No sé cuándo y dónde me encontré con él por primera vez. Creo que fue en Euskaltzaindia, pero no estoy totalmente seguro. Conocía a uno de sus hijos, Antton, de la Escuela de Ingenieros. El padre, por su parte, en artículos de periódico o en algún libro. Todavía recuerdo, por ejemplo, el “De Berceo a Carlos Santamaría” de José Artetxe. Este fin de semana he vuelto a leer la prognosis de Don Carlos:
“Zorrotzena, bere prestakuntza matematiko bezala, informazioa eta lan gaitasuna duen ala ez, arazoak ikusten ditu, bere hondonada ez eta independentziaz, eta, azkenik, bere baldintza suasepak, gazte araren jakinekoa, bere jakinik, kovertiretatik etorri bazuen, jaurlaritzan. Es cartesiano e intuitivo” (Artetxe, 1968, pp. 249-50. ).
El escritor de Azpeitia no estaba tan equivocado, según lo visto desde entonces. No sé exactamente por qué la gente, mucha gente, le llamaba “Don Carlos”. ¿Por edad? ¿Con respeto? ¿Le gustaba? No sé decir. Hombre abierto, siempre me resultó fácil de tratar, que no pedía el título “Don” a nadie. Algunos sabíamos que había sido profesor de matemáticas de la juventud del rey Juan Carlos (preceptor), que tenía fama y reconocimiento aquí y en el extranjero (en el terreno de los pensadores, por ejemplo), que ya había aprendido que como meteorólogo había trabajado durante muchos años… pero no sé si se le llamaba “Don Carlos” por eso: no lo creo. En el fondo sabía de sí mismo, y no creo que se aficionara a buscar los falsedades axales.
Yo lo conocí con Joxe Miguel Zumalabe o de forma simultánea, hacia 1974 o 75. Siempre me pareció que eran amigos íntimos. Uno euskaldun zaharra y otro nuevo. Joxe Migel, fuertemente integrado en la autenticidad etnocultural de sus padres, quiere añadir a la evolución sociocultural de la nueva sociedad la dimensión vasca Don Carlos: una sesión de dos amigos y una sesión conjunta, así lo recuerdo. No eran de esas castas humanas ni de las largas. Sin lujo especial, se mostraban al gusto de los chavales con ganas de colaborar y, sobre todo, siempre dispuestos a dar respuesta a las necesidades del euskera en cada momento. Parece ser que ya existía una tendencia a ello: por ejemplo, cuando las ikastolas encontraron un refugio institucional. Eran hombres de acción por la paz, de punta a punta. Muchas veces me mostraron una fuerte esperanza hacia el marco institucional que iba a venir después de la dictadura.
En los preparativos para este nuevo marco se reconocía gran importancia a la puesta en común y actualización de la lengua. En este sentido, Koldo Mitxelena consideraba básicamente: Por lo tanto, la mayoría de los jóvenes que en aquella época nos sumergimos en la cultura vasca de una manera u otra. El nivel de conocimiento y de elaboración de la lengua no era, evidentemente, equivalente a Koldo. Ellos también sabían muy bien eso y reconocían de frente al maestro del renteriano y a menudo lo alababan. En otro orden de cosas, Zumalabe, sobre todo arquitectónico, terminología matemática y lectura de fórmulas algebraicas, emprendieron con entusiasmo la planificación del corpus. Me gustaría abordar este tema con cierta precisión. Sé que terminológicamente hizo muchos esfuerzos: en este trabajo tuve con él (en Euskaltzaindia, todos los sábados, J. M. Con Zumalabe y Jesus Mari Goñi) el más largo y sólido conocimiento. Pero a mí me parece el trabajo que realizó en la revista Elhuyar sobre la lectura de fórmulas en euskera (sobre todo por su repercusión posterior).
¿Cómo leer las fórmulas matemáticas en euskera? Cómo debe expresarse el profesor cuando habla la palabra y para que los alumnos la entiendan bien
a – b = c,
a b,
x 2 + y 3 = z
¿y muchos más? En aquella época, los Elhuyar giraron en torno a este problema y le pedimos su opinión a Don Carlos. De ahí vino el artículo de Santamaría. Ya empezamos a preparar los libros de matemáticas, a dar los primeros cursos de alfabetización técnica a las profesoras y profesores de EGB, y la cuestión tenía que ser una respuesta rápida y clara. Don Carlos respondió con rapidez y (en nuestra opinión) con cierta claridad. No era entonces, ni es ahora, el par de artículos que se leen bajo la cola sin quitar el ojo (en los números 6 y 8 de la revista), pero fue un claro ejemplo de ello en algunos puntos básicos.
