La alternancia de flores no es sólo un capricho de la naturaleza, ya que las plantas se adaptan al clima y el clima cambia mucho con la altura. Cuanto más arriba, más frío hace, por lo que la floración se retrasa en las montañas altas. Aproximadamente, por cada doscientos metros que se elevan, la temperatura baja un grado. Además, la intensidad de la radiación ultravioleta que llega, el riesgo de nieve y la fuerza del viento aumentan con la altura y el suelo se empobrece.
Además de las alturas, otros factores relacionados con el clima influyen en su floración: la orientación al sol, es decir, si el lugar es soleado o sombrío; la cercanía o lejanía del mar; la presencia de torrentes, arroyos o ríos en su entorno; el fenómeno de la inversión térmica...
Dado que las condiciones cambian tanto según el lugar, no es de extrañar que en los Pirineos la variedad floral sea tan grande. El Sur-Sur y el Este de los Pirineos presentan características mediterráneas, mientras que el Atlántico presenta emisiones nor-occidentales. Por último, los montes altos se consideran boreoalpes, ya que presentan características de los Alpes y las latitudes norte. Así, según la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) y WWF, es uno de los lugares con mayor biodiversidad del mundo, superior a los Alpes, por ejemplo.
Así, se han identificado aproximadamente 3.500 especies, de las que 180 son endémicas, es decir, sólo viven en los Pirineos. Algunas también se extienden a las cadenas montañosas occidentales, por lo que son endemismos pirenco-cántabros. Ejemplo de ello son las especies Iris latifolia, Aquilegia pyrenaica y Lilium pyrenaicum.
Esta riqueza se debe a la situación geográfica de la cadena montañosa, a su orografía y a su historia geológica. Por ejemplo, hay algunas flores del Terciario. Son muy especiales, ya que en aquella época el clima europeo era tropical. Al cambiar el clima, la mayoría de las plantas de la época desaparecieron, pero en el Pirineo algunas han sobrevivido, entre otras, la singular Borderea pyrenaica.
Sin embargo, la alternancia de las fases glaciares e interglaciares del Cuaternario ha sido la que más ha influido en las flores de los Pirineos. La cadena montañosa es una auténtica muralla entre la península y el continente, con la consiguiente pérdida de especies. Pero el retroceso del hielo ayudó a la flora a migrar de norte a sur y de sur a norte.
Por ejemplo, durante la glaciación, la flora de las latitudes norte se extendió hacia el sur, lo que ha permitido que en la actualidad existan plantas boreales en los Pirineos, como el herbáceo Salix. En la fase interglacial las migraciones también se produjeron en sentido transversal. Así, por el sur de Asia, atravesando los Cárpatos y los Alpes, llegaron plantas como el Leontopodium alpinum. Es un símbolo de las montañas altas, no se le llama en vano la flor de nieve. Esta flor blanca está cubierta de pelos que la protegen de la radiación ultravioleta y de las heladas, lo que le permite florecer también en picos de más de 3.000 metros.
Está claro que los factores ambientales (clima, irradiación...) tienen una gran influencia en la flora pirenaica. Pero la presión humana tampoco es despreciable. De hecho, la función de las flores es, en general, la de atraer insectos, ya que con su ayuda la vegetación tiene más posibilidades de reproducción. Sin embargo, además de los insectos, la flor atrae a las personas, y debido al exceso de recogida y a los daños directos o indirectos causados por otras actividades, algunas plantas se encuentran en peligro de extinción.
Uno de ellos es el Cypripedium calceolus. Es una orquídea con una flor con un pétalo en la parte inferior, amarillo intenso, con dos manchas púrpuras y en forma de bolsa. Da y es una trampa para insectos, la única orquídea europea que tiene un label que funciona como trampa. Los insectos entran en el label atraídos por la apariencia y allí se ven obligados a pasar por un canal. A la entrada del canal dejan el polen que pueden traer de otra flor y al salir se les pega el polen de esa flor. Después, pueden llevar la polen a otra flor.
Esta forma de reproducción es muy especializada y singular, por lo que es una flor de alto valor. Además, no está muy extendida: Se puede encontrar en Norteamérica, Europa y Asia, pero se está perdiendo en muchos lugares. Por ejemplo, en Bélgica y Luxemburgo ha desaparecido y en Gran Bretaña sólo quedan unos pocos ejemplares salvajes. En los Pirineos, sólo se encuentra en unos pocos lugares de 1.200-1.600 metros de altura, en la campa, en el hayedo o en algún bosque junto al río.
Ahora en peligro de extinción. Según el catálogo del Ministerio de Medio Ambiente español, con respecto a los datos del siglo XIX, la pérdida es muy acusada y se encuentra en una situación crítica. De hecho, las poblaciones están aisladas y no hay demasiados ejemplares en cada una de ellas. Las principales causas de pérdida son la concentración, la presión del ganado, la alteración del hábitat y la construcción de infraestructuras.
Los responsables españoles y franceses ya han puesto en marcha medidas de protección y recuperación, tanto en España como en Francia. Pero Cypripedium calceolus no es la única planta en peligro. En el pasado, las actividades humanas, especialmente la ganadería, han ejercido una fuerte presión sobre la flora pirenaica. A pesar de que en la actualidad muchas de estas actividades se encuentran en declive, han surgido nuevas: turismo, embalses, esquí, urbanizaciones, aparcamientos y carreteras... Todos ellos están provocando la desaparición de las plantas y sus hábitats.
Además de todo esto, el cambio climático también ha despertado preocupación entre los científicos. El biólogo José Luis Benito, experto en la flora de los Pirineos, ha demostrado que algunas flores salen ahora a más de cien años. Esto puede deberse a un aumento de la temperatura y, según él, puede seguir la tendencia, "pero está claro que cuando lleguen a la cima no podrán subir más".