En el día a día utilizamos expresiones que demuestran una estrecha relación entre lenguaje y cuerpo. Por ejemplo, tendemos a situar lo moralmente bueno arriba, y lo malo o malo abajo. Cuando estamos en buen estado de ánimo, la alegría nos desborda y queremos mantener el techo; cuando estamos tristes, estamos hundidos, en peligro de hundimiento. Imaginamos el futuro delante y el pasado detrás. Nos sentimos pequeños ante alguien que admiramos, grandes frente a lo que dominamos.
Este tipo de metáforas ponen de manifiesto que consideramos nuestro cuerpo como el centro al hablar de emociones y conceptos abstractos. El pensamiento y el lenguaje no son sólo actividades mentales; el cuerpo también participa en esos procesos cognitivos. De hecho, en los últimos años los neurocientíficos están estudiando en qué medida y cómo influye el cuerpo en estos casos.
Son conocidos, por ejemplo, los experimentos que demuestran el efecto de compatibilidad de la acción y la frase. En una de ellas se pedía a los voluntarios que atrajeran una palanca, una vez comprendido el significado de la frase dada por los investigadores. Pues si la frase palanca que atraían antes era propia (“Liz te ha contado una historia”) que cuando era en dirección contraria (“Tú has contado la historia Lizi”). Con esta segunda frase, los voluntarios mostraban una tendencia contraria, es decir, tendían a alejar la palanca, por lo que necesitaban más tiempo para entender la frase y atraer la palanca que cuando la dirección de la frase era acorde con la acción.
El efecto de compatibilidad de la acción y la frase también se ha demostrado a través de la neurofiguración. Ya sabían que al escuchar una frase que explica una acción, en el cerebro se activan no sólo los espacios relacionados con la comprensión del lenguaje, sino también los relacionados con la acción. En 2013, un paso más allá, midieron el efecto de compatibilidad. Los voluntarios midieron los potenciales relacionados con la acción mediante la colocación de electrodos y vieron que en estos potenciales aparece una onda especial cuando la frase y la acción no coinciden. Esta onda, llamada N400, no aparece cuando la frase y la acción son compatibles.
Quizás no sea tan sorprendente que el cuerpo influya en la comprensión de las frases relacionadas con las acciones. En definitiva, realizamos estas acciones con el cuerpo. ¿Qué pasa con las frases relacionadas con las emociones? ¿Influye el cuerpo en su comprensión? La respuesta es afirmativa.
Para demostrarlo, tres investigadores (Havas, Glenberg y Rinck) realizaron un sencillo experimento con un lápiz. Los voluntarios debían mantener el lápiz horizontal o vertical con la boca. Colocando el lápiz en horizontal, conseguían un gesto parecido a una sonrisa, y en vertical un gesto triste.
Con el lápiz en boca de un modo u otro, debían leer frases con contenido emocional. Y demostraron que los voluntarios leían y entendían la frase más rápido cuando la emoción que explicaba era acorde con el gesto de la cara.
Los investigadores relacionaron el resultado con neuronas espejo. De hecho, la empatía se basa en el sistema de las neuronas espejos que, al imitar los gestos emocionales de la cara, activan en el cerebro zonas relacionadas con la emoción.
Otro ejemplo significativo de relación entre gestos y significados fue el que los autores mencionaron en la investigación del lápiz: otros investigadores demostraron que los voluntarios comprendían más fácilmente la palabra “amor” si solicitaban que se reunieran los brazos a la vez que los brazos extendidos. Y viceversa: comprendían más fácilmente la palabra “odio” con los brazos extendidos que cuando los tenían recogidos.
Con el lápiz lo mismo: leían y entendían más rápido “el Presidente de la Facultad ha dicho tu nombre y has subido orgulloso al tablado” cuando tenían el lápiz en la boca horizontal, que si no, y se les ocurría lo contrario con la siguiente frase: “El coche de policía va detrás de ti, a toda velocidad y golpeando la sirena”.
Los experimentos anteriores demuestran que el cuerpo es fundamental para comprender las emociones y los pensamientos. Entonces, ¿qué pasaría si no permitiera expresar las emociones físicamente? Para comprobarlo, Havas y su equipo utilizaron la botonera en un estudio realizado en 2010. El título de la investigación dice: El uso cosmético de la toxina botulínica afecta al procesamiento del lenguaje emocional.
Los participantes fueron 41 mujeres que estaban realizando un tratamiento cosmético. Todos ellos inyectaron la botonera en el músculo que provoca la contracción del ojo para suavizar las arrugas de la frente. Por lo tanto, no podían negrar la frente.
Los investigadores les hicieron leer una serie de frases, dos semanas antes y dos semanas después de la inyección de botox (momento de mayor influencia de la botox), y las mujeres debían pulsar un botón, una vez comprendido el significado de la frase. Estas frases mostraban enfado, alegría y tristeza.
