La esperanza de vida de toda infraestructura es limitada y en el caso de las grandes presas esta limitación está fijada entre 50 y 100 años. Así, XX. Decenas de miles de grandes presas construidas en el siglo XX están a punto de superar el umbral inferior de su esperanza de vida, o ya lo tienen superado, y otras están a punto de llegar a su punto culminante. Por ejemplo, sólo en Europa, la edad media de las grandes presas contabilizadas es de 55 años.
Este envejecimiento, además de encarecer el coste de mantenimiento, compromete lentamente la función original de la presa y del embalse, poniendo en peligro la seguridad pública. Desde el punto de vista de la salud de los ríos, estos embalses causan importantes daños: se interrumpe el transporte de los sedimentos descendentes en el río, se modifican los regímenes de temperatura y la química del agua, se crea un efecto barrera que dificulta el movimiento de los seres vivos autóctonos… Ante estos problemas se recomienda vaciar y retirar presas y embalses obsoletos.
Sin embargo, esta actividad incipiente, aunque puede ser beneficiosa a largo plazo para los ecosistemas fluviales, puede ser en un principio un motor de cambios ambientales. Por ejemplo, al vaciar el embalse, el movimiento de los sedimentos almacenados en él (barro) puede dañar la biodiversidad y el funcionamiento de los ríos. Para comprender bien estos impactos y su posterior recuperación es importante recoger, interpretar y comprender datos. Esto es lo que hemos hecho en la investigación del embalse de Enobieta.
XIX. A finales del siglo XX se construyeron varias acometidas fuera del casco urbano para abastecer a la población donostiarra, una de ellas en la presa de Ugalde, en el río Añarbe. Sin embargo, en 1902, debido a la contaminación del río Añarbe, se produjo una epidemia de tifus en la capital. Así, en busca de aguas limpias, las acometidas se trasladaron desde la presa de Ugalde hasta los manantiales de Artikutza. Años más tarde, en 1919, el Ayuntamiento de San Sebastián adquirió el Valle de Artikutza para garantizar un abastecimiento de agua de calidad. Desde entonces, el ganado se mantuvo fuera de él, la mayoría de sus habitantes fueron contratados como empleados municipales, limitando el acceso al valle. Como consecuencia de esta política conservacionista, Artikutza se ha convertido en un lugar de gran valor ecológico, hoy en día prácticamente cubierto de robles, hayas y alisedas.
A pesar de que la buena calidad del agua estaba garantizada, no era posible regular el caudal de los arroyos, y en épocas de largo estiaje San Sebastián presentaba problemas de abastecimiento. Para solucionarlos, en 1947 se diseñó el embalse de Enobieta: Presa de 40,4 metros de altura con capacidad de almacenamiento de 2,7 hm3. Sin embargo, inmediatamente después de la construcción de la presa, se dieron cuenta de que en la ladera izquierda había mármoles karstificados que comprometían la estabilidad del embalse. A pesar de los intentos realizados para solucionar el problema, no tuvieron éxito, por lo que el extremo izquierdo del muro quedó inacabado. Para evitar los riesgos derivados de esta decisión, se demolió parte de la presa y se redujo la altura del aliviadero en 5 metros. En consecuencia, la capacidad máxima del embalse se limitó a 1,6 hm3 (Figura 1).
Además de los problemas de seguridad, el embalse de Enobieta también dio problemas de calidad. De hecho, en verano, cuando el sol calienta la superficie del embalse se produce un límite denominado termoclina entre el agua fría inferior y el agua caliente superficial. Esto impide la mezcla de ambas masas de agua, pudiendo producirse una falta de oxígeno en el fondo. Cuando esto ocurre, el manganeso, el hierro y el sulfato, tanto en las rocas como en los sedimentos, se reducen y se disuelven, tomando el agua un olor a podrido, color turbia y mal sabor. En el caso de Artikutza, este efecto era evidente bajo el embalse de Enobieta, ya que se detectó un color negro debido a los manganeso precipitados (Figura 2) y era frecuente detectar el olor a azufre a finales de verano. Las elevadas concentraciones de metales son perjudiciales tanto para la salud humana como para la biodiversidad, y los valores ilegales que se registraban con frecuencia en las aguas donostiarras, debido a la escasez del embalse obligaban a utilizar también agua de fondo.
Por todo ello, en el mismo arroyo, pero unos kilómetros más abajo, se construyó en 1976 el embalse de Añarbe, mucho más grande que el de Enobieta (43,8 hm3). Desde su puesta en marcha, el embalse de Enobieta perdió importancia y su mantenimiento se redujo progresivamente hasta su casi total desaparición.
