El Polo Norte no tiene propietarios. Todavía no. La propiedad de los cinco países de la zona, Rusia, EEUU, Canadá, Groenlandia (Dinamarca) y Noruega, llega a 200 millas de su costa. Así lo establece la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (UNCLOS). Y lo que queda fuera son las aguas internacionales o, en este caso, los hielos. Pero en el fondo del mar bajo este hielo internacional hay preciados tesoros. Según los expertos, en estas tierras hay mucho gas y petróleo. Además, el deshielo del Polo Norte hace que estas tierras sean cada vez más asequibles. Y, por supuesto, nadie está dispuesto a dejar sin su dueño este tipo de tesoros.
Los rusos también colocaron su bandera en el fondo marino del Ártico el pasado verano para proclamar que esas tierras eran rusas. No fue más que un gesto simbólico y de momento no tiene ningún valor, pero el plan ruso es apropiarse de gran parte del Ártico. Para ello quieren aprovechar una oportunidad que ofrece la Convención de las Naciones Unidas. Pero no son las únicas, Dinamarca y Canadá quieren acogerse, al menos, a la misma oportunidad para hacerse con esas tierras.
La Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, aprobada en 1982 para dar solución a los conflictos que se producían en la explotación de los recursos marinos, ha sido ratificada en la actualidad por 155 países, con una excepción importante en Estados Unidos. Según la Convención, la zona económica exclusiva de un país alcanza las 200 millas de la costa y tiene derechos exclusivos de explotación de los recursos de la zona.
Pero la Convención incluye la posibilidad de hacer excepciones. De hecho, el artículo 76 señala que se puede obtener la propiedad de zonas situadas a más de 200 millas, si se demuestra que la zona es una prolongación natural de la plataforma continental del país con criterios geológicos. Los países que lo demuestran pueden optar entre poner el nuevo límite a 350 millas de los límites de las aguas territoriales o a 100 millas de un punto de 2.500 metros de profundidad.
Y sobre la base de este artículo 76, Canadá, Dinamarca y Rusia quieren hacerse con algunas zonas del Ártico. Una de las claves dentro de los planes para conseguirlo es la cresta Lomonosov, una cresta submarina de 1.800 km que desde Siberia se dirige hacia Groenlandia atravesando el polo geográfico norte.
Así, investigadores de los tres países interesados se adentran en los submarinos y en los rompehielos e investigan a Lomonosov. Quieren demostrar que la cresta Lomonosov es una prolongación natural de sus países. Quizás rara en medio del Océano Ártico que un penacho que se encuentra a varias millas de todas las costas pueda ser considerado como una prolongación de la Eurasia o de América. Pero detrás hay una curiosa historia geológica de la cresta.
En la década de 1960 se vio que el dorsal atlántico --dorsal oceánico situado en el centro del Atlántico, donde se forma una nueva superficie oceánica - llegaba hasta el Ártico, llamado Gakkel dorsal. Según una teoría que publicaron en aquella época, el fondo marino de la zona de Siberia se abrió a medida que surgió una nueva superficie en el dorsal de Gakkel. Como consecuencia de ello, la cresta Lomonosov, inicialmente una astilla de la orilla del continente euroasiático, se fue alejando del continente hasta quedar entre Groenlandia y Rusia.
En 1991, un rompehielos alemán y un sueco se lanzaron a probar esta teoría. Cuando realizaron el primer estudio sísmico lo vieron claro. En la zona de Eurasia de la cresta se detectaron una serie de estructuras características generadas por el alejamiento de la cresta del continente. Y al otro lado de la cresta había gruesas capas de sedimentos. Es decir, la superficie de Eurasia era mucho más reciente que la del otro lado. Por otro lado, en el año 2004 se sacaron las primeras muestras de tierra de la cresta Lomonosov, que mostraron que eran muy similares a la plataforma continental de Eurasia. Así las cosas, no faltan pruebas para afirmar que Lomonosov fue una parte de Eurasia.
Pero, aunque el origen de Lomonosov está claro, si los rusos quieren ser propietarios de esas tierras, tendrán que averiguar dónde se relaciona la cresta con Rusia, si se asocia en ningún sitio. De hecho, algunas teorías sostienen que la cresta se desadherió del continente, y en ese caso no sería una prolongación natural de Rusia en sentido estricto. Pero no es fácil responder a este problema si no se recogen más datos.
Los rusos hicieron su primera solicitud de apropiación de una zona del Ártico en 2001. Entonces, la comisión de las Naciones Unidas para tomar esas decisiones no la aceptó alegando que se necesitaban más pruebas. No está claro qué tipo de pruebas necesitan, pero el año pasado Rusia puso en marcha otra expedición de investigación para recopilar el mayor número de datos posible.
Por su parte, Dinamarca y Suecia también enviaron el año pasado un batidor de hielo a la investigación del grupo Groenlandia en la Lomon, en la expedición Lomonosov Ridge of Greenland (LOMª) 2007. Hubo que abrir la vía de toma de muestras entre placas de hielo muy gruesas y aún no se han publicado los datos recogidos. Pero, al igual que los rusos, quieren ver si está relacionado con la plataforma continental de Lomonosov Groenlandia o, al menos, saber dónde acaba exactamente esa plataforma para saber qué tierra del Ártico tienen derecho a pedir.
Canadá también tiene posibilidades, ya que el extremo sur de la cresta queda justo entre Groenlandia y Canadá. Y ellos también están investigando. Sin embargo, los más urgentes son los rusos. Y es que, según la Convención del Mar, un país tiene un plazo de 10 años desde su ratificación para realizar peticiones de nuevas zonas. Este plazo finaliza en 2009 para Rusia, 2013 para Canadá y 2014 para Dinamarca. No es mucho tiempo, si se tiene en cuenta que en la zona sólo se puede investigar unos pocos meses al año.
No se puede saber en qué terminarán estas conquistas, pero puede que sea necesario volver a dibujar las líneas de los mapas. Esto lo decidirá la Comisión designada por la Convención. Y esa decisión también es posible que no sea definitiva; en definitiva, no todos aceptan la Convención y los que la ratifican hoy en día también pueden cambiar de opinión en el futuro. Pero, mientras tanto, los que no quieren perder esa oportunidad de oro se dedican a afilar armas científicas.