En los últimos tiempos se están realizando numerosos estudios para aclarar la relación entre alimentación y salud mental. Muchos estudios demuestran, por ejemplo, que existe una relación directa entre el consumo de alimentos ultraprocesados y el riesgo de depresión. Sin embargo, todavía no se conocen bien los factores, mecanismos y consecuencias de esta relación. Los investigadores tratan de responder a las preguntas por su utilidad para la prevención y el tratamiento.
No hace falta ir lejos para encontrar un estudio que analice la relación entre comida ultraprocesada y depresión. En un estudio liderado por la Universidad de Navarra, por ejemplo, se realizó un seguimiento durante 10 años a casi 15.000 alumnos de universidades españolas. En un principio no tenían depresión, pero de ellas, 774 fueron diagnosticadas de depresión en ese intervalo y, de las variables analizadas, concluyeron que la tendencia al consumo de alimentos ultraprocesados aumenta el riesgo de depresión.
Este estudio fue publicado en la revista European Journal of Nutrition en 2019. Desde entonces, investigaciones en otros países y en otros grupos poblacionales han llegado a conclusiones similares. Por ejemplo, en EEUU, un estudio dirigido por la Universidad de Harvard investigó a más de 31.000 mujeres entre 2003 y 2017. En esta investigación, al principio ninguno de los participantes tenía depresión, y el objetivo era aclarar si existe relación entre el consumo de comida ultraprocesada y el desarrollo de la depresión.
Los resultados fueron publicados el año pasado en la revista JAMA Network Open, y confirmaron esta relación, así como la influencia de otros factores relacionados con la depresión como la edad, la cantidad de calorías de la comida, el índice de masa corporal, el estado físico, el consumo de tabaco y alcohol, las comorbilidades (diabetes, hipertensión, dislipidemia), los ingresos, las relaciones sociales, el estado de la bellota. También se fijaron en los ingredientes de los alimentos ultraprocesados y comprobaron que el riesgo de depresión se relaciona principalmente con los edulcorantes artificiales.
Al considerar que la relación entre alimentación y depresión es bidireccional, también se han realizado estudios de análisis inverso, es decir, si la alimentación sana es eficaz frente a la depresión. Un estudio publicado en noviembre del año pasado analizó, por ejemplo, la influencia de la dieta mediterránea. En concreto, quisieron saber si la dieta mediterránea y el consumo de aceite de oliva sirven para prevenir los síntomas residuales y la redepresión. Los participantes eran hombres y mujeres de 18 a 86 años que han sufrido al menos un episodio depresivo en los últimos 5 años y que lo habían superado total o parcialmente en los últimos 6 meses. El resultado fue esperanzador: los participantes que siguieron esta dieta tuvieron una menor predisposición a presentar síntomas residuales y a desarrollar depresión que los que siguieron una dieta habitual.
Esta investigación se llevó a cabo bajo la dirección de la psiquiatra Beatriz Cabrera Suárez, del hospital de Las Palmas (Gran Canaria), con investigadores y participantes de Navarra y Álava. Precisamente, Cabrera presentó en 2022 su tesis titulada: “Dieta mediterránea y prevención de la depresión recurrente”. En su tesis estudió, entre otros aspectos, la influencia de los componentes de la dieta mediterránea en la depresión, así como los aspectos fisiopatológicos de la depresión y, dentro de todo, la relación entre inflamación, microbiosis intestinal y depresión.
De hecho, según explica Cabrera, “los factores estresantes físicos y psicológicos pueden alterar la composición y las actividades metabólicas del microbio intestinal, aumentando las inflamatorias (Clostridium, Streptococcus, Klebsiella y Acterlibacter, por ejemplo) y disminuyendo las de otros antiinflamatorios (Lactobacis, Llubifidobecium y Acterias). También se han encontrado más Bacteroidetes y menos Lachnospiraceae en las heces de las personas con depresión”.
Además, Cabrera ha señalado que las señales producidas por el microbiota intestinal pueden afectar al cerebro y a las respuestas emocionales. Y también plantea la hipótesis de un mecanismo de depresión. Según él, “los trastornos microbianos aumentan el riesgo de depresión, ya que provocan un estado inflamatorio crónico que afecta al estado de ánimo”. Prueba de ello son las inmunoglobulinas IgA e IgM en plasma frente al lipopolisacárido de las bacterias Enterobacteriaceae en pacientes depresivos.
Un grupo de investigación del CSIC también ha llegado a patentar una bacteria que puede ser útil en el tratamiento de la depresión, basándose en la posible asociación del trastorno microbiano con la depresión: Chistensenella minuta. Este grupo está dirigido por la investigadora farmacéutica Yolanda Sanz Herranz, quien aseguró que en los primeros ensayos fue un buen productor de serotonina in vitro: “Fue un descubrimiento interesante, ya que la concentración de este neurotransmisor está disminuida en personas con depresión y estrés y tiene un papel fundamental en la regulación emocional”.
Posteriormente fue probado in vivo en modelos animales depresivos por estrés social crónico y demostró que, además de fomentar la producción de serotonina, reduce el exceso de corticoesteron que produce el estrés. Por tanto, los resultados fueron considerados esperanzadores. De hecho, según los investigadores, la comunicación bidireccional entre el intestino y el cerebro se basa en redes endocrinas, inmunitarias y neuronales, y funciona como canal para informar de las funciones de los órganos y del estado de salud.
