Los psicofármacos en los jóvenes, reflejo del malestar social

Galarraga Aiestaran, Ana

Elhuyar Zientzia

Los datos demuestran que el consumo de ansiolíticos ha aumentado en los adolescentes, especialmente en las mujeres y en las de clase baja. El equipo de investigación OPIK Xabi Martínez Mendia y sus compañeros, además de recoger datos, han analizado lo que hay detrás de ellos y han puesto de manifiesto la fuerza de los condicionantes sociales (género, clase, origen…). En definitiva, la tendencia de los jóvenes es un espejo de la sociedad, y el malestar social ha sido analizado por el médico Javier Padilla Bernáldez y la psiquiatra Marta Carmona Osorio en Malestamos (Estamos Ondoaga). El subtítulo del libro es: “Cuando el malestar es un problema colectivo”.
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Ed. DisobeyArt/Shutterstock

En los últimos tiempos la preocupación por la salud mental es evidente. Incluso antes del COVID -19, la prevalencia de la depresión y la ansiedad en toda Europa estaba aumentando y, como consecuencia de la creencia, la situación ha empeorado, especialmente entre las mujeres y los jóvenes. El equipo de investigación OPIK ha puesto el foco en los jóvenes y, partiendo de las respuestas de la encuesta ESTUDES del Estado español, han analizado el consumo de ansiolíticos e hipnosedantes en adolescentes y jóvenes de 14-18 años.

Así, en total, se han recogido datos de 38.000 alumnos clasificados en las categorías de edad, género, nivel de los padres (relacionado con el nivel socio-económico) y país de origen. Querían saber si alguna vez o en el último año habían consumido ansiolíticos o hipnosedantes con o sin receta. Y afirman que las mujeres consumen más que los hombres en todos los tramos de edad.

Por ejemplo, a los 18 años uno de cada tres de las mujeres consumió alguna vez un ansiolítico, mientras que uno de cada cinco en los hombres. En cuanto al resto de categorías, el consumo va aumentando de 14 a 18; en las migraciones también existe una diferencia de tendencia en función del género; y en las de clase baja el consumo es mayor.

Monte Xabi Martínez. Investigador del grupo OPIK. Ed. Javier Ozcoidi Arricibita

A la luz de los resultados, Xabi Martínez Mendia ha destacado cuatro puntos. La primera es la incidencia del género: “Hay que destacar el mayor consumo de mujeres en todas las categorías y teniendo en cuenta todas las variables. Se trata de una hendidura.

Cita a continuación la edad. De hecho, en el estudio se han recogido los datos de los mayores de 14 años, pero en el resto de bases de datos también se han recogido los de los mayores de 12 años en Euskadi. “Y ahí hemos visto que a los 12-13 años no hay diferencia según el género. Por el contrario, en los chicos el consumo puede ser algo mayor a estas edades. Pero al llegar a los 15-16 años, debido a la fuerza de la socialización, el consumo de las mujeres comienza a aumentar y la brecha aumenta”.

Herencia e identidad colectiva

Además, Martínez considera que merece la pena centrarse en la relación entre madre e hija. “Por un lado, la influencia del nivel educativo materno es mayor en las hijas, lo que también aparece en la base de datos de Euskadi. Pero, más allá de los datos cuantitativos, cualitativamente parece que la narrativa del consumo se articula en torno al cuidado. Es decir, que su hija tiene acceso a la medicación gracias a su madre, porque ella entiende que puede ayudarle a su hija en lo que se refiere, digamos. Además del consumo, se hereda la forma de entender el consumo”.

Amaia Bacigalupe de la Hera. Investigador del grupo OPIK. Ed. Marisol Ramírez/ FOCO

Martínez también ha tenido la oportunidad de analizar la encuesta de ESTUDES 2021, demostrando que las tendencias se han reforzado y apuntando un matiz: “Tengo que estudiarlo mejor, pero parece que el aumento del consumo es más acusado en las edades más tempranas, es decir, aunque en general haya aumentado, en las de 14-15 años es mucho mayor. El aumento, por tanto, no ha sido proporcional en la muestra de 2021, y nuestra hipótesis es que el aumento del consumo y la diferenciación por género empezarán más pronto”.

