Logika eta Zientziaren Filosofia Saila. Biologiako Filosofia Taldea, IAS Research
EHU
La biología sintética tiene dos líneas de investigación. Uno de ellos, partiendo de seres vivos naturales, busca su rediseño integral hasta crear seres totalmente diferentes. El otro, partiendo de componentes y sistemas puramente químicos, pretende desarrollar sistemas integrados complejos, con propiedades biológicas (metabolismo, reproducción, evolución...), muy básicas. En cualquier caso, el verdadero objetivo de la biología sintética es, en ambos casos, crear formas de vida totalmente nuevas más que transformar la organización de los seres vivos naturales.
Esto quiere decir que son muchos los componentes que deben articularse de forma adecuada y precisa, pero no sólo eso, sino que este sistema debe ser capaz de mantenerse incluso en condiciones cambiantes. Significa, por tanto, no sólo crear una forma organizada, sino que, una vez inventada, se debe conseguir que esa forma se organice, perdure y evolucione, que son, en definitiva, las propiedades de la materia viva. En otras palabras, la singularidad (y paradoja) de esta creación artificial es que tiene autonomía propia: para aceptar que ese sistema inventado es un sistema vivo, tiene que hacer las cosas por sí mismo y para sí mismo. Los sistemas que se van a crear serán nuestra obra, pero al mismo tiempo crearán a sí mismos y, de alguna manera, huirán de nuestras manos.
Las ventajas de la creación de sistemas vivos artificiales pueden ser enormes, sobre todo en el ámbito de la salud y la ecología. Si se diseña adecuadamente, estos sistemas podrían trabajar con una precisión y una modificación funcional de los mecanismos básicos. Podríamos intervenir con una gran precisión local y, a la vez, actuar a gran escala; siendo capaces de reproducirlos, pueden generar a corto plazo grandes poblaciones. También pueden tener un amplio campo de aplicación y un alto impacto económico en el campo de las tecnologías que exploten los mecanismos biológicos rediseñados. Por ejemplo, para crear nuevas formas de computación.
No hay que olvidar, por último, el interés teórico que pueden tener las nuevas formas de organización biológica, que nunca han sido generadas por la evolución en nuestro planeta: la mayor revolución de la biología desde Darwin sería sin duda su descubrimiento y comprensión.
Sin embargo, estas esperanzadoras opciones constituyen una única cara de la moneda. El otro lado de la moneda es el alto riesgo que puede suponer una intervención tan profunda en la organización natural de la vida. Hoy sabemos lo estrechamente relacionado que existe entre sí entre todos los seres vivos y lo complejo que son sus relaciones. Es cierto que cuando analizamos en detalle, los sistemas vivos adoptan la forma de mecanismos complicados en los que cada parte cumple una función bien limitada, por lo que podrían actuar de forma específica y local. Pero cuando cambiamos de perspectiva y miramos más globalmente al organismo, todas estas partes aparecen integradas, forman una única unidad orgánica, y es imposible localizar cambios en ella. Y aunque lográramos controlar cómo se articulan los procesos a nivel de organismo, no entenderíamos a los organismos en su totalidad hasta que nos dieran cuenta de las complejas dinámicas de las gigantescas redes ecológicas que forman los organismos. Estamos trabajando con sistemas muy complejos, y ese es el riesgo, porque no sabemos bien los efectos indirectos de nuestras acciones.
Todo ello nos debe animar a reflexionar detenidamente sobre los cambios producidos artificialmente en los seres vivos. De hecho, cuanto mayor sea la capacidad de acción, más profundos, más duraderos y complejos, y por tanto más difíciles de prever, serán los efectos de nuestra acción. Además, la reflexión no es sólo de análisis de conclusiones, sino también de cómo organizar la propia reflexión: ¿quién debe participar en la reflexión? ¿Quién debe tomar decisiones? ¿Expertos, representantes de la sociedad, empresas de biotecnología, ONGs, comités de bioética...? ¿Y cuál es el papel de cada uno de ellos?
Cuestiones tan complejas difícilmente tendrán una solución fácil. Sin embargo, en el fondo, el problema no es nuevo. La raíz del problema es tan antigua como la civilización humana. En definitiva, la manipulación de la evolución genética de muchos animales y plantas ha sido uno de los elementos que hemos utilizado para construir nuestra civilización, ya que la ganadería y la agricultura las hemos creado artificialmente. Desde tiempos inmemoriales hemos transformado los sistemas naturales, exprimiendo los bosques, destruyendo miles de especies y, en esencia, adaptando el entorno a nuestras preferencias. La novedad es la intensidad de la intervención; hemos alterado tanto la dinámica de nuestro medio biológico, que se están haciendo visibles las consecuencias inesperadas, tan desproporcionadas e incontrolables, que amenazan la propia civilización causante de la alteración.
Al igual que Prometeo, condenado por robar el fuego, el desarrollo ilimitado de la civilización y la tecnología está provocando terribles consecuencias. Pero como no queremos volver al pasado semi-salvaje, y probablemente no podemos, la única solución es repensar la investigación científica y no renunciar a ella. ¿En qué sentido? Profundizando en la comprensión de la organización biológica y tomando conciencia de las consecuencias a largo plazo -tanto en el espacio como en el tiempo- de su influencia en algunas partes de la biosfera. Para ello es imprescindible una visión interdisciplinar global que afecta a muchos aspectos básicos de la vida humana.
Creo que desde este punto de vista la vida artificial no sólo no se vería como un posible riesgo, sino como una herramienta básica para planificar un futuro mejor.