Las poblaciones humanas presentan una gran variabilidad morfológica -tanto dentro de la población como entre poblaciones- debido al largo pasado evolutivo, al patrimonio genético y a las adaptaciones al medio. Al margen de los gemelos monocigóticos, no hay dos personas iguales; sin embargo, las similitudes morfológicas son habituales entre individuos de una misma familia y de un mismo pueblo, que comparten un mismo patrimonio genético o similar, o ambos. La morfología humana es muy peculiar; somos el único animal con capacidad de estar de pie constantemente sobre las dos piernas (bipedalismo), tenemos un cráneo grande en comparación con el tamaño total del cuerpo, una cara más o menos plana a medida que se ha ido reduciendo el hueso de la cara, y la nariz se puede considerar como una característica exclusiva del ser humano.
Las diferencias morfológicas (dimorfismo sexual) entre hombres y mujeres se manifiestan a partir de la pubertad y, antes de esta etapa, los fenotipos son bastante similares entre niños y niñas, al margen de los caracteres sexuales secundarios. A medida que se avanza en la adolescencia, los andrógenos provocan que en los hombres las grasas disminuyan y el tejido muscular se desarrolle hasta que se extienda el cuello y el hombro --también influye el crecimiento óseo de la parte superior del tórax-. En las mujeres, por el contrario, el tejido adiposo va a los muslos y al cambio, lo que hace que la figura femenina tenga glorietas mayores y caderas más anchas. En el modelo de grasa de la mujer (ginoide o «forma de pera»), la grasa suele quedar en la parte inferior del cuerpo, glúteos, muslos y, en general, en las extremidades. Este es el patrón de la época reproductiva y cambia hacia la quinta década de la vida, ya que los niveles de estrógenos y la actividad lipolítica de las células grasas del abdomen disminuyen, lo que provoca un cambio en la distribución de la grasa que pasa del modelo de ginoides a un modelo intermedio hasta llegar al modelo de androide de menopausia (forma de manzana).
El cuerpo humano se ha adornado (y se hace) en la mayoría de las culturas, y sus representaciones siempre han sido históricas (pinturas, esculturas y, más recientemente, fotografías). También aparecen representaciones esquemáticas del cuerpo humano en la prehistoria. Llama la atención el grado escultórico de Venus del Paleolítico, que muestra cuerpos gruesos, vientre grueso y pechos imponentes, morfología que a menudo ha sido considerada como un indicador de la fecundidad y de la supervivencia del grupo.
Nuestra especie es el resultado de la biología, la cultura y el modo de vida social, y ha sido capaz de cambiar su morfología, dentro de los límites marcados por la genética, dotándola de dotes éticos y estéticos en términos de tiempo y espacio. Es lo que se observa en las llamadas reglas de belleza, que desde el punto de vista occidental han sido las más influyentes del mundo clásico, de la Edad Media y del Renacimiento. La feminidad y la cordialidad se ha representado en diferentes épocas, épocas y estilos, y la relación entre la forma y la belleza del cuerpo se ha hecho con los dos sexos, pero quizás con más frecuencia con la mujer, por motivos culturales, sociales, económicos y religiosos (no podemos olvidar que en la mayoría de las sociedades se cree en el dominio y poder del hombre).
En la sociedad occidental, han proliferado las actividades de transformación corporal, y muchas personas adaptan el cuerpo a las exigencias de las normas sociales. Se pide a los hombres cuerpos atléticos y fuertes. Las mujeres, por su parte, tienen una obligación social de ser siempre jóvenes, por lo que están sometidas a la moda, a la cirugía estética y a las dietas extremas, con el objetivo de un modelo corporal marcado por la época y la cultura: un modelo de fecundidad en forma empinada (binomio empodero-maternidad) o un modelo andrógino (cuerpos adolescentes y esbeltos). Es cierto que desde hace un par de décadas entre nosotros tenemos la denominada “epidemia de obesidad” y estamos viviendo sus consecuencias tanto en el ámbito sanitario como social. Se reconoce que la obesidad es un problema de salud importante y urge adoptar medidas preventivas y terapéuticas adecuadas. Sin embargo, al no ser apreciada la obesidad en nuestro entorno (aunque presente en otras sociedades e históricamente), existe un círculo de ansiedad de adelgazar/engordar (sobre todo en las mujeres) que provoca problemas de autoestima y cambios en la apariencia corporal.
Pero seamos optimistas. Las mejoras en la salud y la alimentación han supuesto cambios en el tamaño y la forma del cuerpo humano, aumentando la esperanza de vida. Estos cambios colectivos se denominan "cambios seculares" y se han notado en muchos países --de forma cíclica, a veces - en el XVIII. Desde el siglo XX. En especial, los pueblos de Europa. Desde mediados del siglo XX. La transición nutricional experimentada hasta finales del siglo XX afectó al tamaño (y forma) del cuerpo humano. También dejaron huella la transición demográfica y la epidemiológica, la primera provocó una disminución de la fecundidad y la segunda un aumento de la esperanza de vida. Hoy en día somos más de tres siglos, tenemos más masa corporal y vivimos más.