“Si conseguimos una comprensión profunda de los procesos de comunicación entre el intestino y el sistema nervioso central, comprenderemos las reacciones que se producen en el organismo en situaciones traumáticas o disfuncionales y podremos trabajar con precisión en determinados problemas”, afirma Sanz.
Sin embargo, todavía se necesitan más investigaciones, mejor conocimiento y más evidencias para utilizar determinadas dietas o microorganismos intestinales para tratar la depresión. “La alimentación ayuda a tratar trastornos psicológicos, pero no es suficiente y no hay recetas milagrosas”, advierten los expertos de Elikaeskola.
El equipo de Elikaeskola está formado por dietistas-nutricionistas y psicólogos, bajo la dirección de Eli Gallego Moreiro. Están especializados en el tratamiento de patologías gastrointestinales y trastornos alimentarios, no siendo raro que el paciente presente signos de depresión. Y desde el principio ha dejado claro Gallego: “Se habla mucho de la conexión entre el intestino y el cerebro, y algunos incluso consideran el intestino como segundo cerebro, pero ahí hay mucho malentendido. Cuando dicen el intestino feliz trae un cerebro feliz, no es cierto”.
Explica que ahora los trastornos digestivos funcionales cambian de nombre y técnicamente se denominan de interacción intestino-cerebro. “Aunque el nombre puede reforzar falsas convicciones, no tiene nada que ver con esta cuestión del intestino feliz. Es importante tener claro que no está en nuestras manos estar o no deprimido. Y a veces hacen creer a los pacientes que con una dieta determinada superarán la depresión. Con ello se pone toda la responsabilidad a los pacientes y, si no pueden seguir estrictamente la dieta que les han puesto, lo pasan muy mal. Esto, además de no ser cierto, es absolutamente injusto y perjudicial”.
Gállego también ha dado ejemplos: dietas muy caras, con ingredientes difíciles de conseguir… “No son generales, pero nosotros las vemos mucho. Muchos no tienen dinero para hacer la dieta que les han puesto, y entonces se quitan los alimentos más caros y se quedan con una dieta muy pobre.
Además, los terapeutas venden componentes elaborados en su laboratorio, que por supuesto no son baratos. Todo ello perjudica a los pacientes, ya que, físicamente, aumenta la disbiosis o el desequilibrio bacteriano, y también psicológicamente porque sienten que no son capaces de cumplir lo prometido. Conocemos muchos casos de este tipo, y les digo a todos que, para que el tratamiento tenga éxito, necesitarán apoyo psicológico. Por otro lado, demostramos que el ejercicio físico tiene un efecto beneficioso en la depresión, pero la alimentación tiene un efecto muy limitado”.
Al hablar de estudios que analizan la relación entre depresión y alimentación, también han tomado la palabra Jone Larrañaga Zumeta, compañera de Gallego, y Garazi Lizarraga Lertxundi, quienes han coincidido en que “lo que es anterior, huevo o gallina”. Es decir, en qué medida la alimentación inadecuada es causa o efecto de la depresión. Larrañaga lo ha dicho claramente: “Si no estás bien, difícilmente tendrás fuerza y ganas de organizar las comidas, elegir los alimentos que te conviene, hacer la compra, cocinar… Además, es verdad que los alimentos ultraprocesados tienen la capacidad de producir neurotransmisores que dan placer, como la dopamina”.
En este sentido, Gallego ha recordado que tendemos a vincular los alimentos con unas emociones dadas por la educación y la cultura: “Asociamos fiestas y celebraciones a determinadas comidas y obligaciones a otras. Es muy raro poner brócoli en el menú de una fiesta”. También se trabaja este aspecto en la Escuela de Alimentación.
En cuanto a los tratamientos basados en determinados microorganismos, Gallego considera que “convertir datos en proyectiles”. “Cuando un estudio dice que todo se soluciona con un probiótico, no es así. Hay muchísimas investigaciones, pero se han hecho muy pocas en las personas y hay que ver además qué otras variables existen. Los estudios son muy heterogéneos, y sacar de uno de ellos conclusiones generales no es en absoluto correcto”.
Dentro de esta mezcla, los miembros de la Escuela de Alimentación alertan sobre el riesgo de tratamientos sin base científica: “Nos han venido pacientes que han realizado una limpieza de colon, por recomendación médica, en centros presuntamente cualificados. Lo que se les vende es que tienen depresión o ansiedad por efecto del microbio, o lo que sea, y para curarlo primero tienen que limpiar el microbiota intestinal. Pero el resultado suele ser lamentable. Puede haber algún caso, como en una infección de la bacteria Clostridium difficile, en el que hay que hacerlo, es decir, primero limpiar el microbiota y luego criar el nuevo. Pero, si no, estos tratamientos extremos pueden ser muy perjudiciales”.
En concreto, Lizarraga ha subrayado la necesidad de que cada paciente sea específicamente analizado y tratado personalizado. “Es cierto que para los pacientes suele ser frustrante escuchar que el proceso terapéutico será lento, necesitará ayuda y que no hay píldoras maravillosas”. “Hay que tener claro que son procesos largos, que ocasionalmente tendrán recaídas, y que la dieta es importante pero no suficiente”, añade Gallego.
Por ello, los miembros de la Escuela de Alimentación han recomendado que se tomen precauciones sencillas: “Hasta conocer mejor la relación entre el cerebro y la alimentación y saber cómo utilizar este conocimiento en la prevención y la terapia, debemos tener cuidado con este tipo de mensajes”. Mientras tanto, seguirán investigando y aprendiendo.