Hay árboles de estas características en el País Vasco, aunque no son de muchos años, y muchos de ellos se emparraron en una época: se llaman árboles trasmochos o cortos. Este tipo de árboles son fruto de la historia de nuestros bosques.
Hasta la Edad Media la silvicultura no tuvo tanta importancia en el País Vasco, pero sí en el XIII. A partir del siglo XX la demanda de madera comenzó a aumentar, sobre todo para su uso en la construcción, la siderurgia y la industria naval. A lo largo del tiempo y sobre todo por la importancia que adquirieron la siderurgia y la construcción naval, los bosques empezaron a explotarse con dureza. Los árboles se cortaban por el límite de la tierra y, como en algunos años de nuevo se formaban nuevos brotes, obtenían madera utilizable: se llamaban charadis.
El principal problema de esta forma de gestión era la construcción de cercados en la zona para evitar que se comieran nuevos brotes, lo que provocó numerosos enfrentamientos entre quienes pretendían explotar la madera y promover la ganadería. En consecuencia, surgió una nueva forma de gestionar los árboles: árboles trasmochos o cortos. Se cortaban a una altura de 2-3 m y como los nuevos brotes se desarrollaban por encima de esa altura, los ganaderos podían dejar los animales en el monte y a la vez explotar la madera. De esta manera se daba solución a muchas actuaciones, por lo que la gestión de los árboles se extendió a muchos pueblos. Por ello, en nuestros montes podemos disfrutar de numerosos bosques de árboles cortos o trasmochos.
Al igual que se protegen las antiguas figuras y edificios, ¿por qué no se deben proteger también estos árboles antiguos? Son restos de la historia y los últimos restos de una vida que está a punto de perderse. Los árboles situados en los valles bajos se utilizaban para la industria naval y los que quedaban lejos para formar carbón vegetal: los productores de árboles de corta porte que podemos encontrar en nuestras altas montañas fueron carboneros. En el monte pasaban días y días cuidando la txondorra. En la actualidad, sin esta actividad, este tipo de árboles están en peligro de extinción, tanto por la pérdida de los viejos como por la ausencia de nuevos. Pero además de ser los últimos vestigios de esta forma de vida, estos árboles también son zonas de alto valor ecológico.
El proceso de putrefacción lo inician los hongos y algunos invertebrados también ayudan. Se convierte así en el inicio de una larga cadena. A lo largo de este proceso se generan una gran variedad de microhábitats en los que conviven numerosos seres vivos especialistas como hongos, invertebrados y aves asociadas. Los orificios que se crean son utilizados por los animales para pasar el invierno o el verano (por ejemplo, los lirones) y para cazar (por ejemplo, las arañas). La base de este tipo de cadenas son los árboles viejos, que al ser un hábitat protege la flora y fauna asociada. En Suecia, por ejemplo, protegen una superficie de 3 ha, protegen 400 especies de la Lista Roja.
Por otro lado, la madera muerta se pudre y se convierte en materia orgánica, por lo que el árbol se "recicla" y, para volver al árbol, desarrolla raíces desde la parte superior del tronco hacia abajo.
Los principales problemas que se pueden observar a la hora de gestionar estos árboles son su alta y elevada copa, y en algunos casos la competencia de los árboles jóvenes y la compactación del suelo. Los antiquísimos no enmascarados desarrollan grandes ramas que pierden el equilibrio. Por ello, un viento o una lluvia intensa puede derribar árboles o romper ramas. La única manera de hacer frente a este problema es retomar el árbol, con el objetivo de traer el centro de gravedad hacia abajo, para lo que es necesario ir reduciendo progresivamente la copa de arriba a abajo, de nuevo alrededor del tronco hasta conseguir el equilibrio. Estas cortas dependen del estado del árbol, y una vez logrado el equilibrio es necesario seguir con el disfraz.
Antes de comenzar con la reducción de la copa hay que observar qué hay alrededor del árbol que se va a trabajar. En nuestros montes, a menudo hay numerosos árboles trasmochados, y conviene realizar la reducción de la copa en grupos, ya que lo que se ha disfrazado puede quedar sin luz.
En algunos casos, el problema son las plantas jóvenes que se encuentran alrededor. Al ser árboles viejos, son muy sensibles a la competencia que pueden hacer los vecinos y la falta de luz puede matarlos fácilmente. En estos casos se eliminan todas las plantas jóvenes que rodean el viejo árbol mediante una especie de anillo. Sin embargo, se trata de un trabajo a realizar de forma gradual, ya que los rayos solares pueden quemar la superficie del árbol. Para evitarlo hay que realizar una limpieza gradual de la zona (haciendo unas pequeñas anillas alrededor del árbol) desde fuera hasta llegar al árbol.
El sistema radicular de estos árboles es también muy sensible y la excesiva compresión del terreno puede matar al árbol. Por ello, el sistema radicular debe protegerse mediante la colocación de cerramientos o la colocación de obstáculos alrededor del árbol.
Como ya se ha comentado, los árboles viejos son el hábitat de un gran número de patrimonios culturales y especies amenazadas que, para mantener sus poblaciones, necesitan de otros árboles con características propias de los árboles viejos. Además, muchas de estas especies no son capaces de recorrer largos caminos, por lo que para que la población continúe necesita de hábitats adecuados para ellos. Se ha visto que la vía más rápida para conseguirlo es el entramado de plantas jóvenes arbóreas, y para ello, al igual que hacían los carboneros, hay que seguir una serie de pasos: primero hay que collar el árbol joven y después introducirlo en un ciclo de disfrazado.
Sin embargo, hasta que los jóvenes árboles trasmochados lleguen a ser aptos para estas especies, pasarán muchos años y, para superar este salto intergeneracional, habría que intentar mantener vivos los viejos árboles existentes.
Sin embargo, las zonas de alta densidad de árboles viejos son más importantes que los árboles aislados, siempre desde el punto de vista animal y vegetal en peligro. La abundancia de árboles garantiza la existencia de numerosos rincones, los microorganismos que necesitan microhábitats específicos tienen más posibilidades de desarrollar poblaciones más sostenibles, un grupo de árboles da mayor protección ante los cambios que un aislado y un grupo de árboles aporta más información sobre el pasado que un solo árbol.
Por todo ello, tenemos la oportunidad de mirar con otros ojos a estos grupos de árboles viejos que tenemos en Euskal Herria. Tener una densidad tan alta nos permite aprender haciendo pruebas ante muchos países europeos.
Gracias, Iñaki y Arturo, por permitirnos entrar en este mundo.