El único debate que se suscitó entre nosotros es, básicamente, que la formulación internacional tiene que agachar el orden de palabra y la forma de coser del euskara, o que nosotros lo tenemos que agachar (poniendo nuestra costura en muchos casos patas arriba), la estructura de esa formulación matemática? La pregunta no era, a decir verdad, tan novedosa entre nosotros: Sabino Arana ya había estado tratando de cambiar la vieja sucesión de números vascos desde el sistema de los veinte (veinte, cuarenta, sesenta, …) hasta el decenio (“internacional”: amar´ , ber´´ , iruramar´ , lauramar´ ,…), cosa que hasta nosotros no conocíamos. Aquí, sin embargo, no se trataba de mantener el camino original de siempre o de adoptar un nuevo camino (“racional-internacional”), sino de tomar un buen camino donde no había ningún camino.
Desde el principio del artículo se puso de manifiesto la elección de Don Carlos entre la autenticidad (acierto) y la novedad internacional (desviador de caminos): “Algunos creen que la lectura en euskera de las fórmulas debe hacerse sin romper la costumbre vasca. Pero como el cálculo tiene su propia sintaxis, parece una barbaridad querer asociar su lectura a la sintaxis particular de cada lengua”. Ahora sabemos que las cosas no son tan sencillas como las explicó Don Carlos en 1976. No es cierto, en primer lugar, que la “cualidad especial de cada lengua” sea siempre y en cualquier lugar “tan especial”. Bien sabemos que, como resultado del caminar y de la comparación entre los de aquí y allá, aparece una forma de costura básica (parecida a varias lenguas de Europa Occidental) y no por casualidad, sino que sobresale en la formulación matemática. Tampoco es cierto que la formulación matemática se aplique tan plenamente a todas las lenguas.
Estas consideraciones, sin embargo, no desvirtúan sustancialmente la dicotomía tan expuesta por Santamaría. Desde entonces sabemos que a Jesús Mari Goñi también le debemos mucho, que aquella propuesta de Don Carlos ha salido ganadora en varios puntos clave. ¿A nuestros hijos no les parece natural decir “tres raíces sesenta y cuatro iguales cuatro”? Cuidado, sin embargo, con los grandes triunfalismos: este lenguaje que se está extendiendo entre los escolares siempre tendrá una fuerza de vida débil, a no ser que los colectivos que deben tratar estos temas en sus respectivos ámbitos de trabajo actúen en euskera (y así). ¿Hay que decir en relación a esta actividad dónde estamos de momento? El mérito de haber ideado y lanzado una solución cómoda para las necesidades más concretas del mundo escolar, no puede ser negado por nadie a Don Carlos.
Fue Franco y vino el nuevo mandato. Poco después, en el segundo año antes de la autonomía, Santamaría fue nombrado consejero de Educación (y no consejero). Yo trabajaba en la formación técnica en euskera de profesores de EGB y, sobre todo, de BUP, entre otros, en aquella época (además de ocuparse de la producción de libros de texto de Elhuyar y de la preparación de algunos diccionarios técnicos de UZEI). En aquel momento en el que las Escuelas de Magisterio debían adaptarse a las nuevas necesidades, Don Carlos constituyó una amplia Comisión, como “Comisión Mixta”, junto con el Rector de la Universidad de Bilbao (ahora UPV-EHU), que debía abordar estas y otras cuestiones. Quería participar en esa comisión y yo quería que sí.
Así empecé, sin dejar de lado los deberes que había hasta entonces, al aprender lo que era ser miembro de la Comisión de Administración recién nacida: uno de ellos a Oñati (nos reuníamos un par de veces en la antigua Casa Universitaria) y otros (en la mayoría de los casos) al Campus de Leioa, sala de reuniones del Rector, para ayudar a diseñar y poner en marcha planes de euskaldunización en el ámbito universitario bajo las órdenes de Ramón Martín Mateo. El rector Martín Mateo era también un hombre sencillo que marcaba las líneas maestras y daba una gran libertad de trabajo. Con Don Carlos tenía, en mi imagen, ese toque de sabio que me animaba a pensar si no se preocupaba demasiado de las cosas sencillas. Desde entonces he sabido que la edad también tiene algo que ver. No todo era, sin embargo, una cuestión de edade: por algo fue nombrado, pocos años después, al frente de la “Comisión de los Veinte Sabios de España”.
Trabajábamos, sin embargo, en subcomisiones. Tengo muy buen recuerdo de los numerosos compañeros y sobre todo del procedimiento de trabajo que se ha creado.
Pocas veces tuve la oportunidad de hablar con Don Carlos en aquella época. Por un lado, avanzaba en edad y por otro, sus obligaciones se multiplicaron. En aquella época en la que apenas disponía de recursos, llama la atención el número de páginas que abordó a la vez: era el momento, probablemente, que ayudaba muchísimo, el tiempo y, probablemente, la ilusión de toda una generación.
Durante su tiempo como consejero trató de crear las bases de una administración propia. Abrió caminos para definir las capacidades de mando y orientar el sistema de enseñanza que hoy conocemos. Lo hizo con calma, sin levantar grandes polvos. Solía ser bastante escéptico, sobre el trabajo y sobre el beneficio de la asfixia. De vez en cuando, con su malicia, se decía que el hombre también necesita el punto de fan. Sin embargo, nos dejó trabajando en la mano. ¿Quién se niega?