En estos tiempos en los que vivimos rodeados de alimentos y con una vida cada vez más sedentaria, estamos observando que nuestra esperanza de vida se está alargando constantemente, aumentando a la vez la incidencia de enfermedades relacionadas con el envejecimiento. Los seres humanos han luchado durante generaciones por sobrevivir y no pasar hambre. ¿Pero qué pasa si eso no es la mejor manera de vivir más y mejor?
El envejecimiento es un proceso fisiológico que puede definirse como la acumulación de cambios negativos en células y tejidos a lo largo de los años. Los avances en el campo de la medicina permiten alargar cada vez más nuestra esperanza de vida. Sin embargo, estos años que se prolongan en la esperanza de vida, a menudo vivimos con un deterioro físico y psicológico. A lo largo de la historia se han propuesto diversas teorías con el objetivo de explicar el proceso de envejecimiento y, de paso, dar una vuelta a este proceso. Por ello, el hombre en general y la comunidad científica en particular, lleva tiempo deseando encontrar la fórmula de la juventud de siempre.
¿Y si nos dijeran que tenemos esa fórmula ante nuestro extremo, y que no hay que hacer nada nuevo ni inventarlo? Pues bien, esta fórmula existe y se llama reducción de calorías, o dicho con otras palabras: comer menos, sin comer peor. Desde que McCay y Crowell demostraron que la reducción a la mitad (sin malnutrición) de la comida a unas ratas duplicaba prácticamente su esperanza de vida [1], han sido muchos los estudios que se han realizado sobre este tema. Así, a la vista de que en los años y décadas siguientes se obtuvieron resultados similares en trabajos con diferentes seres vivos, desde lombrices hasta monos, se sugirió que en especies muy diferentes entre sí se repetía un efecto [2].
Pero, ¿cómo es posible ayudar a vivir más y mejor los recortes de calorías? ¿No debería ser lo contrario? Las investigaciones llevadas a cabo en esta materia se han enfocado a identificar los mecanismos que explican cómo la disponibilidad de nutrientes puede ser beneficiosa para la salud. En los trabajos de laboratorio con levaduras, gusanos, moscas y roedores se identificaron unas proteínas llamadas sirtuinas como responsables de los efectos beneficiosos de la reducción de calorías [3]. Esta familia de proteínas se ocupa de funciones biológicas diferentes e importantes. Entre ellos cabe destacar que en situaciones en las que la disponibilidad de nutrientes es reducida, actúa como un “sensor de energía” y el cuerpo se adapta a esta situación. En el caso de los mamíferos, la sirtuina 1 (SIRT1) es la que realiza funciones relacionadas con la homeostasis energética en tejidos y órganos de importancia metabólica [4]. Para ello, introduce una serie de cambios en los tejidos y órganos para optimizar el uso de los recursos. Entre estos cambios, a nivel celular, destacan la creación de nuevas mitocondrias (donde las células producen la mayor parte de la energía como ATP), el aumento de la resistencia al estrés metabólico y la remoción de las grasas para su uso como combustible (ya que la disponibilidad de glucosa es reducida).
Estos cambios a nivel celular se reflejan en tejidos y órganos como la protección del hipotálamo frente a la degeneración provocada por la vejez; en el tejido adiposo, las grasas se destinan a la sangre para que se “quemen” en los hígado y músculos; se garantiza el correcto funcionamiento del hígado y se evita la acumulación excesiva de grasa; se protege el corazón del estrés oxidativo; se protege la tolerancia cardiovascular a la stress y al estrés.
Sabemos, por tanto, que la reducción de calorías es una herramienta eficaz para hacer frente a los efectos adversos del envejecimiento, y además sabemos cómo sucede. ¿Pero cuál es la reducción de calorías correcta? ¿Es suficiente comer la mitad de lo que como habitualmente? En este punto conviene aclarar el concepto de reducción dietética, ya que es similar pero no igual a la reducción de calorías. La reducción de calorías, como su nombre indica, se basará en la reducción de la cantidad de calorías que se come y se mantendrá la distribución de macronutrientes (carbohidratos, proteínas y grasas) en una dieta equilibrada. Normalmente, las reducciones de calorías se realizan reduciendo entre un 20 y un 40% las calorías que se comen al día. Como consecuencia de ello se consigue perder peso y protegerse de enfermedades derivadas del envejecimiento como la diabetes o las enfermedades cardiovasculares. En el caso de las restricciones dietéticas, podemos encontrar dos tipos de dietas: las que se basan en ayunas periódicas (que normalmente producen una reducción de calorías del 30% por día) o las que se basan en la reducción de un determinado nutriente (en estos casos se reduce un determinado macronutriente sin reducir la cantidad de calorías que se come) [2]. Hay algunos trabajos destacables sobre restricciones dietéticas, pero los resultados en humanos no son tan claros como en el caso de la reducción de calorías [5].
