El dolor y el placer son sensaciones fácilmente reconocibles. Pero a pesar de ser íntimos, tenemos trabajos para explicar con palabras qué son. Nosotros lo hemos intentado en este número y hemos querido describir el dolor y el placer con los nombres y adjetivos de la ciencia.
Lo primero que hay que decir es que para los científicos tampoco son fáciles de entender y explicar los mecanismos del dolor y el placer. Por un lado, son muy primitivos y están estrechamente relacionados con la supervivencia de los organismos. El dolor nos protege y el placer nos impulsa a satisfacer las necesidades. Están, por tanto, integrados en la cadena de funciones más básicas y, desde el punto de vista evolutivo, tienen todo su sentido.
Pero el dolor y el placer van más allá de la mera supervivencia. A cambio de todos los dolores no recibimos protección y tenemos muchas conductas que no tienen relación directa con la supervivencia, sólo por placer. Si cumple alguna función el dolor crónico causado por la artrosis o el placer de mirar una obra de arte, los científicos todavía no saben cuál es.
Saben mejor cuáles son y qué complejos son los circuitos que hacen los dolores y los placeres en el cerebro, y cómo las propias vivencias tienen mucho que decir en la sensación del dolor y el placer, así como en la cultura. De hecho, la cultura es un poderoso elemento modulador del mundo de los dolores y los placeres, y no se pueden entender completamente sin él. Por ejemplo, sólo con las palabras de la cultura se puede explicar la injusta elección que a veces hemos hecho los seres humanos para acabar con el placer. Y dicho esto, no me gustaría reforzar la imagen del dolor y el placer de la mano, sino destacar algo más. Y es que los nombres y adjetivos de la ciencia necesitan de una cultura sana para explicar y comprender que no hay plazas en el sufrimiento, ni sufrimientos en el placer.