Visto desde fuera parece un contenedor gigante. Y la apariencia no engaña. El Depósito es un contenedor que alberga más de trescientas mil piezas, el Centro de Patrimonio Cultural Mueble de Gipuzkoa. El edificio se encuentra en Irun, en el alto de Arretxe, con 9.000 m 2 distribuidos en tres plantas.
El depósito fue creado por la Diputación Foral de Gipuzkoa en 2011. Desde el siglo XX se estaba recogiendo para conservar y conservar en condiciones adecuadas piezas artísticas y etnográficas. “Diputaciones XIX. En el siglo XX se concedían becas para que los alumnos fueran a estudiar bellas artes en Madrid —explica Antton Arrieta, responsable del Depósito—, y como contraprestación los alumnos debían realizar una pintura o escultura cada año. Entonces empezaron a coleccionar”. Elías Salaberria es una de las personas que recibió la beca y sus pinturas de la época están en el Depósito. “Después, XX. A finales del siglo XX la Diputación comenzó a adquirir piezas etnográficas desde chatarrerías, caseríos, etc. Tenía unas 25.000 piezas para finales de siglo”, ha añadido Arrieta.
Estas piezas se almacenan y custodian en el Depósito, pero también el patrimonio mueble de otras entidades guipuzcoanas. Por ejemplo, 26.500 piezas del Museo San Telmo, casi 5.000 del Museo Naval, o 7.500 de Porcelanas Bidasoa. En la actualidad cuenta con unas 65.000 piezas de arte y etnografía. También es desde el año pasado almacén de material arqueológico de Gipuzkoa. “En Bizkaia y Araba los almacenes son museos arqueológicos, pero en Gipuzkoa no existían. Y como aquí teníamos la posibilidad de guardarlo en condiciones, aquí trajimos todo el material arqueológico que estaba recogido”, ha señalado Arrieta. “Creemos que hay unas 300.000 piezas, pero está en cajas y no tenemos fichas de piezas por pieza, como las de arte y etnografía”.
El Depósito también tiene espacio para piezas individuales. “Cada semana entra alguna pieza que nos da alguna familia”, dice Arrieta. Recientemente se incorporó, por ejemplo, un piano de Aguirre emitido por una familia de Pasaia. “No lo conocíamos, una fábrica que en Ibarra había hecho miles de pianos. Este tiene el número de fabricación 1.259. Y no tenemos idea de qué época es. Es un tema bonito para investigar”.
De hecho, tienen muy en cuenta la investigación en el Depósito. Hay dos salas dedicadas a investigadores, en la primera planta. “Es la más utilizada por los arqueólogos. Se hace menos etnografía, no está de moda. Pero aquí hay muchas posibilidades de investigación etnográfica”.
La difusión es otro de los pilares fundamentales del Depósito. “No es sólo conservar, sino divulgar y dar a conocer”, explica Arrieta. Actualmente varios museos de la zona están equipados con piezas del Depósito: Igartubeiti, Zumalakarregi, San Telmo... Y las exposiciones temporales son frecuentes. El año pasado, por ejemplo, se sacaron 13 lotes de piezas para exposiciones temporales.
Además, tienen previsto poner en internet todo el catálogo del Depósito con fotografías y fichas. Y también ofrecerán la posibilidad de imprimir algunas de las piezas seleccionadas con impresoras 3D. Según Arrieta, la web tiene dos objetivos: “que cualquier ciudadano pueda conocer lo que hay aquí y que los investigadores puedan elegir más fácilmente las piezas que desea analizar”. Esperan que la web salga pronto. “Es mucho trabajo, pero va a ser muy satisfactorio”.
Las visitas también se han organizado en alguna ocasión, pero Arrieta ha dejado claro que “las visitas deben ser limitadas porque van en contra de la conservación”. Y en definitiva, la conservación es el primer objetivo.
Cada vez que una pieza o lote llega al almacén (sean nuevas o vengan de una exposición) se les da el tratamiento que necesita en función del material. Si es orgánico (cuero, madera, papel, tela…) se coloca en la anoxia para matar posibles insectos, etc. Para ello se cierra herméticamente con plástico y se va introduciendo el nitrógeno durante 6-8 días y expulsan el oxígeno hasta que se queda sin oxígeno. Posteriormente se mantiene durante al menos 27 días a 22-24ºC (para que los insectos permanezcan activos).