Es más: “Tenemos la impresión de que existe el riesgo de convertirlo en una forma de socializar el consumo de pastillas para obtener una marca de identidad. Todavía es una hipótesis, pero sospechamos que el tema de la salud mental, la socialización y la normalización de la medicalización, puede suponer un riesgo de socialización de ahí, que es lo que genera la identidad de grupo”.

Amaia Bacigalupe de la Hera, integrante del equipo de investigación OPIK, ve también otros riesgos a la incorporación temprana de las técnicas líticas: “Desconocemos, por supuesto, los efectos que pueden tener los psicofármacos en el consumo a largo plazo, así como sus posibles efectos fisiológicos en las personas de estas edades. De hecho, en los ensayos clínicos que lleva a cabo la industria farmacéutica, las muestras suelen ser muy homogéneas tanto en género como en edad. Por lo tanto, sabemos muy poco sobre los efectos que pueden causar los psicofármacos en los cuerpos jóvenes”.

Corresponde a la yatrogenia clínica. Pero Bacigalupe explica otro tipo de yatrogenia: “La yatrogenia es social o cultural; la otra también es importante o más importante. Y es que cada vez está más normalizado tomar psicofármacos para hacer frente a las situaciones cotidianas, lo que nos desgasta. Es decir, perdemos la capacidad de responder a estos problemas a través de otras estrategias como el recurso a recursos y redes comunitarias o la familia. Antes los nudos se liberaban en estas estructuras sociales, ahora los jóvenes están aprendiendo a resolver los nudos con psicofármacos”.

En la sociedad es habitual acudir a la consulta médica en busca de una solución al malestar. La existencia de otras ayudas para paliar el malestar es, por tanto, una de las soluciones para moderar el consumo de psicofármacos, según los expertos. Ed. Chinnapong/Shutterstock

Soluciones más allá de las pastillas

Dado que la tendencia del consumo está tan ligada a los agentes sociales, las soluciones también deben tener en cuenta la dimensión social. Martínez, por ejemplo, recuerda el punto de partida, en el que pone el acento. “El género es el factor que influye sobre todos. No se puede hablar del consumo de ansiolíticos sin hablar de género”. Por lo tanto, según Martínez, las soluciones deben abordarse: “Las biografías de los jóvenes no son individuales, son colectivas. Y los condicionantes que influyen en ello deben acceder a la consulta”.

En educación, además de ofrecer educación afectivo-sexual, considera importante ofrecer herramientas para que el alumnado entienda que su malestar tiene razones sociales. “Si no, si no tienes estas herramientas, igual crees que una píldora puede solucionar tus problemas y lo que tienes que hacer es unirse a tu grupo de amigos y expulsar a tu agresor”.

Asimismo, considera que hay que tener en cuenta que la industria farmacéutica tiene intereses, por lo que hay que regularlo con rigor. Por último, desde el punto de vista legal, propone la socialización de los cuidados y la lucha contra la precariedad o la disminución del valor del salario, siempre centrada en el género. En efecto, considera fundamental señalar y problematizar la organización social que aprovecha y perpetua la brecha de ventas. “Y esto hay que hacerlo por todos los lados. No sólo de los agentes sociales, sino también de la clínica, estadística o sociología. Puede y debe agarrarse por todos los lados”.

Marta Carmona Osorio. Psiquiatra.

También Bacigalupe tiene claro que el malestar de los jóvenes no puede desligarse de la incertidumbre que viven con respecto al futuro y de otras características del entorno. “Por lo tanto, si lográramos estimular la esperanza de cara al futuro y solucionar los problemas socio-económicos que viven en el día a día, tanto ellos como sus padres, lograríamos un impacto importante en su bienestar, lo que redundaría en una reducción del consumo”.

En cuanto al género, Bacigalupe coincide con la visión de Martínez. “Las niñas, en su adolescencia, reciben con fuerza, no sólo desde el punto de vista físico o visual, sino también socialmente, en su actividad académica y en otros ámbitos. Y se enfrentan a todo ello. En este sentido, llama la atención que cuanto más consumen las madres, más fácil es el acceso de las hijas a las pastillas. Se produce una transmisión muy especial del cuidado, basada en facilitar la entrada de psicofármacos”.

