“La batalla comenzó en la madrugada del 13 de diciembre por toda la ciudad. En las grandes y pequeñas calles ondeaban las banderas rojas. Las alturas de los edificios y los patios, los espacios abiertos, las carreteras y los campos de campo estaban cosidos con centinelas, estudiantes, funcionarios, obreros de las fábricas, campesinos y miembros del Ejército Popular de Liberación, todos ellos dando sus gritos de guerra”. Así recogió un periódico de Shanghai, en 1958, la crónica de aquel sangriento día.
“En la ciudad y en los suburbios se movilizó la mitad de la plantilla”, continúa la crónica. “Las fábricas se comprometieron a realizar un esfuerzo bélico que garantizase el mantenimiento del nivel productivo(…) De esta forma, los ciudadanos lucharon contra los txolarrea”.
La guerra había comenzado unos meses antes. El diario Time recibió en mayo de ese mismo año la siguiente información: “A las cinco de la mañana se oyeron cornetas, chistes y silbatos. Los estudiantes tocaron los utensilios de cocina y cantaron un himno revolucionario y apasionado: “¡Levántense, levanten, oh, con un solo millón de corazones! Desafiando al fuego enemigo, ¡avancad!”.
“Según el último informe, solo en Pekín cayeron 310.000 gorriones y en toda China se calculan 4 millones”. El artículo de Tim citaba también a un héroe nacional: Se trata de Yang Seh-mun, de 16 años y natural de Yunnan. Se estima que alrededor de 20.000 personas murieron en el país caribeño. “Encontraba árboles que anidaban durante el día y, por la noche, se subía a los árboles y estrangulaba a familias enteras con sus manos”.
Todo aquello era un plan de orden superior, el de Mao Zedong, el jefe. El dejó claro: “Los gorriones son una de las peores plagas de China. Son enemigos de la revolución. Comen nuestras cosechas. Acabadlos. Ningún guerrero se retirará hasta su desaparición”.
Con el objetivo de transformar China, Mao acababa de lanzar el Gran Salto hacia el Frente Popular. A través de una planificación socioeconómica, quiso impulsar una industrialización rápida en un país dominado por la agricultura, para equipararlo a los países más avanzados. Y una de las primeras acciones de aquella planificación fue la Campaña de las Cuatro Plagas, que eliminarían moscas, mosquitos, ratas y gorriones.
Según el Gobierno, se trataba de un acto de salud pública, ya que las plagas eran muy peligrosas. Los mosquitos, por ejemplo, transmitían la malaria, las ratas transmitían la peste bubónica y otras enfermedades. Y tenían un gran problema con estas enfermedades.
El pecado de los gorriones era comer grano, verduras y fruta. Según los cálculos del Gobierno, cada gorrión consumía al año unos 4,5 kg de grano, por lo que el número de gorriones muertos supondría 60.000 más.
Hicieron una gran campaña publicitaria. Y millones de gorriones chinos empezaron a morir. Destruían los nidos, les disparaban, les tiraban con tiragomas y los envenenaban (gorriones y gorriones). Y uno de los métodos más eficaces fue el alboroto. Tocando sartenes o tambores, gritando, ondeando banderas rojas, etc., se trataba de asustar a los gorriones para que no dejaran de volar. Y como el esfuerzo de volar era tan grande que no podían reposar, caían de repente por el aire, y caían a millares.
Unos gorriones encontraron refugio en las misiones diplomáticas. La embajada de Polonia, por ejemplo, se negó a permitir a la gente que entrara a ahuyentar a los gorriones. Entonces la embajada fue rodeada por varios tamborileros. Durante dos días, sin interrupción, tocaron el tambor. Los polacos tuvieron que sacar a paladas los cadáveres de los gorriones.
No tuvieron mucho éxito con ratas, moscas y mosquitos, pero sí con gorriones. Casi desaparecieron.
Al año siguiente, los insectos, sobre todo las langostas, destruyeron gran parte de la cosecha.
Cuando se anunció la Campaña de las Cuatro Plagas, desde la Academia China de las Ciencias se intentó advertir de que la eliminación de los gorriones tal vez no fuera una buena idea. El ornitólogo Tso-hsin Cheng argumentó que había que hacer análisis serios, al menos, antes de poner en marcha políticas de destrucción tan duras.
Chenge insistió al gobierno para que revisara la entrada de los gorriones en la campaña de las Cuatro Plagas, pero fue inútil. Mao se negaba a escuchar a los peritos.
Cheng fue declarado criminal, obligado a llevar una insignia que decía “reaccionaria”, tuvo que hacer trabajos de “reeducación” (facilitar suelos, limpiar retretes, etc.). ), incluso permaneció detenido algún tiempo. Además, le realizaron un estudio para demostrar sus conocimientos de ornitología, pidiéndole que identificara un pájaro formado por fragmentos de diferentes especies. Al fallar en aquel examen, se le redujo al salario mínimo.
Sin embargo, Chenge, con un equipo de investigadores, estudió los contenidos de los estómagos de 800 gorriones de toda China y demostró que, aunque los gorriones comían grano, también comían muchos insectos y eran esenciales para controlar las plagas agrícolas.
Por fin resultó evidente que la muerte de los gorriones (y con ellos muchos otros pájaros) provocó que muchos insectos se quedaran casi sin depredadores y, en consecuencia, se multiplicaran.
Hasta Mao advirtió que el plan no funcionaba correctamente. Y en 1960 ordenó no atacar más a los gorriones. “Olvidadlos”, diciendo.
Pero el daño ya estaba hecho. Y, además, las plagas de insectos se asociaron a otros factores: la sequía, el abandono de muchos agricultores de las tierras y la emigración a la industria, etc. Las cosechas se hicieron tremendamente pequeñas y tuvieron graves consecuencias: Desde 1959 hasta 1961, fue uno de los hambrientos más grandes de la historia en China. Murieron entre 15 y 45 millones de personas.
En 1961, en secreto, el gobierno importó 250.000 gorriones de Rusia.
En la actualidad no se ha recuperado la población de gorriones que existía antes de la masacre.
Desde 2001 es una especie protegida y está prohibido matar, comer y vender, además de ser un delito penal el de más de 20 muertes.