¡Arma, tiro, pun!

Los meses de septiembre y octubre ya hemos ido, y junto a ellos, la migración hacia el sur que cada año realiza una gran cantidad de aves, a través de los cielos de nuestro pueblo, y a medida que las palomas, tórtolas, y el resto se van alejando, los disparos que han sacudido nuestras montañas y valles van disminuyendo poco a poco. Sin embargo, la temporada de caza aún no ha terminado, ya que se prolongará al menos hasta febrero, cuando las administraciones locales se nieguen a autorizar una sesión de primavera conocida como “contrapasa”.

Leyendo lo que he leído hasta ahora, el lector puede pensar si estoy tratando de dar comienzo a otro apartado de la polémica estéril “no de caza, sí de caza”, o de mantener la interminable rivalidad en torno a la contrapasa de “ecologistas” y “cazadores”. No es mi intención. ¡No quiero aburrir a nadie hasta tanto punto!

Joxerra Aihartza.

Por el contrario, creo que las actitudes anticlericales han sido progresivamente marginadas entre los grupos ecologistas, manteniendo un enfoque conservacionista y tratando de conjugar la explotación de los recursos naturales que nos ofrece el territorio con la protección de los valores naturales del medio, la convicción de que una actuación cinegética debidamente gestionada puede ser una solución adecuada e interesante. En esta época de retroceso de la agricultura y la ganadería, la caza puede ser un recurso provechoso para obtener beneficios económicos en diversas regiones, y la práctica de ciertas zonas en la gestión de la caza exigiría mantener en buen estado de conservación, permitiendo también mejorar la calidad naturalística del medio.

Sin embargo, para que estos planteamientos sean viables, la palabra “gestión” es sin duda la clave. O lo que es lo mismo, considerar la caza como un recurso interesante no significa en ningún caso que haya que cazar más, ni que los cazadores puedan jugar de la manera que quieran, ni lo contrario. Hay que predecir qué se puede cazar y qué no, dónde y cuándo, cuánto y cómo, cuántos machos, cuántas hembras, cuántos jóvenes, qué especies se pueden introducir y cuáles no, cómo llevar a cabo las introducciones...

Y en estos temas ya ha llegado la hora de unir a grupos ecologistas y cazadores. Porque los resultados de una buena gestión redundarían en beneficio de todos. A mayor gestión, mayor número de caza en los próximos años, y mayor número de territorios como reserva, ofreciendo vías para la caza y la mejora de sus valores naturales. Una máquina de ecologistas ya ha comenzado a dar respuesta a este desafío a las Asociaciones de Cazadores.

¿Están dispuestos a reducir la presión cinegética durante varios años, ajustándose a estrictos planes científicos, en el camino de una mayor caza en el futuro? ¿Están dispuestos a impulsar, liderar y ejecutar planificaciones concretas basadas en datos objetivos? Yo no. Desgraciadamente, entre los cazadores siguen siendo como “si yo no tiro los suyos se van a tirar!” y “cuando esté bombon y no esté ahí!”, algo que no habrá gestión ni futuro para la caza ni para la naturaleza.

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