Julio Ortiz de Barrón

Etxebeste Aduriz, Egoitz

Elhuyar Zientzia

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Ed. Manu Ortega/CC BY-NC-ND

A Ane Miren Ortiz de Barrón se le nota que admira a su abuelo Julio. Por eso vino a Elhuyar a contar la historia de su abuelo. Según su nieto, el abuelo Julio era un hombre amable y amable, pero no sólo eso, era muy claro y un inventor nato. Entre otros, inventó y patentó uno de esos regadíos rotativos que hoy en día estamos acostumbrados a ver en jardines y huertas. "Tenía sentido inventor, había inventado cosas propias, no había aprendido en ningún sitio", dice Ane Miren.

La verdad es que Ane Miren no pasó mucho tiempo con su abuelo, ya que tras el batallón de Avellaneda en la guerra su padre tuvo que emigrar a Venezuela con su mujer y sus dos hijas. Ane Miren nació en Caracas. "Todos los años veníamos a Bilbao a los abuelos", recuerda Ane Miren. Hasta que su abuelo enfermó: "Entonces, mi madre decidió, porque amaba muchísimo a su suegro, que íbamos a vivir a Bilbao. Entonces los abuelos vivían en la calle del Licenciado Poza y estuvimos un año con el abuelo hasta que murió".

Julio Ortiz de Barrón, de nacimiento alavés, nació en Barrón en 1878 y pasó su infancia en Fresneda. Su padre tenía allí viñedos, oficio de vinificación. "Mi abuelo contaba que de niño iba con burro a vender vino. Y cuando se aburre, emborracharía el burro". Ane Miren quiere demostrar que su abuelo tuvo una vida muy sencilla y que no tuvo estudios ni educación especial.

De joven se traslada a vivir a Bilbao. Se instala en una pensión y se enamora de la hermana del dueño del alojamiento, Julia Araluce. Se casaron en 1902.

Sabía algo de mecánica y gracias a ello empezó a trabajar como chófer en Udalla (Cantabria) para los dueños de una fábrica de anís de allí, para los señores Ocejos. Y tras varios años de vida en el Ayuntamiento, fueron a Getxo, a Las Arenas. Se instaló una tienda bajo la casa. La vida la hacían en esa tienda, tenían también la cocina, y sólo subían a dormir.

Más tarde Ortiz de Barrón tomó el negocio de las casetas de la playa. Eran casetas para dos o cuatro personas, pintadas de blanco y verde. "Como decía su tío José Luis eran muy bonitos", dice Ane Miren. Disponían de terrazas con toldos y un perchero de madera en la orilla, donde las mujeres utilizaban las batas blancas de baño de felpa para ir hasta la orilla, donde les esperaban.

En una noche trágica todas las cabañas se quemaron. Fue un duro golpe para la familia, una gran pérdida. Vendieron la tienda y se trasladaron al barrio de Itzubaltzeta. Junto a ellos tenían un caballero, José Luis contaba "con caballos espectaculares y bien alimentados", utilizados por los ricos de Neguri para jugar al polo en las campas de Lamiako.

En aquella época aproximadamente Ortiz de Barrón realizó su mayor invención: el regadío giratorio. "Aparato giratorio para el riego de jardines y huertas" en la portada del folleto de la patente. Dentro vienen las explicaciones. "Puede producir un efecto de lluvia intensa o fina, dependiendo de la planta que se quiera regar", dice el primer punto. Más adelante, destaca la ventaja de ser portátil, ya que gracias a ello se podían fundar varios campos de cultivo con un solo dispositivo. Y según la presión del agua también explicaba que regaba tanta circunferencia: "Circunferencia de 26 metros en Bilbao; 30 metros en Las Arenas; 28 metros en Santander; 30 metros en Madrid, Retiro". "Este dispositivo puede dar una vuelta por minuto o hasta cuatrocientos con las alas ajustadas", dice unas líneas más abajo. Y "es tan simple que el dispositivo está a disposición de quien quiera regar".

Parece que este invento tuvo bastante buena acogida. Ganó premios y empezaron a instalarse en mil sitios. Pero llegó la guerra y la situación familiar de los Ortiz empeoró. "Julio no pudo hacer frente a la inversión en fabricación de la invención, publicidad, patentes francesas y españolas, etc.", afirma Ane Miren, "y al final no pudo renovar sus patentes". Allí terminó la conexión entre los pulverizadores tan habituales en la actualidad y Julio Ortiz de Barrón.

La familia guarda el folleto informativo de esta patente en forma de un tesoro. Y también guardan los recuerdos de su abuelo. Pero el abuelo Julio ha dejado en la familia algo más que un buen recuerdo, según Ane Miren. "Ese don fue heredado por sus hijos. Recuerdo a mi padre arreglando todos los relojes, y la tele sabía arreglar todo lo que se rompía y no aprendió mecánica o nada así, era economista. Y tengo un sobrino que arregla todo lo que se rompe en casa desde muy joven".

Así era también el abuelo Julio, que inventó en su casa una máquina de hacer cigarrillos, "dicen que era pequeña, muy rápida y muy fácil de usar", dice Ane Miren. O "a mi madre, a su nuera, le hizo la cocina eléctrica para poder calentar el biberón de mi hermana, para no tener que encender la cocina de carbón".

Su madre le cuenta a Ane Miren que su abuelo tenía pasión por sus nietos. Las dos hermanas mayores de Ane Miren, nacidas en Bilbao, se las llevaba todos los días al parque y luego al bar, a comer aceitunas, porque eran buenas para hacer hambre. Ahora los nietos también hablan con amor de su abuelo. Se nota que admiran a su abuelo Julio.

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