La Organización de las Naciones Unidas ha considerado el deterioro de los problemas derivados de la producción y contaminación del plástico. La producción de plástico se ha duplicado en las dos últimas décadas, en 2021 se generaron 461 millones de toneladas de plástico. Y las previsiones indican que para 2040 se volverá a duplicar.
Sólo se recicla un 9% de los residuos textiles; el 19% se incinera, el 50% se dirige a vertederos y el 22% restante acaba en vertederos incontrolados o en medio ambiente, según un informe publicado por la OECD (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) en febrero. Se calcula que en los ríos, lagos y océanos del mundo hay unos 140 millones de toneladas de residuos domésticos.
Otro informe elaborado por WWF a principios de año señala que se han encontrado en el 90% de las especies examinadas efectos negativos de la contaminación acústica, que se han superado los niveles de riesgo ecológico significativo en algunas regiones del mundo (por ejemplo, el Mediterráneo), y que se ha calculado que, aunque la producción de plásticos quedase totalmente, la cantidad de microalgas marinas se duplicaría para 2050 y podría llegar a ser 50 veces mayor para 2100.
“Llevamos mucho tiempo hablando y avisando de estas cosas, pero yo veo pocas acciones”, dice Alaitz Etxabide Etxeberria, investigadora del grupo de investigación BIOMAT (UPV/EHU). Etxabide tiene claro que la contaminación del plástico es una crisis realmente grave. Por ello, aunque cuestiona su grado de cumplimiento, ha visto bien su compromiso con Naciones Unidas: “Al menos es un paso poner leyes y sobre todo obligar a la industria a dar un cambio”.
Haritz Sardon Muguruza, jefe del grupo de Polímeros Sostenibles de la UPV/EHU, está de acuerdo en que se haya puesto en contacto con los investigadores para decidir estas medidas: “Nos dicen que quieren tener en cuenta nuestra opinión y nos piden que elaboremos un informe. Por lo tanto, parece que las medidas estarán bien focalizadas. Luego habrá que ver qué pasa al final, quién firma y quién no; a ver si no pasa como con el protocolo de Kyoto, donde no se ha hecho mucho”.
El punto de partida no parece, por tanto, malo. Pero el reto no es cualquiera. ¿Y en qué medida estamos tecnológicamente preparados para afrontar el problema?
“En Europa estamos los más avanzados y aún así nos falta mucho”, dice Sardon. “Los investigadores llevamos muchos años trabajando en este tipo de cosas, pero hay un salto importante de lo que hacemos en el laboratorio a la implementación en una empresa. Yo creo que al final el movimiento social ha impulsado que se empiecen a tomar medidas, y los gobiernos están financiando y se ha empezado a mover bastante”.
“La tecnología todavía necesita desarrollo, por ejemplo, para poner nuevos plásticos en el mercado”, apunta Etxabide. Y los sistemas de reciclaje tampoco son buenos”. Uno de los mayores problemas es que, aunque a todo lo llamamos plástico, son materiales muy diferentes que se recogen todos a la vez. Cuando esto se recicla mecánicamente, se obtiene un plástico con propiedades peores, no es válido para todos los usos y sólo se pueden realizar ciertos ciclos.
“La tecnología para hacer bien la separación aún no está suficientemente desarrollada y lo que está desarrollado es muy caro”, añade Sardon. Es más barato quemar, separar y reciclar el plástico. “Por ello, será muy bien tomar medidas en Naciones Unidas, ya que una de las intenciones es que los productores tengan que tratarlo al finalizar el ciclo de vida del plástico o asuman su coste”. Esta es una de las claves de la resolución que han firmado en Naciones Unidas. Así se evitaría que la generación de nuevo plástico saliera tan barata. “Desde Europa se está impulsando el uso de plástico reciclado, pero hoy en día el polietileno reciclado (PET) que se utiliza en las botellas se vende más caro que el nuevo. No tiene sentido”.
El reciclaje mecánico tiene, por tanto, margen de mejora. Pero también tiene grandes limitaciones. Por el contrario, el reciclaje químico está generando mayores expectativas. Precisamente a finales de marzo se publicó en la revista Nature un trabajo realizado por Sardon y sus compañeros en el que se analizan las posibilidades que ofrece el reciclaje químico. Dicen que “el sobreciclo químico (upcycling) está en la infancia”, pero “puede suponer un cambio de modelo en el tratamiento de residuos domésticos, transformándolos en materias primas de alto valor”.
