Estamos en el Año Internacional de la Química. La designación, impulsada por la UNESCO y el IUPAC, ha sido, entre otros objetivos, conseguir que la química sea un recurso estimado y reconocido socialmente para responder a las necesidades del mundo. No es un objetivo cualquiera, porque no son los mejores tiempos de la química, al menos si nos fijamos en la imagen pública.
Tres químicos de la Facultad de Químicas de San Sebastián hablan en este número de la imagen pública de la química. Y, con matices, los tres coinciden en la mala imagen de la química. De hecho, el químico adjetivo es peyorativo y la química tiene la imagen de tóxico, nocivo. La química en sí ha jugado un papel importante. De hecho, a través de la química hemos conseguido una gran capacidad de transformación de la materia y del medio ambiente, pero también ha sido muy perjudicial por desconocimiento, accidentes y abandono. Por otro lado, vendedores de determinados productos y estilos de vida han sabido explotarlo perfectamente para posicionar a sus “sin química” en oposición. Y en esta sociedad “mediatizada”, la mala química se ha arraigado con fuerza.
Sin embargo, a pesar de la mala imagen pública, en la praxis no renunciamos a la química. A veces, sabiendo que en el centro de lo que estamos haciendo está la química, y normalmente sin pensar. Vivimos en esa dicotomía y contradicción: criticar la química que consideramos química y elogiar la química que no la consideramos química.
Es una oportunidad para vivir, para quien así lo desee. Pero no es nuestra opción y no es la que queremos impulsar desde esta revista. Los expertos que han participado en la mesa redonda destacan que la respuesta a la ruptura de la dicotomía será la educación: “ciencia, ciencia y ciencia”. Yo añadiría otra: “conciencia, conciencia y conciencia”.