercialización sería el comercio de “unidades de reducción de emisiones” entre municipios. Esto supone que los países ricos (o grandes empresas) podrían invertir en proyectos que podrían reducir más sus emisiones. Esta compraventa sería como dos: una entre los pueblos ricos (denominada “coejecución”) y otra entre el pueblo desarrollado y el que está en desarrollo (denominada “mecanismo de desarrollo limpio”).
Sin duda, el protocolo de Kioto puede convertirse en “el acuerdo comercial más importante de este siglo”. Además, el tráfico de emisiones ofrece una escapada fácil a los países que son capaces de pagar, ya que no tendrán que cambiar sus sistemas energéticos. Esto puede acarrear consecuencias negativas en el futuro, ya que no serán capaces, sin grandes desastres, de afrontar fuertes recortes.
Las emisiones netas se calculan restando el número de emisiones industriales de los gases de efecto invernadero que absorben los ecosistemas. Aplicable a partir del periodo 2009-2012. El cálculo de los sumideros de carbono es un problema complicado debido a la falta de precisión en el cálculo del flujo de carbono en los ecosistemas. Por otra parte, los sumideros naturales, especialmente los bosques, son transitorios y pueden convertirse en fuentes de carbono si se degradan. Para evitar los problemas que genera el enfoque neto es conveniente separar ambos objetivos de generación de sumideros y reducción de emisiones.
Por otro lado, la visión de la “cesta de gases” se basa en la unificación de las emisiones de todos los gases de efecto invernadero (seis en total). Para ello se tiene en cuenta la diferente capacidad de calentamiento atmosférico de estos gases y se realiza la conversión de todo ello en “equivalente al CO2”. De esta forma se consigue reducir los gases que son más reducidos y se evita la necesidad de reducir el gas de invernadero más atrasado, el CO2. Para que esto no ocurra, los objetivos de reducción deberían establecerse por gas.