Los plásticos están diseñados para ser químicamente muy estables, por lo que su transformación química no es fácil. Pero en muchos casos es posible obtener monómeros originales, polímeros nuevos o aceites.
“Algunos plásticos, por lo general, que contienen enlaces carbono, son muy resistentes y son difíciles de romper. En estos casos, la obtención del monómero con el que se han creado estos polímeros es económicamente y energéticamente costosa y compleja, pero se puede obtener una especie de aceite, similar al que se obtiene hoy en día del petróleo, y utilizarlo para crear nuevos monómeros”, explica Sardon. “En otros plásticos, las uniones son más débiles y, mediante el reciclaje químico, se pueden obtener directamente los monómeros iniciales”, añade. La mayor dificultad estriba, una vez más, en la mezcla de diferentes plásticos y sus aditivos, colorantes, etc.
“En algunos polímeros de interés industrial, como los policarbonatos, el tereftalato de polietileno o las poliamidas, el reciclaje químico es una buena opción”, dice Sardon. Cada vez son más las empresas interesadas y en Europa y Estados Unidos se están instalando instalaciones para ello. Pero, para ser rentable, la clave está en disponer de suficiente volumen. “La basura hay que recogerla, separarla y llevarla a la instalación correspondiente y hoy en día no tenemos esa infraestructura”.
Otra clave para el mejor reciclaje podría ser la reducción de los tipos de alimentos. “Tenemos un montón de tipos de petróleo, ¿son todos necesarios?”, dice Sardon. “Quizás podemos reducir los tipos de problemas, facilitando el reciclaje”.
Así lo cree Etxabide: “Hay países que han empezado a retirar algunos plásticos del mercado porque son difíciles de reciclar, como el poliestireno. Si nos quedamos con los plásticos que mejor se reciclan y eliminamos los demás, será más fácil la gestión de los residuos, mejorar los procesos de reciclaje, alargar el ciclo y, por tanto, reducir la necesidad de nuevos plásticos”.
De hecho, Etxabide ve imprescindible el camino de la reducción. “Consumimos demasiado, no lo necesitamos. Por ejemplo, comemos de sobra, lo que conlleva además otros problemas. La reducción del consumo de alimentos, junto con la reducción de los problemas de salud, reduciría el consumo de plástico y permitiría una mejor gestión”.
Etxabide recuerda las tres famosas R inglesas (reducir, reutilizar y reciclar): “La primera se ha reducido y la segunda se ha reutilizado, y creo que hemos olvidado y hemos quedado solos con el reciclaje”.
“Está demostrado que el 20% de los alimentos envasados pueden venderse en envases reutilizables. Este cambio es posible”. De hecho, la mayoría de los plásticos son de un solo uso. Según el estudio de la OECD, dos tercios de los residuos de envases proceden de plásticos cuya vida útil sea inferior a cinco años, y el 40% son envases. “Estos plásticos, una vez terminado su uso, tienen las mismas propiedades”, subraya Sardon. “Estamos utilizando un material que durará 100 o 200 años para aplicaciones de una semana”.
“El plástico es necesario pero se puede reducir”, dice Etxabide, “y habría que sustituir todo lo posible por materiales reutilizables y luego renovables y biodegradables”. De hecho, “el prefijo bio queda muy bonito, pero lo que hay detrás de los bioplásticos y plásticos biodegradables y compostables no es todo tan bonito”, advierte.
Por un lado, existen plásticos procedentes de fuentes renovables pero no biodegradables. “La industria está tomando tierras para cultivar maíz y de ahí hacer bioplásticos. Esto conlleva el problema del uso de tierras, la retirada de tierras para producir alimentos, la deforestación, la contaminación de las aguas, etc.”, denuncia Etxabide. “Y además no resuelven el problema final, porque aunque sean bio no son biodegradables. Eso no es una solución”.
Sardon ve interesantes posibilidades: “Si queremos reducir las emisiones de CO2 debemos reducir la dependencia del petróleo, y para ello es interesante utilizar la biomasa. Por ejemplo, las algas crecen muy fácilmente y se pueden obtener materiales muy interesantes”. Actualmente los plásticos derivados de la biomasa no alcanzan el 1%.
