La verdad es que me parece una pregunta muy difícil de contestar. Me resulta muy difícil elegir una sola cosa y además creo que es normal que haya sorprendido muchas cosas. Creo que una característica de los científicos es la capacidad de sorprender. Y a lo largo de todos estos años he iniciado muchos proyectos y líneas de investigación, y casi en cada una de ellas he sentido esa asombro. Y creo que para los que hacemos ciencia es muy importante, también para la ciencia, porque es motor. Y antes, por supuesto, curiosidad, ese deseo de conocer. De ahí surgen nuevas ideas, nuevas hipótesis…
Pero en mi campo de elección, en toxicología ambiental, me sorprendió lo rápido que los seres vivos se adaptaron a la situación cuando ocurrió el desastre del Prestige. En el momento en el que se produjo la catástrofe, nos reunimos investigadores de diferentes ámbitos en un proyecto de investigación (toxicólogos, ecologistas, economistas…) y analizamos en mi campo cómo afectó el vertido a los bivalvos y a los peces. Fue un trabajo de años, de hecho todavía estamos haciendo seguimiento, pero el primer año ya empezamos a ver que los bivalvos eran capaces de adaptarse. Me pareció sorprendente.
Esperábamos que los seres vivos no se recuperaran durante décadas. Por eso tomé con esperanza aquellos primeros indicios de recuperación. Posteriormente, año tras año, fuimos corroborando esta evolución y vimos que, tras 3-4 años, los ecosistemas volvieron a la situación anterior al vertido.
En relación con lo anterior, me gustaría mantener la esperanza. De cara al futuro tenemos retos como el cambio climático o la propia contaminación, lo que nos demuestra que tenemos que seguir esforzándonos. Es importante tener esperanza, no pensar que no podemos hacer nada y que todo está perdido. No es hora de desesperarse y, en ese sentido, es importante aflorar que los seres vivos tenemos capacidad de adaptación y modificación dentro de ciertos límites.
Más allá de mi ámbito, me encantaría avanzar en la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas en los próximos años. Son diecisiete objetivos en los que todo está: erradicación de la pobreza, paz, educación… Y en mi ámbito, concretamente, agua limpia, a favor del clima, salud oceánica o vida submarina. Por supuesto, son objetivos muy ambiciosos y pedir una revolución puede ser excesiva, pero en los próximos años me gustaría cumplirlos o al menos acercarlos.
Yo soy optimista y, además de con las Naciones Unidas, con la Unión Europea, hay un objetivo de contaminación cero para 2050. Ya en el año 2000 se estableció la Directiva Marco del Agua, cuyo objetivo era alcanzar el buen estado de los mares para el año 2020. Han pasado esos 20 años y hemos visto que no hemos podido alcanzar el objetivo, pero se han dado grandes avances. Hay que reconocer que no hemos llegado, todavía hay contaminación en el 75-96% de los mares. Pero los avances son innegables. Por lo tanto, soy una esperanza, pero eso sí, es muy importante que todos hagamos un esfuerzo por alcanzar esos objetivos.