Joan Feynman. Aclare las leyes del cielo sobre las leyes de la sociedad

Etxebeste Aduriz, Egoitz

Elhuyar Zientzia

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Ed. Manu Ortega Santos/CC BY-NC-ND

Sentado en una silla, lloraba, muy afligido. Tenía aún ocho años. Y no podía comprender por qué él no podía hacer lo que su hermano hacía. Pero su madre se lo había dejado claro: “Las mujeres no pueden hacer ciencia porque no están hechas para eso”.

Jehan no podía aceptarlo. Los padres siempre animaban a su hermano y a ambos a interesarse por todo lo que les rodeaba. Ellos no tuvieron oportunidad de estudiar, pero eran muy aficionados a la ciencia y leían todo lo que podían. Y no tenían ninguna duda de que Richard, su hermano, fuera científico.

Su hermano no veía ningún problema en que su hermana aprendiera la ciencia. Tenía nueve años más y cuando Joan tenía dos empezó a enseñarle matemáticas. A los cinco años, le contrató como ayudante de laboratorio de electrónica de su aula por dos céntimos a la semana.

Su hermano le enseñó lo asombroso que era que el perro de la casa, el aparato para hacer gofres, y que Jehová estaba hecho de átomos. Le tomaba la mano, se la colocaba en el borde de un cuadro y le hacía repetir, mientras hacía un triángulo recto: “La suma de cuadrados de catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa”. Jehan no entendía nada, pero le encantaba recitar lo que su hermano recitaba como un poema.

Una noche lo sacó de la cama y lo condujo a un campo de golf cercano en busca de la oscuridad. Se quedó estupefacto ante los bailes de luz que se veían en el cielo oscuro. “Es una aurora boreal —le dijo su hermano—, nadie sabe cómo suceden”.

Criado en aquel ambiente, fue un golpe terrible saber por boca de la madre que su sueño era imposible, que no podría ser científico. Y estaba desesperado hasta que cumplió los 14 años, cuando su hermano le regaló un libro de astronomía.

Era un libro de texto de la universidad. Empezaba a leer, se trababa y volvía a empezar. Estuvo así durante meses, pero continuó. Y “407. Cuando llegué a la página encontré un gráfico que cambió mi vida”, contaría más tarde. Incluso al cabo de muchos años, cerraba los ojos y recitaba de memoria el pie del gráfico de aquella página: “Intensidades relativas de la línea de absorción de Mg+ en el angstrom 4.481… Fuente: ‘Atmósferas de estrellas’, de Cecilia Payne.

-¡Cecilia Payne! Era una prueba científica de que una mujer era capaz de escribir un libro que pudiera citarse en un texto de ese tipo”.

Al ver que tenía esa vocación, al final, sus padres decidieron ayudarle. Estudió física en la Universidad Oberlin College en 1944. Solo había dos mujeres más, y no fue fácil. Tuvieron que sufrir discriminaciones y más de una injusticia. Sin embargo, Joan Feynman consiguió completar sus estudios.

Cuando llegó el momento de elegir el tema para su tesis doctoral, dudó entre la relatividad y la física de los sólidos. Cuando consultó a los profesores, no le ayudaron mucho. Uno de ellos le dijo que lo mejor que podía hacer era investigar las telas de araña, que se las encontraría mientras las limpiaba.

Eligió la física de los sólidos y realizó la tesis titulada “Absorción de la radiación infrarroja en cristales con estructura en diamante”. Pero después no encontró trabajo. Tuvo también un hijo y parecía que tocaba ser madre y ama de casa.

Así lo hizo. Durante tres años, un día, mientras tiraba el escurridor por la ventana de la cocina, se dio cuenta de que necesitaba ayuda. Afortunadamente, el terapeuta acertó bien el remedio: volver al trabajo.

Aunque parecía difícil, Lamont lo intentó en el Observatorio, a unos 30 km de su casa. Y le ofrecieron tres proyectos interesantes. Eligió el geomagnetismo. Para compatibilizarlo con el cuidado de los niños, comenzó a trabajar a media jornada, investigando cómo el viento solar afecta al campo magnético de la Tierra.

Entre otras cosas, descubrió la forma de la magnetosfera. Además, se dio cuenta de que las auroras boreales pueden estar relacionadas con la interacción del viento solar y la magnetosfera. Aquello le apasionaba y tenía ganas de contárselo a su hermano. Pero pensó que si se lo contaba a su hermano, que era tan inteligente, iba a descifrar el misterio antes que él. Entonces le ofreció un trato: “Mire, no quisiera competir entre sí, así que repartamos la física entre nosotros. Yo cogeré las auroras y tú cogerás el resto del universo”. Y mi hermano lo aceptó.

Se dedicaba a la investigación más puntera. Sin embargo, en 1971 se produjo la recesión económica de Estados Unidos, que le llevó a la destrucción de empleo.

Una vez más, ama de casa. Y de nuevo la depresión.

Ed. Manu Ortega Santos/CC BY-NC-ND

Desesperado, pidió al rabino que le permitiese asistir a las reuniones que él mismo organizaba para los desempleados. Éste le acusó de egoísmo por tratar de encontrar un empleo cuando tantos hombres estaban sin trabajo.

Finalmente, fue trasladado al Centro Nacional de Investigación Atmosférica de Boulder (Colorado). A partir de ese momento, decidió “perseguir fondos de investigación por todo el país, como los laponianos detrás de los ciervos de nieve”. Fue a Washington, a la Fundación Nacional de las Ciencias, luego al Departamento de Física de la Universidad de Boston y, finalmente, en 1985, al Jet Propulsion Laboratory de la nasa.

En este recorrido, realizó numerosos estudios y descubrimientos. Estudió, entre otras cosas, las manchas solares y los ciclos del Sol, y la influencia de estos ciclos en el clima. También hizo modelos predictivos de cómo afectan a los satélites las partículas procedentes del sol.

Y explicó cómo se producían las auroras; utilizando los datos del satélite Explorer 33, demostró que los campos magnéticos del viento solar ocurren cuando afectan al campo magnético de la Tierra.

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