Las piezas que vienen del mar se meten en una piscina y “al igual que el bacalao, cambiando el agua se les quita la sal”, explica Arrieta. Así son, por ejemplo, tres o cuatro cañones traídos de Getaria. “Pertenecen a una guerra entre españoles y franceses del siglo XVII en Getaria. La flota española estaba fondeada en los alrededores de Getaria, y con vientos del este que rara vez se dan en nuestras costas, los franceses atacaron y destruyeron muchos barcos”. Posteriormente, este tipo de piezas de hierro son eliminadas por electrólisis mediante oxidación y crímenes. Para ello colocan las piezas en una malla metálica y con un ánodo y un cátodo en los extremos se hace pasar la electricidad.
Las piezas de madera, en los casos en que llegan mojadas o con alta humedad, por estar enterradas o en agua, se meten en la piscina. De esta forma se evita que se seque demasiado rápido durante el tratamiento correspondiente. “Ahora tenemos una escalera romana de las minas de Arditurri y un tolare de Bergara descubierto bajo tierra, entre otros. Metidos en el agua no se pudren, pueden estar sin límites”, explica Arrieta.
Sin embargo, no los dejan en peso. Estabilizan las piezas de madera mediante su liofilización y tratamiento con polímero PEG (polietilenglicol). La pieza de liofilización se congela y en una máquina de vacío se va calentando poco a poco. De esta forma, el agua helada se sublima, pasando directamente del estado líquido al gas. El proceso puede durar varios días dependiendo del tamaño de la pieza, pero de esta forma se consigue secar la pieza sin necesidad de transformarla.
Otras piezas son tratadas con polímero PEG. En este caso las meten en un baño y, jugando con la temperatura, el agua que contiene la madera se sustituye por el polímero. “Las piezas grandes pueden permanecer en este baño durante tres o cuatro años”, explica Arrieta.
Además de estos tratamientos, se procede a la limpieza de las piezas, la retirada manual del polvo, arcilla, etc., así como de los hongos o líquenes en los casos en que los contengan. En algunos casos también se restauran, se arreglan. Sin embargo, “es imposible restaurar todas las piezas que entran —explica Arrieta— y, además, hay que mantener muchas veces las características del uso. Por ejemplo, si el baserritarra le ha puesto un alambre para arreglar algo, eso también es historia. Muchas veces son arreglos para quitar la boina”.
Por último, se sacan fotos, se crea la ficha, se etiqueta y se van al almacén las piezas, dependiendo del material, a un almacén u otro. Hay un total de siete. En todos ellos las condiciones climáticas están perfectamente controladas. Algunos sensores reciben constantemente estas condiciones y si pasan por los límites establecidos encienden la alarma.
La temperatura se mantiene igual en todos los almacenes, entre 19 y 21ºC, según sea invierno o verano. Este cambio de temperatura de invierno a verano se produce principalmente por el ahorro energético que supone y se realiza de forma muy progresiva y constante. “Lo más importante es mantener la estabilidad en las condiciones climáticas —dice Arrieta—, los cambios bruscos son los más perjudiciales”.
Lo que cambia de almacén a almacén es humedad. En cinco almacenes se sitúa en torno al 65%. Aquí se almacenan, por ejemplo, las piezas de madera, que se conserva mejor con cierta humedad. En uno de los otros dos depósitos se mantiene en torno al 50% para conservar la humedad, el papel y las telas. Por último, en el almacén de hierro la humedad es inferior al 40%. “Nuestros restauradores desearían 0 humedades, pero es imposible” añade Arrieta. “La humedad es nuestro rival. En otros lugares hay contaminación, pero nosotros no tenemos problemas con la contaminación, pero estando cerca del mar, nuestro problema es la humedad. Y en eso gastamos las sosas”.
Por otro lado, los almacenes no disponen de ventanas. De esta forma se evita la entrada de luz solar, que es nociva para su conservación, así como la entrada de polvo e insectos, etc. “Además, sin ventanas los almacenes tienen más inercia y es más fácil mantener las condiciones climáticas con menos energía. Y aunque nos quedáramos sin energía, estas condiciones durarían más”.
A pesar de todas estas medidas, algunos materiales se conservan mejor que otros. La piedra es la que mejor se conserva. “Hemos empezado a sacar al pasillo estelas, dinteles, etc. Y estamos pensando en llevarlo a otro lugar, porque no necesitan condiciones especiales. Basta con protegerse de la lluvia y del hielo”, explica Arrieta. En el otro extremo se encuentra el hierro. “Es laborioso. Hay que hacer tanto esfuerzo para restaurar y luego un poco de humedad es suficiente para que el óxido vuelva a aparecer”.
En la lucha contra el tiempo, el reto del Depósito es mantener al máximo el patrimonio. “Decimos entre nosotros si dentro de 100 años conseguimos que las piezas estén como están hoy. Ese es nuestro objetivo. Sabemos que por fin vamos a perder la batalla, porque todo tiene su fecha de caducidad. Es una lucha por perderse, pero a lo mejor en 5.000 años”.