Por otro lado, también existen plásticos derivados del petróleo biodegradables. “Se degradan, pero no solucionan el problema real, el uso del petróleo”, dice Etxabide. Sardon cuestiona también el valor de la biodegradación: “Así se pierde el valor de los plásticos en la naturaleza. Los plásticos los hemos trabajado mucho para ser muy buenos y sería mejor reutilizar o reciclar que tirar para mantener este valor. Para algunas aplicaciones pueden ser interesantes, pero no para todo. En el caso de la ropa, por ejemplo, nos ha costado mucho generarlas y al final de su vida es mucho mejor tratarlas y reutilizarlas”.
Por último, existen polímeros biodegradables procedentes de fuentes renovables. Etxabide apostaría por ellas. “Si es posible, generando a partir de residuos como los residuos alimentarios”. En este sentido, Etxabide está investigando con polímeros procedentes de residuos de pescado. Sin embargo, reconoce que estos polímeros están todavía bastante limitados, por ejemplo para la industria naval. “La zona de cortafuegos presenta algunas propiedades menos favorables que las sintéticas. Porque los sintéticos tienen buenas propiedades”.
Pero hay materiales que están despertando esperanzas. Etxabide destaca los PHA (polihidroxialcanoatos). Son producidas por bacterias que fermentan azúcares y lípidos y son compostables. Además pueden tener propiedades diferentes y similares a las sintéticas. “Los PHA vienen con fuerza. Creo que pueden ser una buena oportunidad”.
Por otro lado, la mala gestión de los biodegradables y compostables genera problemas. “Si algo compostable acaba en los vertederos se produce metano y tiene un efecto invernadero mucho mayor que el CO2”, dice Etxabide. “Hay alternativas, pero hay que gestionarlas bien, de lo contrario contaminan mucho”.
Sardon coincide. “No sabemos muy bien lo que puede suceder en la degradación de los polímeros biodegradables. Se desconoce, por ejemplo, el pH de los mares y los ecosistemas que pueden afectar”. Cree que debemos ser más limpios. “Si la tecnología se desarrolla podremos tratar plásticos, pero si los depositamos en el medio ambiente no los podremos tratar. Yo creo que la solución es reciclar mejor y no verter a los mares y a los ríos. Y con filtros adecuados para evitar que los microplásticos lleguen al mar. Nos hemos dado cuenta de que en los últimos 30 años no hemos hecho nada bien y tenemos que hacerlo mucho mejor”.
“La pelota está en parte en el tejado de Kimziori”, dice Sardon. En la misma línea habló, hace cinco años, el químico Marian Iriarte Ormazabal, cuando afirmó que “en el futuro me gustaría ver si somos capaces de solucionar los problemas que provocan los residuos”. Y lo mismo dice la editorial de la revista Nature del 27 de abril. “Nosotros somos los malos de la película, y ahora tenemos que tener los caminos para el cambio”, dice Sardon. “No podemos hacerlo solos, por supuesto, pero sí podemos hacer mucho”.
Hay que seguir investigando y desarrollando tecnología. En este sentido, Sardon destaca que se ha trabajado poco con los residuos reales. “En los estudios de reciclaje, la mayoría de las veces se trabaja con plásticos puros, y no se tiene en cuenta que si se mezcla con este plástico habrá otras mil cosas, y cuando se va al material real hay grandes diferencias”.
“Yo creo que la industria puede hacer más de lo que está haciendo y espero que este cambio de legislación que están proponiendo contribuya a ello”, dice Etxabide. “Pero todos tenemos que cambiar las cosas, la industria, los consumidores, los gobiernos…”.
Una cosa tienen claro ambos: “Los plásticos son necesarios para muchas cosas”, dice Etxabide. A veces, incluso cuando nos parece inútil, como por ejemplo un brócoli envuelto en plástico en el supermercado, o un pepino. “El plástico dedica cuatro días más al pepino e impide que se pierda mucha comida”.
“Pero tenemos que utilizar lo menos posible, reutilizar lo máximo posible y que lo que se utilice sea renovable y biodegradable”, subraya Etxabide. “Los plásticos nos han traído muchas ventajas, incluso para el medio ambiente, y seguiremos utilizándolos —dice Sardon—, pero tenemos que usarlos mejor. Y antes hay que pensar cuál va a ser la vida de ese plástico y cómo vamos a tratarlo al acabar”.