Recuerdos de un niño químico
El médico Oliver Sacks y el químico Roald Hoffmann son sus mejores amigos. Un día, Hoffmann, premio Nobel de Química de 1981, regaló a Sacks una tabla periódica especial con fotografías de todos los elementos. Y junto al tablero le envió una barra metálica muy pesada. La barra cayó al suelo y por el sonido que hizo al golpearse contra la tierra y por lo que notó al cogerlo, Sacks conoció rápidamente aquel metal: el tungsteno, que los hermanos Elhuyar llamaron wolframio.
Este metal sacudió los recuerdos de su infancia y escribió un libro. Sacks era de pequeño aficionado a los metales y tenía un tío que fabricaba bombillas de tungsteno. Tío Tungsteno. Él le enseñó los secretos de la química.
Desde este punto de partida, Oliver Sacks cuenta en este libro recuerdos relacionados con la ciencia. Además, nos cuenta la historia de la familia.
Nacido en Londres, su familia es originaria de Lituania. A los seis años comenzó la Segunda Guerra Mundial y, al ser judíos, les entró miedo. Oliver y un hermano fueron llevados a un barnetegi infantil, en el centro de Inglaterra, lejos de los bombardeos de Londres. La estancia en el barnetegi fue una pesadilla, un espacio de hambre y disciplina. Para el joven Oliver la ciencia y la curiosidad fueron las únicas escapadas psicológicas.
Terminada la guerra, salió del barnetegi. Pero la vida no fue muy fácil. Tuvo que enfrentarse a los tiempos de posguerra. Gracias a los productos que obtenía en la farmacia de alrededor de su casa, Sacks mantuvo su afición por la química. Realizó un laboratorio amateur y realizó muchos experimentos. Estudió química de primera mano.
Los recuerdos recogidos en este libro llegan hasta algunos años después de la guerra. Oliver Sacks no fue químico. Por la tradición familiar estudió medicina y es neurólogo. Y el escritor. Precisamente por sus libros se ha convertido en famosa fuera del mundo de la medicina.
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