Como es de esperar, los resultados del experimento demostraron que la expresión de la emoción con el rostro es imprescindible para comprender en el primer golpe frases de contenido emocional. Las mujeres, después de inyectar la botonera, necesitaban más tiempo para comprender frases que antes, especialmente aquellas que tenían un significado triste.
De este experimento, los investigadores concluyeron que existe una interacción directa entre el cuerpo y el lenguaje emocional en el procesamiento. Además, esta interacción es bidireccional, es decir, las palabras generan emociones que afectan a los procesos cognitivos. Esto queda muy claro, por ejemplo, en los ánimos que se dan a los deportistas, que es el objetivo de las palabras de ánimo de entrenadores y aficionados.
Sin embargo, la influencia del cuerpo no se limita al lenguaje. El neurocientífico Loretxu Bergouignan, por ejemplo, trabaja ahora en el BCBL en una investigación relacionada con el lenguaje, pero antes ha trabajado en Estocolmo, en el Instituto Karolinska, investigando la influencia del cuerpo en la memoria.
Se dio cuenta de la necesidad de abrir este campo cuando estaba realizando la tesis. El objetivo de la tesis era investigar la influencia del estrés acumulado en la memoria de las vivencias y en el cerebro. Ha explicado que las personas con estrés postraumático, incluso las que padecen depresión, han visto destruida la memoria episódica relacionada con su vida, un tipo de memoria que nos recuerda como si volviéramos a vivir los acontecimientos del pasado. “Memoria de los recuerdos, es decir, memoria autobiográfica episódica”, matiza Bergouignan. “Mientras investigaba con ellos, vi que ahí el hipocampo era implicado”.
Esto le pareció especialmente interesante. “Desde hace tiempo estoy tratando de entender qué pasa cuando la tortura o las vivencias traumáticas así, cómo integramos esa vivencia y cómo afecta”. Se percató de la importancia del hipocampo en las psicopatologías (depresión, síndrome postraumático) que se derivan de vivencias graves.
El siguiente paso fue analizar qué pasaba en las personas con trauma acumulado pero sin psicopatología. Así, investigó a mujeres sanas que habían superado el cáncer de mama. Eran dieciséis mujeres, todas ellas con cáncer de mama, pero que respondieron bien al tratamiento, sanas y sin alteraciones por estrés acumulado vivido, ni estrés postraumático ni depresión. También participaron como control otras 21 mujeres sin cáncer.
El estudio reveló que los superadores del cáncer tenían un hipocampo inferior al de las otras mujeres, con una pérdida media de volumen del 8%. A su vez, tenían menos capacidad que las de control para recordar vivencias autobiográficas negativas (20% menos). En cualquier caso, ambos grupos recordaban mejor las vivencias positivas que las malas.
En palabras de Bergouignan, “eso quiere decir que reducir el hipocampo no es consecuencia de una psicopatología; en el estrés acumulado hay algo que conmueve el sistema de memoria. Vivir el propio estrés y, en su caso, los medios que utilizamos para responderlo”.
De ahí surgió la siguiente pregunta: a ver si el cuerpo participa en ella. “Al fin y al cabo, tenemos los recuerdos encorchados, pero eso no es todavía investigado. En la clínica sí sabemos, cuanto mayor es la disociación, mayor es el estrés postraumático, pero cuando no hay enfermedad fuera de la clínica no está investigado. Eso es lo que quería ver: qué relación existe entre el cuerpo y la memoria, qué función tiene el cuerpo como filtro”.
En efecto, la disociación es la separación o discontinuidad entre el pensamiento, la memoria y el propio ser o la autobiografía, y en otros casos, por ejemplo, en los que se produce una alteración en el límite de la personalidad.
Para analizar la función del cuerpo como filtro, diseñó un experimento que situaba a la persona fuera del cuerpo. En estos experimentos utilizan técnicas de realidad virtual para hacer sentir a la persona que está fuera de su cuerpo. Para ello, ponen unas gafas a disposición de la persona que le permiten reconocerse en un entorno. Entonces tocan el cuerpo con un palo. Al mismo tiempo, se ve tocado con palos. Así, con la sincronía visual y táctil, su cerebro interpreta que su cuerpo es aquello que ve, es decir, que está fuera de su cuerpo.
Bergouignan utilizó este método para ver si las vivencias se integran de la misma manera cuando uno está en su cuerpo y está fuera de él.
Ha precisado que la situación a recordar también estaba controlada, es decir, la creó expresamente en el laboratorio: “Si no, siempre estamos analizando lo que la persona recuerda de un hecho que ha ocurrido en el pasado, pero sin conocer el suceso. En el experimento todo fue creado por nosotros. Un actor hacía una especie de análisis al voluntario siguiendo un guión. Jugaba el papel de un profesor muy peculiar y creaba vivencias reales. Así, yo sabía lo que pasó y luego, a través de preguntas, podía ver hasta qué punto los voluntarios recuerdan lo ocurrido”.
