El dulce descubrimiento de Constantin Fahlberg

Etxebeste Aduriz, Egoitz

Elhuyar Zientzia

constantin-fahlberg-en-aurkikuntza-gozoa
Ed. Manu Ortega/CC BY-NC-ND

Llevaba todo el día metido en el laboratorio, trabajando a tope. Las horas pasaron en el aire y hasta muy tarde no se dio cuenta de que todavía no había cenado. Lo dejó todo igual y salió a la cafetería a la baja velocidad. Quizás todavía le darían algo para cenar.

Pidió la cena y se sentó en la mesa. Quitar parte del pan y ahora. Estaba dulce. Era raro, pero, quién sabe, quizá algún pan dulce. Cogió un poco de agua y con la servilleta secó el bigote. ¡Sorprendente, el paladar estaba más dulce que el pan! No sabía qué pensar, cogió de nuevo la copa y otro más. ¡Esta vez parecía almíbar! De repente se dio cuenta de lo que estaba pasando. Exploró el pulgar en busca de pruebas y sí, ¡estaba más dulce que el dulce que probó nunca! Él estaba disfrutando de todo lo que tocaba: copa, servilleta, pan.

Constantin Fahlberg pensó en el origen de su dulzura en los dedos. Estaba claro: sin saberlo, creó en el laboratorio un nuevo compuesto mucho más dulce que el azúcar. Y como salió del laboratorio sin lavarse las manos...

La cena se dejó y volvió corriendo al laboratorio. Alterado, comenzó a probar todo lo que había en los matraces, tubos de ensayo y bandejas de su mesa. Afortunadamente no había nada tóxico o venenoso. Y allí lo descubrió: en aquel matraz, que permaneció hervido durante mucho tiempo, el ácido ortosulfobencénico reaccionó con cloruro de fósforo y amoniaco, dando lugar a la sulfimida benzoica. Esa era la sustancia que disfrutó de aquella noche de Fahlberg. Anteriormente ya lo había sintetizado con otro método, pero por supuesto, nunca se le había ocurrido degustar.

Era curioso que en la vida de Fahlberg apareciera otra vez una sustancia dulce. Un par de años antes, en 1877, una compañía de Baltimore que importaba azúcar contrató al químico ruso para analizar el azúcar incautado por el gobierno estadounidense por problemas de pureza. La compañía también contrató al químico de la Universidad Johns Hopkins, Ira Remsen, para que Fahlberg realizara los estudios en su laboratorio. Además de estudiar el azúcar, Remsen le autorizó a utilizar este laboratorio para sus investigaciones. Fahlberg se sintió a gusto trabajando allí y le dijo a Remsen que le gustaría integrarse en su equipo. Remsen lo contrató a principios de 1878.

Remsen investigaba los derivados del alquitrán de hulla y Fahlberg empezó a hacerlo. Realizó numerosos descubrimientos, pero sin aplicaciones ni valores comerciales. Pero aquella sustancia dulce era otra cosa.

Fahlberg y Remsen empezaron a trabajar con esta sustancia. Purificación, determinación de la composición química, estudio de sus características, búsqueda de los mejores métodos de síntesis. Y en febrero de 1879 publicaron conjuntamente un artículo en el que presentaban dos métodos de síntesis de sulfimida benzoica. También decían que era "más dulce que el azúcar de caña". "Cuando publicamos, la gente se reía como una broma científica", relató Fahlberg en una entrevista posterior de la revista Scientific American. "Criticaron que aquel trabajo no tenía ningún valor práctico".

El propio Remsen tampoco tenía mucho interés en las posibilidades comerciales de este compuesto, algo que no le gustaba, que era un aficionado a la ciencia pura y cuyo único objetivo era el avance de la ciencia. Fahlberg tenía otras intenciones. Deja el laboratorio de Remsen y sin decirle nada patenta la sulfimida benzoica: La llamó "Sacarina de Fahlberg", jugando con los saccharum latinos (azúcar). También patentó un nuevo método para producir sacarina en grandes cantidades y a menor precio. Fahlberg se presentaba como único descubridor de la sacarina sin hacer mención a Remsen. A la vista de ello, Remsen se enfadó, no porque quería dinero, sino porque quería que le reconociera su parte en ese descubrimiento.

Pero Fahlberg siguió en él. De repente se convirtió en uno de los químicos más prestigiosos de la época. Fahlberg y su sacarina aparecieron en la prensa estadounidense y europea. Y empezó a rellenar el buzón: "Recibía hasta 60 cartas al día. La gente quería muestras de sacarina, un autógrafo mío, o mi opinión en algún tema químico, ser socio, comprar mi descubrimiento, ser agente mío, entrar en mi laboratorio, etc.".

La primera producción de sacarina se puso en marcha en Alemania. "Me gustaba empezar en este país [Estados Unidos] porque es mi casa, pero debido a los altos precios de la mano de obra cualificada y de las materias primas necesarias para fabricar la sacarina, yo y mis amigos rechazamos esta idea", decía Fahlberg.

Sin embargo, en pocos años abrió una tienda en Nueva York. Él y un trabajador producían 5 kg de sacarina al día. Vende en forma de polvos o pastillas, con un gran éxito. Se utilizaba para añadir a las bebidas y como conservante de los alimentos de lata. Los médicos prescribían el tratamiento de dolores de cabeza, náuseas, obesidad, etc. Y para los diabéticos también era excelente. Fahlberg se enriqueció.

A medida que el consumo de la sacarina aumenta, las preocupaciones sobre su seguridad comienzan a aumentar. Pero Fahlberg estaba tranquilo en ese sentido. Prueba realizada en 1882: Tomó 10 g de sacarina y descubrió que durante las siguientes 24 horas no tuvo efectos secundarios nocivos y que casi toda la dosis pasó a la orina sin metabolizarse. Por lo tanto, estaba demostrado que la sustancia no entraba en peligro.

P.S: La anécdota del descubrimiento es la versión narrada por Constantin Fahlberg en la revista Scientific American el 17 de julio de 1886. Otra versión es que Ira Remsen encontró la sacarina de la misma manera (yendo del laboratorio a cenar a casa sin lavarse las manos).

Babesleak
Eusko Jaurlaritzako Industria, Merkataritza eta Turismo Saila