Teniendo en cuenta la expansión y crecimiento que ha experimentado desde su nacimiento, no es posible negar el éxito de nuestra especie. Ha sido capaz de adaptarse a todos los hábitats y ha demostrado una enorme capacidad para explotar los recursos locales y acondicionar el entorno. Así, ha transformado el planeta más que cualquier otro ser vivo.
Sin embargo, el crecimiento y la explotación desproporcionada de los recursos han producido efectos negativos significativos como la pérdida de biodiversidad, el cambio climático, las guerras y migraciones hacia recursos (energía, agua, alimentos), la pobreza y la discriminación...
Para hacer frente a esta situación, además de las medidas adoptadas por los individuos y los responsables locales, las instituciones internacionales han puesto en marcha importantes proyectos como los Objetivos de Desarrollo del Milenio, la Conferencia Mundial de Derechos Humanos, el Convenio de la Biodiversidad, la Agenda 21 y el Protocolo de Kioto.
Todas ellas, por su buena intención, no han cumplido sus objetivos. Entre las causas del fracaso, la mayoría de los expertos destacan dos. Por un lado, la falta de compromiso de determinados países y, por otro, el hecho de que los litigios que se pretenden resolver no estuvieran relacionados entre sí. Como consecuencia, los proyectos han quedado cortos.
Para el investigador de la Universidad de Hawai, Camilo Mora, sin embargo, entre las razones por las que se ha fallado hay una que prácticamente nadie menciona, más aún, para Mora la razón principal es la negativa a proponer soluciones a la población para tomar medidas. Lidera el Laboratorio Camilo Mora para investigar la relación entre la actividad humana y la biodiversidad y expone su opinión en un artículo publicado recientemente en la revista Ecology and Society (Revisiting the environmental and socioeconomic effects or population growth: a fundamental but fadding issue in moder scientific, public and political clcires).
No son sólo palabras de un experto; los datos de organismos internacionales y de investigadores independientes confirman lo dicho por Mora. Mientras el número de especies amenazadas aumenta, nuestra especie no deja de crecer. Es más, en las últimas décadas ha acelerado el ritmo de crecimiento: Hemos pasado de 1.000 millones en 1800 a 7.000 millones y, según estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en 2050 llegaremos a 9.600-12.300 millones con una probabilidad del 80%. Los recursos, por su parte, son limitados y no se reparten por igual entre todos, prueba de ello es que actualmente más de 1.000 millones de personas sufren pobreza extrema y hambre.
En sus predicciones anteriores, los expertos coincidieron en que la población alcanzaría en este siglo cerca de los 9.000 millones, momento en el que se estabilizaría. Ahora la previsión de la ONU ha anulado los cálculos anteriores. De hecho, ha anunciado una probabilidad del 70% de no estabilizar la población en este siglo.
La ONU espera que el mayor crecimiento se produzca en África, ya que espera cuadruplicar su población (de los 1.000 millones actuales a unos 4.000 millones). Espera menos cambios en otras partes del mundo. Asia, por ejemplo, cuenta en la actualidad con 4.400 millones de habitantes y prevé que una vez alcanzados los 5.000 millones en el año 2050, la población empezará a perder. Norteamérica, Europa, América Latina y el Caribe continuarán con menos de 1.000 millones de habitantes cada uno.
Ante esto, Mora cree que la preocupación por la sobrepoblación es, en general, demasiado “difusa” y que las instituciones no le dan la importancia suficiente. Por ejemplo, denuncia en el artículo que la Organización Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) apenas menciona aspectos como el crecimiento poblacional o la planificación familiar. Las autoridades tampoco consideran el exceso de población y la planificación familiar a la hora de proponer medidas para mejorar la salud y el bienestar de la población.
Según Mora, “es muy probable que la superpoblación esté fuera de la agenda científica, en parte porque la gente sabe poco sobre el tema y no tiene mucho interés”. Además, aporta datos que demuestran que el interés se ha ido reduciendo: En Estados Unidos, en 1992, el 68% de la población consideraba que el crecimiento de la población era un problema urgente, en el año 2000 tan sólo el 8%, y en las últimas encuestas ni siquiera aparece. “Desgraciadamente, el interés limitado de la gente trae consigo una iniciativa política limitada”, afirma Mora. Prueba de ello es que el porcentaje de subvenciones internacionales destinadas a la planificación familiar ha disminuido del 55% al 5% entre 1995 y 2005.
Por un lado, la falta de interés por el tema y la disminución de las subvenciones a proyectos de planificación familiar, y por otro lado, el crecimiento de la población en los países en vías de desarrollo, hacen que Mora no cree que la población mundial se estabilice de forma espontánea. Además, advierte que el crecimiento de la población no se circunscribe a los países en vías de desarrollo: señala que más de un candidato que se presentó en las elecciones a la presidencia estadounidense tenía entre 5 y 7 niños. “Esto demuestra que el problema no es sólo de los países en vías de desarrollo, sino que las causas profundas no son sólo la pobreza y la falta de educación”.
De hecho, se ha demostrado en muchos lugares que a medida que se eleva el nivel educativo y, sobre todo, a medida que se logra la escolarización de las chicas, aumenta la edad de su primer embarazo y disminuye la natalidad. Para Mora, sin embargo, esto no es suficiente para limitar el crecimiento de la población, y prueba de ello es la tendencia de los ricos políticos estadounidenses. Mora cree que la religión puede influir en ello: En Estados Unidos, a partir de la década de 1970, la confianza en la ciencia ha disminuido, sobre todo entre quienes acuden a la iglesia con frecuencia. A esto se suma el nacionalismo, que parece que temen que, con pocos niños, el país pierda su capacidad militar y tecnológica. Por tanto, las razones por las que se desestima el crecimiento de la población son más profundas de lo previsto y difíciles de cambiar.