Al margen de la relación entre madres-hijas, en cualquier ámbito, Bacigalupe considera que siempre será beneficioso, desde el punto de vista del género, poner a disposición de los jóvenes otros instrumentos o promover que dispongan de ellos “para ayudar a resolver los nudos que se les plantean en el día a día”.

La era del malestar

Javier Padilla Bernáldez. Médico. Ed. Cristina Candel

En definitiva, la situación de la juventud es reflejo de la sociedad actual. Marta Carmona Osorio, psiquiatra, es coautora del libro Malestamos. Y dice claramente: “El malestar es el sentimiento de esta era. Como en otras épocas han aparecido otros padecimientos como la histeria femenina o el XX. años locos de principios de siglo, este período es de malestar”. Según Carmona, “estas épocas nunca han acabado con intervenciones sanitarias, sino con cambios sociales. Y este sentimiento actual también se deshace por los cambios sociales, no por el sistema sanitario”.

Sin embargo, y en relación con ello, el otro autor del libro Malestamos, el doctor Javier Padilla Bernáldez, y la propia Carmona, quieren dejar claro que el lema de la sustitución de psicólogos por sindicatos es erróneo. “Este dilema es falso”, afirma Padilla. “Porque no son comparables. La psicoterapia es la ayuda individual después de la aparición del daño. También en el caso de las organizaciones sindicales, cuando un trabajador haya tenido un problema en su centro de trabajo, podrá acudir al sindicato. En este sentido, psicólogos y sindicatos pueden equipararse. Pero los sindicatos hacen mucho más que eso: su misión es conseguir y garantizar las condiciones adecuadas para los trabajadores a través de leyes y normas. Uno da la solución al individuo después de la aparición del daño, el otro trabaja por delante en beneficio del colectivo”.

Posibilidad de tocar más puertas

Padilla menciona también el suicidio. También considera que, además de ayudar a la persona que piensa suicidarse, hay que establecer medidas que afectan a toda la sociedad para que el suicidio no sea el único escape de la persona que sufre. “Hay que mover toda la curva de riesgo: no intervenir sólo en los perfiles de mayor riesgo, sino tomar toda la sociedad y reducir el riesgo a toda la sociedad. Como en la prevención de accidentes de coche”.

Para afrontar el problema, el libro Malestamos recoge cuatro ejes, entre los que se encuentra la existencia de infraestructuras de ayuda mutua y la posibilidad de arraigo. Esto se asocia a la organización del lugar de residencia y a las posibilidades del estilo de vida. Ed. Zaratamo/Creative Commons CC0 1.0

Carmona está de acuerdo. “Que quien sufre vea que hay posibilidades, diferentes posibilidades, para paliar su padecimiento. Y ya no me refiero a lo que pretende suicidarse. Que aunque el dolor no llegue a ese nivel, quien se sienta mal tenga más puertas y más caminos para pedir ayuda, además de la de los servicios sanitarios”.

Así, en el libro Malestamos, los autores proponen cuatro ejes que ayudan a vivir mejor: la igualdad; las infraestructuras sociales que permiten otras formas de relacionarse entre sí; la promoción del arraigo, la no necesidad de desplazarse a domicilio o lugar de trabajo en el intervalo de tiempo; y, por último, la eliminación de la distribución sexual del trabajo para evitar que el cuidado sea fuente de atracción.

Carmona ha subrayado que “aunque los pilares del discurso hegemónico son el individuo, la economía y la producción, todos tenemos ejemplos que impiden este discurso, todos. Todos somos cuidados en algún ámbito o cuidamos a alguien, o conocemos a alguien que cuida a alguien. Por lo tanto, si bien el discurso hegemónico es éste, en la práctica nos oponemos a él en diferentes espacios. Por lo tanto, parte de la solución está en la identificación de estos espacios y la reivindicación de las relaciones de guarda entre nosotros. Porque existen y tienen un valor enorme”.

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