Los voluntarios hicieron este falso estudio estando dentro y fuera de su cuerpo y una semana después tenían que contar con el mayor detalle posible lo que recordaban al respecto. “Queríamos saber si se acordaban de los detalles, es decir, si volvían a vivir el suceso (la memoria episódica); o sabían qué pasó, pero no recordaban el contexto (la memoria semántica); o no sabían ni se acordaban”.
Para distinguir entre memoria episódica y semántica, Bergouignan ofrece un ejemplo. “En nuestra memoria autobiográfica tenemos elementos semánticos y episódicos. Así, tú ya sabes cuál es tu nombre, pero no te acuerdas de la primera vez que te llamaron con ese nombre. Eso es un conocimiento semántico. Por el contrario, si al recordar algo que ha sucedido vuelve a vivir, con emociones, eso es un episodio y un hipocampo completamente dependiente”.
En aquel experimento se dieron cuenta de que lo vivido desde fuera era semantizado. Tenían muchos episodios más, si vivieron desde dentro. “Esto desde el punto de vista del comportamiento. Además, analizamos otro grupo mediante escáner. Nuestra hipótesis era introducir información en el hipocampo cuando estás fuera del cuerpo bloqueando”.
De hecho, ha explicado que el hipocampo actúa como asociación y conecta las zonas cerebrales para crear coherencia. Por lo tanto, al estar fuera del cuerpo no se producirían estas conexiones. “Pues el escáner demostró que el único espacio que cambiaba era ese justo, el hipocampo, y en concreto la misma parte del hipocampo que se reduce en el estrés postraumático, la depresión y el estrés acumulativo sin psicopatología”.
Bergouignan ha confesado que cuando vio esta imagen “se sorprendió”, ya fuera del cuerpo o dentro, porque aquella parte del hipocampo era la única que cambiaba. “Esto no ocurre muchas veces”, ha afirmado. “De hecho, hay muchos espacios implicados en un sistema que tiene que ver con nuestro ser y todos están relacionados con el hipocampo a la hora de recordar hechos personales. Pero la diferencia sólo estaba en esa parte concreta”.
Dice que la investigación era un “punto de partida” para entender qué pasaba entre el cuerpo y la memoria, “pero no es más que el principio”.
Por otro lado, ha explicado que el hipocampo es muy activo al recordar algo por primera vez, “al recordar por segunda vez tiene menor actividad y al tercero, al cuarto, cada vez menor. Eso ya lo sabíamos. Así que miramos qué pasa con la repetición. Esa era la pregunta”.
Y la respuesta es: “Todo lo contrario si vives el suceso desde fuera o desde dentro. Cuando vives desde fuera, por primera vez no hay actividad en el hipocampo, pero con repeticiones se activa. Parece ser que en el hipocampo el sistema de memoria busca constantemente una coherencia. Quizás, y esta es otra hipótesis, la activación con repeticiones es idónea de lo que ocurre en las memorias intrusivas. Esos recuerdos intrusivos son los que te vienen de repente y sin tu elección, y tal vez los vienen porque la información no ha entrado cohesionada y el sistema intenta integrarlos constantemente”.
Por tanto, Bergouignan considera que la explicación es: “Al estar fuera del cuerpo se activan todos los espacios relacionados con tu ser, excepto el hipocampo. Por lo tanto, la información no está relacionada. Es una hipótesis: al principio, para recordarlo cuando lo pides, no hay nada relacionado, por lo que el hipocampo no se activa, pero luego, cómo siempre busca algo coherente, trata de unir los elementos de la situación. De ahí los recuerdos intrusivos. Esa es la hipótesis que hemos llegado a la conclusión de que con las repeticiones se activa el hipocampo”.
Según Bergouignan, todavía quedan muchas cosas por demostrar. Por ejemplo, para aliviar los traumas de quienes han sufrido torturas, violaciones y vivencias tan violentas, hay terapias relacionadas con el cuerpo, pero sus circunstancias no han sido científicamente demostradas.
Sin embargo, tiene una hipótesis. En palabras de Bergouignan, cuando se producen estas situaciones, la disociación del cuerpo se considera como una adaptación que se cree que beneficia. “Nosotros hemos demostrado que este prejuicio es falso porque hemos demostrado que esa adaptación es una mala longitud. Por lo tanto, hay quien utilizará la disociación como estrategia; pensarán que esto no es parte de mi vida, no estoy aquí. Pero deberíamos actuar justo al revés y, incluso en la dificultad, estar lo más presente posible. Porque huir perjudicará”.