En San Sebastián, las lluvias torrenciales del 30 de septiembre de 1907 no desbarataron la expectación de la gente reunida en Ulía. A una distancia de unos trescientos metros entre dos cumbres, se veían bien tendidos seis cables, de los cuales un barco de hierro era colgado para 18 personas. Un dispositivo espectacular, aquel que se iba a inaugurar ese día. Primer transbordador aéreo mundial para personas.
“La novedad que San Sebastián ha ofrecido este verano a su colonia es el transbordador aéreo de Ulía, que decía el diario madrileño La Correspondencia de España, el 27 de agosto de 1908, que va de la cima a la cima, llevando a los viajeros sin molestias a los acantilados. La plataforma, colgada de hilos metálicos, atraviesa un profundo cencerro. El viaje corto emociona”.
El inventor del transbordador aéreo de Ulía era Leonardo Torres Quevedo, ya famoso. Nacido en Cantabria en 1852, pasó su juventud en Bilbao. Su padre era de aquí. Como sus padres estaban ausentes por trabajo, vivió mucho tiempo en casa de sus familiares o amigos, sobre todo en casa de las hermanas Concepción y Pilar Barrenetxea. El último, además, le dejaba toda su fortuna a Leonardo.
Estudió ingeniería en Madrid y al finalizar sus estudios comenzó a viajar por Europa para conocer de cerca los últimos avances científicos y tecnológicos. La herencia de Barrenetxea le permitió viajar y hacer lo que más le gustaba: investigar y hacer inventos.
Se casa en 1885 y se instala en el pueblo cántabro de Portolín. Allí creó el primer transbordador. Una silla colgada de unos cables salía de casa a 200 metros de distancia y subía a un prado situado a 40 metros de altura, con la fuerza de un par de vacas. A partir de ahí, patentó en 1889 el transbordador aéreo para el transporte de personas. Al año siguiente lo presentó en Suiza, pero no tuvo éxito y sí provocó burlas en los medios locales.
Abandonó la idea de los transbordadores y se sumergió en el mundo de las máquinas algebraicas. En 1893, con 41 años, presentó su primer trabajo científico: “Memoria sobre las máquinas algébricas”. Era un trabajo teórico sobre calculadoras analógicas.
También se incorporó a la aeronáutica, ofreciendo en 1902 excelentes soluciones a algunos de los problemas de los globos guiados. Cuatro años después patenta el globo guiado en coche. En este diseño, el propio Torres Quevedo explicaba que “todos los elementos metálicos rígidos de las escorias, que además de pesar mucho, hacen muy difícil de conducir, se sustituyen por una viga de cuerda. [...] Al llenar el globo de gas, la presión tensa las cuerdas, lo que le da la misma consistencia que una estructura rígida. Una vez vaciado el globo, se puede recoger y transportar con comodidad”.
Los globos de Torres Quevedo tuvieron un gran éxito. Sobre todo años después, durante la Primera Guerra Mundial. Francia hizo más de 20, Reino Unido más de 60, Rusia cuatro, Estados Unidos seis y Japón uno.
Y los globos lo llevaron a otro gran invento. Preocupado por el riesgo de probar globos experimentales, inventó un sistema de control remoto. En 1903 presentó en la Academia de las Ciencias de París el telequino, el primer control remoto del mundo por radio. Tras diversas mejoras y pruebas en los próximos años, en septiembre de 1906, se exhibió en el puerto de Bilbao. Se congregó. Torres Quevedo dirigió una barca desde la terraza del Club Marítimo del Abra.
Tras esta exitosa demostración, en el mes siguiente, varias empresas vascas crearon en Bilbao la Asociación de Estudios y Trabajos de Ingeniería. El primer punto de las bases de la Asociación dejaba claro el objetivo: “Estudio y ejecución experimental de proyectos o invenciones presentados por don Leonardo Torres Quevedo”. Esta asociación impulsó el desarrollo del proyecto del transbordador en el monte Ulia de San Sebastián. Entonces sí, el transbordador tuvo éxito y se hicieron similares en varios países. El más famoso fue el Spanish Aerocar en las cataratas del Niágara. Actualmente sigue funcionando.
Torres Quevedo, de gran prestigio, creó el Laboratorio de Mecánica Aplicada del Estado español. Posteriormente se convertiría en Laboratorio de Automática, ya que Torres Quevedo abriría este nuevo campo de la ingeniería. En 1914 publicó Ensayos sobre Automática. En este trabajo, Torres Quevedo decía que los autómatas serían capaces de tomar decisiones. Además, introdujo antecedentes para la realización digital de operaciones aritméticas y citó la máquina analítica de Charles Babbage, indicando que falló por el mero uso de procedimientos mecánicos.
Ese mismo año presentó el autómata Ajedrecista. Aquella máquina era capaz de actuar contra un ser humano en un ajedrez muy simplificado. La máquina movía una torre y el rey, y el contrario sólo el rey. La máquina respondía en función de los movimientos del contrario y siempre llegaba al mata de ajedrez. Además, no se podía hacer la trampa; si el contrario realizaba algún movimiento incorrecto, el autómata protestaba y tres veces se apagaba.
La máquina provocó una gran admiración. Pero aún más Torres Quevedo lo daba. En 1920, con 68 años, presenta el aritmómetro electromecánico. Era un dispositivo capaz de realizar operaciones aritméticas, conectado a una máquina de escribir. La operación pretendida se escribía en la máquina de escribir, calculaba las máquinas y escribía el resultado en la máquina de escribir automáticamente. Muchos creen que fue el primer ordenador.
ARAMBERRI, J. (): “Torres Quevedo, el otro Leonardo”. Euskonews and Media.
GONZÁLEZ REDONDO, S.A. (2008): Leonardo Torres Quevedo, el más prodigioso inventor de su tiempo“. CIC Network
ITURRALDE, M. (2015) “Un funicular español en las cataratas del Niágara”. El Correo
VELASCO, J.J. (2011): “Historia de la tecnología: El ajedrecista, el abuleo de Deep Blue”. Hipertextual
VELASCO, J.J.(2013): “Leonardo Torres Quevedo, un español adelantado a su tiempo”. Blogthinkbig.com