Para combatir el escepticismo con la superpoblación, Mora ha destacado sus consecuencias, desde el desempleo hasta la pérdida ecológica. Por ejemplo, en la próxima década faltarán 640 millones de puestos de trabajo en todo el mundo, según la Oficina del Censo de Estados Unidos. La deuda pública también será un problema. En cuanto al bienestar, no cabe duda de que el rápido crecimiento de la población sólo perjudica: favorece la extensión de enfermedades infecciosas, aumenta el número de trabajadores sexuales, favorece las migraciones, genera desequilibrios sociales... Por otra parte, el agotamiento de los recursos también tendrá consecuencias dramáticas.
Además de estos aspectos que nos afectan directamente a las personas, Mora también ha mencionado dos cuestiones que afectan al resto de seres vivos: la catástrofe ecológica, directamente relacionada con el agotamiento de los recursos y el cambio climático. Una frase resume perfectamente la opinión de Mora: “la solución definitiva no sólo implica una menor huella ecológica, sino también una menor huella o huella”. Es decir, que hay que reducir también los que dejan huella.
Precisamente recientemente ha publicado su último informe, el quinto, la Organización Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC). Para la elaboración del informe, expertos internacionales independientes han analizado más de 30.000 investigaciones cuyos efectos son claros: el hombre influye directamente en el cambio climático y si no se detiene, los daños serán graves, generalizados y irreversibles, tanto en las personas como en los ecosistemas.
Entre los numerosos datos que han llevado a esta conclusión, los ponentes han matizado que la mayoría de los afectados no han sido los principales causantes del cambio climático. De hecho, hasta hace poco la población de países no industrializados está sufriendo las consecuencias más graves del cambio climático.
Además de recoger datos y extraer conclusiones, el IPCC ha emitido recomendaciones para frenar el cambio climático. Objetivo: Alcanzar en el mundo una temperatura 2 ºC superior a la del inicio de la industrialización, en el XXI. A finales del siglo XX. Esto supondría una reducción de emisiones de gases de efecto invernadero del 40-70% para el año 2050 y del 100% para el año 2100. Para conseguirlo, dicen que las medidas deben ser de todos los niveles, es decir, de los locales a los globales, y de dos tipos, que buscan adaptarse a la situación y que tienen como objetivo reducir las emisiones.
No obstante, entre las recomendaciones no se menciona la necesidad o no de frenar el crecimiento de la población. Por lo tanto, para los que comparten la visión de Mora, es muy probable que las recomendaciones del IPCC no sean suficientes para hacer frente al cambio climático.
Pero, teniendo en cuenta todo lo anterior, ¿es realista pedir medidas para limitar la población? Ibon Galarraga, subdirector del BC3 para la investigación del cambio climático, está en negativo. Aun reconociendo que la superpoblación es uno de los principales factores que inciden en el cambio climático, la posibilidad de implantar políticas de reducción de población genera muchas dudas: “No me parece realista y además éticamente tampoco es aceptable. ¿Qué debemos hacer: pedir a los habitantes de los países en desarrollo que tengan un solo niño, como China? ¿O tenemos que decir a los africanos que no inviertan en salud? XIX. Desde el siglo XX sabemos, de la mano de Malthus, que el crecimiento poblacional puede ser un problema de desarrollo, pero todas las políticas puestas en marcha hasta la fecha para frenar ese crecimiento han fracasado”.
Es más, según un estudio publicado recientemente en la revista PNAS, reducir la población no es una solución eficaz para solucionar los problemas medioambientales. Este estudio, publicado por investigadores de la Universidad de Adelaida (Human population reduction is not a quick fix for environmental problems), señala cinco tipos de daños humanos al medio ambiente: transformación del suelo a través de la agricultura, la silvicultura y el urbanismo; caza y pesca; introducción de especies extrañas; contaminación y cambio climático. A todos ellos se suma la interacción entre ellos.
Afirman que la presión sobre el medio ambiente se vería reducida si la población es menor y consideran imprescindible un análisis crítico para estabilizar el tamaño de la población. Los investigadores creen que no se puede decir cuál es la medida más adecuada, ya que depende de los avances tecnológicos y sociológicos, pero, al igual que Mora, creen que la superpoblación se ha visto afectada y que las medidas que se han propuesto hasta ahora han fallado.
Así, se ha calculado el tamaño de la población en el año 2100 en función de las diferentes circunstancias. Por ejemplo, la implantación de una política monoparental en todo el mundo supondría que en el año 2100 la población sería similar a la actual, manteniendo la tendencia de la mortalidad. Y si a mediados de siglo se produjera una catástrofe y en 5 años se produjeran 2.000 millones de muertos, la población a finales de siglo sería de 8.500 millones.
Es decir, ni una planificación familiar extrema ni una catástrofe serían efectivas para reducir la población. Por lo tanto, se ha llegado a la conclusión de que es más adecuado tomar otras medidas en beneficio del medio ambiente. Entre ellos se encuentran la minimización de la huella ecológica a través de innovaciones tecnológicas y sociales, el diseño de vías claras de protección de ecosistemas y especies, la reducción del consumo y el tratamiento del tamaño de la población como cuestión de largo plazo.
Sin embargo, advierten que todo ello no debe ser una excusa para no intentar reducir la fecundidad: “De esta manera se pueden evitar millones de muertes a mediados de siglo y, probablemente, el Homo sapiens se quedará con un planeta más habitable”.