Puede decirse entonces que la reducción de calorías es una herramienta terapéutica eficaz que puede tener efectos beneficiosos en el estado de salud, siempre y cuando no exista desnutrición (en cuanto a energía obtenida en la comida y a micro y macronutrientes). Sin embargo, lo que todavía no está del todo claro es si en los seres humanos es absolutamente aplicable este tratamiento que ha demostrado ser eficaz en diferentes modelos de experimentación. De hecho, puede ocurrir que los efectos descritos en los animales no se produzcan en el ser humano, o que por diversas razones (sociales, médicas, económicas…) los seres humanos no sigan este tratamiento.
Si echamos un vistazo a la literatura, encontraremos un ejemplo de que la reducción de calorías funciona en humanos y, de hecho, contribuye a alargar la esperanza de vida. Este ejemplo es el caso de los habitantes de la ciudad japonesa de Okinawa. Estudios sobre la cantidad de calorías que comían los habitantes de la ciudad durante las décadas de los sesenta y setenta mostraron una reducción calórica media del 20% respecto a las personas de otros lugares de Japón de la misma edad y sexo. Esta reducción calórica explicaría la mayor esperanza de vida existente en Okinawa y la menor incidencia de enfermedades relacionadas con el envejecimiento [6].
De este modo, se ha podido comprobar que la reducción de calorías durante un año por parte de personas sanas no obesas ayuda a reducir el peso corporal y el contenido en grasa. Además, esta pérdida de peso y grasa es comparable a la provocada por la actividad física que iguala el déficit energético que genera la reducción de calorías [7]. Sin embargo, tanto por problemas de infraestructura como por limitaciones éticas, es muy difícil analizar la influencia de la reducción de calorías en la esperanza de vida de los seres humanos. Por ello, en los trabajos que se realizan sobre este tema en periodos de tiempo concretos, se investigan biomarcadores relacionados con la longevidad [8].
Teniendo en cuenta estos ejemplos, parece que el principal problema de reducción de calorías sería que las personas no redujeran. Y es que hoy en día, al no tener problemas para conseguir los alimentos que queremos (siempre dentro de nuestras posibilidades), ¿quién quiere dejar de comer? Por ello, en las últimas dos décadas, la búsqueda de compuestos moleculares denominados “imitadores de la reducción de calorías” ha sido una especie de pasividad para la comunidad científica. La teoría es sencilla: si los efectos de la reducción de calorías se pueden conseguir tomando una píldora, comiendo lo que quiero y sin esfuerzo, ¿para qué “sufrir”? En principio se trataría de una solución a todos los problemas, pero ese tema daría suficiente para escribir al menos otro artículo, por lo que no lo tocaremos.
Por lo tanto, se puede concluir que reducir la cantidad de calorías de la dieta no nos hará inmortales ni mantenernos para siempre jóvenes. Sin embargo, el conocimiento adquirido sobre este tema desde los primeros descubrimientos de McCayk sugiere que reducir la cantidad de calorías que comemos puede ayudarnos a protegernos de enfermedades directamente relacionadas con el envejecimiento. Se puede decir, por tanto, que la reducción de calorías es la forma más sencilla de llegar sana al día en que se inventa la fórmula de la juventud para siempre.
1. McCay, C.M. ; Crowell, M.F. ; Maynard, S.A. The effect of retarded growth upon the length of life span and upon the ultimate body size. 1935. Nutrition 1989, 5, 155-171, discussion 172.
2. Lee, C.; Longo, V. Dietary restriction with and without caloric restriction for healthy aging. F1000 Res 2016, 5.
3. Guarente, L. Calorie restriction and sirtuins revisited. Genes & development 2013, 27, 2072-2085.
4º Cantó, C.; Auwerx, J. Caloric restriction, sirt1 and longevity. Trends Endocrinol Metab 2009, 20, 325-331.
5. Mirzaei, H.; Suarez, J.A. ; Longo, V.D. Protein and amino acid restriction, aging and disease: From yeast to humans. Trends Endocrinol Metab 2014, 25, 558-566.
6º Willcox, B.J. ; Willcox, D.C.; Todoriki, H.; Fujiyoshi, A.; Yano, K.; He, Q.; Curb, J.D. ; Suzuki, M. Caloric restriction, the traditional okinawan diet, and healthy aging: The diet of the world's longest-lived people and its potential impact on morbidity and life. Ann N Y Acad Sci 2007, 1114, 434-455.
7. Racette, S.B. ; Weiss, E.P. ; Villareal, D.T. ; Arif, H.; Steger-May, K.; Schechtman, S.A. ; Fontana, L.; Klein, S.; Holloszy, J.O. ; Group, W.U.S.o.M.C. One year of caloric restriction in humans: Feasibility and effects on body composition and abdominal adipose tissue. J Gerontol A Biol Sci Med Sci 2006, 61, 943-950.
8º. Trepanowski, J.F. ; Canale, R.E. ; Marshall, K.E. ; Kabir, M.L. ; Bloomer, R.J. Impact of caloric and dietary restriction regimens on markers of health and longevity in humans and animals: Leer más Nutr J 2011, 10, 107.