La caída del muro de Berlín y la caída del bloque oriental, el accidente nuclear de Chernobyl, la pandemia del sida... De buscarlo, es fácil encontrar los sucesos anunciados por la visita del cometa Halley de 1986. Y es que durante cientos de años el hombre creyó que las apariciones de cometas se producían para anunciar, castigar o celebrar algo grande. El registro más antiguo de Halley conservado en Europa, por ejemplo, ha quedado inmortalizado con la hazaña del conquistador de Gillen en Normandía. Llegó en 1066, cuando el rey se preparaba para conquistar Inglaterra y lo consideró una señal de triunfo. Y así ocurrió.
Entonces no sabíamos nada de los cometas, el pensamiento científico no estaba desarrollado, y no es de extrañar que en torno a los cometas surgiera un mito tan fuerte. En 1986 nadie asoció el cometa Halley con ningún desastre de la civilización humana.
Esto no significa que el conocimiento haya hecho desaparecer el mito de las cometas. Y es que, a medida que sabemos qué eran los cometas y cómo se movían, también aprendimos que han chocado con la Tierra y que pueden hacerlo, y sustituimos un terror, un mito, por otro. Los cometas no tendrían nada que ver con el tránsito de reyes, conquistadores y religiones, pero (junto con los asteroides) pueden tener la capacidad de acabar con la civilización humana y, por tanto, son cuerpos de pánico. De esta nueva clase de terror se quejó que Isaac Asimov estaba esperando la aparición de Halley en el libro escrito en 1985. Pero la capacidad humana para crear mitos es ilimitada...
Por encima de todos los miedos, pero es innegable que el cometa Halley ha sido un regalo para el ser humano. En el camino del hombre hacia la ciencia y el pensamiento racional, el cometa que hemos podido ver con tanta frecuencia y con tanta brillantez ha sido un agente. Como subraya la astrónoma Cristina Zuza en las siguientes páginas, Halley es una excepción entre cometas, una excepción afortunada.