En 2014, el Ayuntamiento de Donostia-San Sebastián, con el objetivo de mejorar el estado de los arroyos, derribó en Artikutza siete pequeñas presas que antaño no se utilizaban para facilitar la movilidad de los peces. En 2016 decidió eliminar la presa de Enobieta, manteniendo un embalse inservible y costoso. Así, puso en marcha un proyecto pionero en Europa, ya que la de Enobias es una de las mayores presas que se han vaciado hasta ahora. Aprovechamos esta ocasión para llevar a cabo nuestra investigación con el objetivo de investigar los efectos del desembalse de Enobieta sobre la calidad del agua, la biodiversidad y el funcionamiento del ecosistema fluvial y su posterior recuperación.
Nuestra principal hipótesis era que al vaciar el embalse se moverían los sedimentos almacenados en el mismo, lo que podía perjudicar tanto a la biodiversidad como al funcionamiento de los ecosistemas. Sin embargo, esperamos que, si se vacía poco a poco, estos daños sean muy pequeños y la recuperación sea muy rápida. Además, el vaciado del embalse debió aflorar nuevas áreas de colonización forestal.
Para testarlo se analizaron 8 tramos de ríos de la red hidrográfica de Artikutza: por un lado, cuatro tramos de control (K, uno en los afluentes que no se ven afectados por el embalse y otros tres embalses) y por otro, cuatro tramos de impacto (I1, I2, I3 e I4) situados bajo el embalse siguiendo un gradiente de distancias (Figura 3). Además, para el seguimiento de todo el proceso, el proyecto se dividió en tres fases: la época en la que el embalse estaba lleno (2018), la fase de vaciado (2019) y la fase de recuperación tras el desembalse (2020).
A partir de mediados de 2018, el nivel del embalse comenzó a descender a través de una tubería que vertía poco a poco el agua de fondo para que los sedimentos aflorados se cubrieran y compactaran lo más rápidamente posible con vegetación. Con ello se pretendía reducir al máximo el transporte de sedimentos finos durante la fase de desagüe definitiva y minimizar los impactos potenciales sobre el agua. A pesar de que en la fase de desagüe la turbidez aumentó notablemente, la compactación anterior permitió que los sedimentos se estabilizaran rápidamente, disminuyendo considerablemente su transporte al iniciarse la fase de recuperación. En este sentido, incluso cuando el transporte de los sedimentos estaba en lo más alto, no hubo episodios de ausencia de oxígeno, y en comunidades de invertebrados que habitan en los ríos, por ejemplo, no tuvo impacto, y el vaciado abrió la ventana de recuperación de esas comunidades. De hecho, al final de la fase de desagüe, se comenzó a mejorar el estado de las comunidades de invertebrados bajo la presa frente al estado previo al desagüe de la presa, desapareciendo para el otoño de 2020 (fin de nuestra investigación) los daños ya causados por el embalse. Lo mismo ocurrió con la química del agua. A pesar de que la presa estaba llena de grandes concentraciones de metales reducidos, con el vaciado del embalse, esta influencia llegó a desaparecer lentamente.
En el año 2020, entre la vegetación que comenzó a crecer en los sedimentos aflorados en el embalse, se podían observar alisos, sauces, hayas, albañiles, etc., y al final de la investigación, el antiguo embalse estaba completamente cubierto de vegetación. Por tanto, la colonización de los sedimentos aflorados en el embalse se está produciendo muy rápidamente (Figura 4).
A pesar de que los efectos nocivos de los embalses sobre los ríos y arroyos son bien conocidos, todavía se conoce poco sobre la afección que supone su eliminación, sobre todo en el caso de los grandes embalses, ya que la mayoría de los estudios realizados hasta el momento se refieren a la eliminación de presas de pequeño tamaño.
En general, los resultados indican que, en nuestro caso, el vaciado del embalse no ha generado problemas ambientales y que los problemas existentes han desaparecido rápidamente. Sin embargo, aunque el vaciado del embalse de Enobieta puede contribuir a llenar este vacío, todavía habría que realizar más investigaciones. Y es que, a diferencia de Enobieta, en la mayoría de los lugares se pueden dar otros problemas: sedimentos contaminados, especies invasoras, dificultades de reforestación o problemas con la población de la zona, que tendrán diferente incidencia en las respuestas. Por ello, cuando un embalse deja de ser útil, es interesante analizar los efectos de su demolición para poder analizar la calidad del agua de los ríos y la respuesta de los organismos y el funcionamiento a esta acción en diferentes casuísticas. De esta forma, los futuros vaciados y demoliciones de presas podrán realizarse siguiendo unos protocolos que minimicen los impactos ambientales de la acción.
Así pues, lector, recuerda: aunque parezca un lago, el embalse que tienes delante no es más que una estructura artificial que perjudica a los ríos y que, a medida que se envejece, deberá ser eliminado con el menor daño posible al medio.