El Congreso de los EEUU aprobó en 2002 al italiano-estadounidense Antonio Meucci como verdadero inventor del teléfono. Pero será difícil borrar la huella de Alexander Graham Bell en la historia del teléfono. En 1976, Bell consiguió lo que Meucci no pudo conseguir: la patente del teléfono.
Bell, originario escocés, vivió en Boston, y el teléfono comenzó su andadura en la zona de Boston. Sorprendentemente, la aparición del teléfono no tuvo gran influencia al principio, sobre todo porque en 1876 las necesidades de comunicación de la sociedad satisfacía los telégrafos. Además, la forma más habitual de información que venía de antiguo era la escrita, y la gente consideró el teléfono como un juguete o un capricho.
Así, en el servicio interurbano le costó mucho asumir la competencia del telégrafo. El teléfono hizo su hueco dentro de la ciudad. Debido a la industrialización, la población urbana había crecido mucho y el telégrafo para las relaciones comerciales no era adecuado, ya que tenían que ir a otro lugar para enviar un telegrama.
El invento de Bell estaba formado por un emisor y un receptor unidos por un cable conductor --cobre normal -. Los primeros teléfonos se instalaron en Boston y ciudades cercanas. La comunicación telefónica se realizaba entre dos puntos concretos, como una oficina financiera y una oficina de algún político.
Cuando el número de usuarios aumentó, sin embargo, surgió la necesidad de una centralita para poder conectar todos juntos. De esta manera, el cable telefónico de cada usuario se conectaría a la central y allí los operadores realizarían manualmente la conexión entre las líneas.
La primera centralita se estrenó en 1878 con 21 abonados en Nueva Haven. No podemos olvidar que los primeros empleados contratados por Bell para esta central fueron niños de entre 10 y 17 años. Más tarde, por las quejas presentadas por los suscriptores y presionado por la legislación que protegía los derechos de los niños, comenzó a contratar a mujeres (pagaban menos que a los hombres y no tenían derechos sindicales).
El uso del teléfono no se limitó a EEUU. Aunque a un ritmo más lento, pronto se abrió al mundo. La primera centralita se instaló en Inglaterra en 1879, y en poco tiempo se multiplicó por muchos lugares del mundo. En todos ellos las mujeres eran trabajadoras habituales.
Cuando los hilos de cobre recorrían cientos de kilómetros, los científicos soñaban más lejos. Con el objetivo de romper los límites de la distancia, en 1892 se dio un paso importante: Entre Chicago y Nueva York se abrieron 1.600 kilómetros de línea telefónica.
Desgraciadamente, aquella comunicación resultó bastante mala. El teléfono funcionaba bastante bien a distancias cortas, pero la claridad de la palabra se iba perdiendo mucho a medida que aumentaba el espacio.
Para solucionarlo, años después, Michael Idvorsky Pupin, profesor de la Universidad de Columbia, dio un paso fundamental en la comunicación a larga distancia. Propuso la colocación de bobinas en las líneas telefónicas para mejorar la transmisión.
Decir y hacer. En la línea entre Nueva York y Chicago se pusieron bobinas y el éxito fue enorme. A partir de entonces, las líneas de gran distancia fueron vestidas con las bobinas de Pupin: La línea que une Nueva York y Denver (3.520 km), el cable subterráneo que unía Boston, Nueva York, Filadelfia y Washington... Y en otros lugares del mundo siguieron el mismo modelo.
Pero el invento de los pupines no superó por completo los obstáculos de los kilómetros. Lo dicho a gran distancia, además de perder luz, perdía intensidad. Por ello, se pensó en colocar repetidores o amplificadores a lo largo de la línea para aumentar la intensidad de la voz. Las compañías telegráficas usaban repetidores desde antiguo, pero no servían para las líneas telefónicas, ya que reproducían la voz humana demasiado lentamente. Tras muchos intentos, finalmente consiguieron diseñar el repetidor o amplificador adecuado.
La victoria fue el uso compartido de bobinas y repetidores. En 1956 se instaló el primer cable transatlántico subacuático que unía Escocia y Ternua. Hoy, los cables submarinos más modernos atraviesan todos los océanos.
Primero por aire, y después bajo tierra y agua, el teléfono superó los límites de la distancia. No así el límite económico. En la ciudad de Tokio hay más teléfonos que en todo el continente africano. ¡Más claro!