A lo largo de los años se ha considerado que la principal razón para que las gallinas (Gallus gallus domesticus) jueguen agresivamente con otras gallinas podría ser la falta de espacio entre ellas. Al igual que los humanos, cada gallina tendría a su alrededor una zona denominada “distancia personal”, y si alguna otra gallina entrara dentro de ella, atacaría esta invasión (McBride, 1971).
Así pues, en las gallinas de alta densidad y número de gallinas (productoras), debido a la falta de espacio, muchas gallinas se encontrarían dentro de la “zona personal” de otras muchas gallinas, por lo que a menudo habría que esperar un gran número de ataques. Sin embargo, no es así.
Debido a las pérdidas de dinero que suponen los ataques de gallinas en las gallinas de producción, se ha investigado durante mucho tiempo la causa de estos ataques, y Hughes y Wood-Gush (1977) estudiaron y concluyeron que hay más ataques en gallinas con baja densidad de gallinas. Es más, numerosos estudios realizados en condiciones productivas (figura 1) indican que el número de ataques disminuye cuando la densidad y el número de gallinas son mayores (Estevez et al., 2003; Hughes et al., 1997; Nicol et al., 1999).
Para explicar la poca incidencia en zonas de alta densidad y número, se han planteado varias hipótesis. Sin embargo, hasta la fecha nadie ha investigado en qué contexto específico se producen estos ataques entre gallinas.
En el caso de la especie humana, si alguien nos acerca de repente en la calle, sea cual sea su intención, podemos considerarlo una amenaza o no. Aunque sea en un milisegundo, estudiamos y evaluamos su actitud para conocer la intención de lo que nos acerca y, en consecuencia, decidir cuál será nuestra respuesta.
Al igual que los humanos, los animales (incluidas las gallinas) tienen la capacidad de analizar la actitud o comportamiento de las otras gallinas y de actuar según lo que concluyan. En este sentido, se considera que los factores que provocan ataques en los grandes grupos de gallinas son más complejos que la invasión de la “distancia personal”.
Para poder comprobar esta hipótesis, estudiamos 60 ataques entre gallinas grabadas en vídeo durante 24 semanas en dos gallinas de producción. En cada caso se recogieron los datos del momento anterior a la agresión: comportamiento del agresor (E), del agresor (J) y de las dos gallinas más cercanas a ambas (E1, E2 y J1, J2), localización y sentido de la cabeza (Figura 2).
Para poder recoger los datos del comportamiento de las gallinas se han clasificado de la forma más relajada posible a la más activa. Los comportamientos más activos requieren una mayor energía y esfuerzo, por lo que supondrían una mayor amenaza, mientras que los comportamientos más serios no serían considerados como amenazas. La localización se ha medido en coordenadas XY para posteriormente calcular la distancia entre las gallinas, y se ha estudiado si la cabeza está en la misma dirección o en la contraria de la cabeza del agresor y se ha realizado la clasificación en función de todo ello.
Los resultados muestran que la distancia entre la gallina agresora (E) y la atacante (J) es la misma que la distancia entre la gallina agresora (E) y las dos gallinas cercanas (E1 y E2). Pero el agresor (J) está más cerca del agresor (E) que las dos gallinas más cercanas (J1 y J2). En cuanto a la dirección de la cabeza, los resultados muestran que la gallina atacada (J) está normalmente orientada al atacante, a diferencia de las otras gallinas (E1, E2, J1 y J2). Y lo que es más importante, se ha comprobado que esta gallina agresora (J), en la mayoría de los casos, tiene comportamientos más activos que otras gallinas (E1, E2, J1 y J2) en los momentos previos al ataque (Tabla 1).
Como ya se ha comentado, la elevada densidad y cantidad de gallinas no significa que haya más ataques. Según Hughes y Wood-Gush (1977), en el momento y en el lugar en que las gallinas se atacan entre sí en condiciones de adensidad y gran cantidad, no suele haber muchas gallinas. Por lo tanto, los ataques entre gallinas no se producen por estar dentro de la “distancia personal” de otra gallina, sino por entrar en esa zona.
McBride (1963,1971) afirmó que las gallinas tienden a evitar una mirada directa entre ellas, interpretando esta mirada directa como una amenaza. Este dato se corresponde con nuestros resultados, ya que la mayoría de las veces el acosador (J) y el agresor (E) están frente a frente.
En cuanto a los comportamientos, se sabe que cada comportamiento está ligado a la distancia entre gallinas. Las gallinas tienden a aproximarse cuando se encuentran en una posición relajada, por ejemplo, tumbadas, en el baño de polvo o en el arreglo de las plumas; por otro lado, cuando están recolectando o corriendo, aumentan las distancias entre ellas. Esta tendencia a asociarse cuando se encuentran en una conducta tranquila reduciría la probabilidad de que un depredador asalta (Keeling and Duncan, 1991), mientras que la gallineta que busca comida o cualquier otra cosa tendría menos posibilidades de conseguir lo que está buscando, si otra gallina está cerca (Klaassen et al., 2006). Por lo tanto, cada gallina tendrá que calcular con mucho cuidado la distancia que le conviene a las otras gallinas, ya que esta distancia permitiría maximizar la ganancia de recursos en la medida que reduce el riesgo de ser atrapada.
En este sentido, podemos decir que la gallina que agrede (E) ve a la gallina que agrede (J) como una amenaza para sus recursos, ya que la cercanía de la gallina atacada y la dirección de la cabeza así lo indica respecto a todas las demás gallinas.
Se produce un ataque por la amenaza de pérdida de un recurso (Krebs and Davies, 1997). En estos ataques a gallinas todavía no está claro cuál es el recurso que protege la gallina agresora (E), ya que tanto el agua como la comida están lejos de los puntos de ataque. Sin embargo, los recursos no siempre son visibles, en ocasiones pueden existir pequeñas piedras o pequeñas partículas de comida difíciles de ver en el suelo del gallinero. Es posible que la protección de estas piedras o partículas de comida que no tienen un gran valor teórico tenga sentido cuando hay pocas gallinas alrededor.
Como se ha dicho, la decisión individual de atacar a otra persona se basa en la amenaza de un recurso perdido o en peligro de extinción en los animales y, por qué no, en los humanos (Bradbury and Vehrencamp, 1998), y muchas veces se ha comprobado que la actitud de un animal manifiesta sus deseos (Carranza, 1994). Así, nuestros resultados indican que la gallina agresora tiene la capacidad de percibir el deseo y, por tanto, la actitud de las otras gallinas y que la distancia, la dirección y el comportamiento entre ambas definen esta actitud.