XVII. En el primer tercio del siglo XX hemos visto dos grandes nombres: Kepler y Galileo. Los pasos dados en aquella época impulsaron la ciencia por caminos sin retorno. Lo que en 1630 no era más que un esfuerzo, se materializaría en breve, es decir, se publicaron las leyes para expresar matemáticamente el funcionamiento del universo (como algo completo o sus partes), combinando cosmología y física.
La dinámica de Galileo, con la que el movimiento, eje de la nueva física, supondría la comprensión mecánica del cosmo en sí mismo. Entre otras cosas, la responsabilidad recayó en un científico, Newton. El mundo se convertiría en una máquina de relojes. Pero para que esto sucediera había que hacer una revolución (la revolución científica) y en ese trabajo nos aparecen otros dos grandes nombres: René Descartes y Francis Bacon.
En aquella época, XVII. A principios del siglo XX, el capital acumulado en el ambiente de navegación se utilizaba en manufacturas. El capitalista instaló en una sola fábrica a trabajadores de los distintos departamentos anteriormente dispersos, dando comienzo a la división del trabajo. El producto obtenido no era el resultado de una persona como antes, sino de un grupo. La productividad aumentó, se hicieron mejores herramientas y, de paso, más especiales, perdiéndose importancia la destreza manual que antes era muy apreciada.
El proceso productivo se dividió y cada uno de los niveles de esta cadena podía ser realizado por casi cualquier persona. Bacon y Descartes conocieron ese ambiente de cambio. Ambos rechazaban la concepción especulativa de la ciencia y del saber, defendiendo que la ciencia debía estar al servicio del hombre. La ciencia, entre otras cosas, debía aligerar la carga de trabajo convirtiendo al hombre en el jefe de la Naturaleza.
Como consecuencia de este cambio en el mundo de la obra, Bacon y Descartes vieron la necesidad de una colaboración entre distintos sabios. Por eso se relacionaron con Mersenne, Huygens, Beeckmann y otros.
Las nuevas concepciones de la ciencia y la filosofía chocaron con el saber oficial de la época, el silogismo, el genio personal y el argumento de autoridad. Cuando estos dos hombres agitaron el estéril aparato silogístico de los escolásticos, marginados en las universidades, se convirtió en una barrera para el desarrollo de la sociedad en la que se estaban perforando toda la concepción de la ciencia y la filosofía, y con ella una visión del mundo. La burguesía necesitaba el apoyo de la ciencia experimental para fortalecerse a sí misma (Bacon) y sus bases claras y comprensivas (Descartes).
En aquel ambiente, ¿cómo fueron las relaciones de estos dos hombres con la Iglesia? Bacon tuvo más suerte que Descartes. Él hizo su trabajo en Inglaterra, donde estaban llevando a cabo la reforma religiosa. Descartes, por su parte, se encontraba en Francia y tuvo que sufrir los fuertes ataques de la Iglesia. A pesar de los esfuerzos realizados para demostrar la existencia de Dios a través de la razón y fundamentar la metafísica en la física, lo denunciaron como ateo e incluyeron sus obras en el Index. Bacon reivindicó en voz alta la diferencia entre el descubrimiento de la naturaleza y el de Dios y, aunque impulsó el desarrollo del primero, afirmaba que la verdad de Dios debía aceptarse sin crítica alguna como aparece en la Biblia.
Descartes, por su parte, afirmaba que había dos sustancias que no tienen nada que ver entre sí: una material (res extensa) y otra espiritual (res cogitans). Gracias a ello, desde entonces los científicos podían realizar sus primeras obras sin apenas barreras religiosas, siempre y cuando no entraran en el ámbito religioso. A pesar de sus ventajas, también tenía una parte negativa, es decir, las obras de Descartes generaron el problema de dividir el mundo en dos niveles: el material y el espiritual.
La confrontación de estos dos niveles provocó la creación de un tipo de hombre que todavía existe en el mundo de la ciencia: un científico que cree no participar en los problemas religiosos ni en los políticos.
Francis Bacon nació el 22 de enero de 1561 en York House, junto a Londres. Hijo de buena familia, estudió en el Trinity College de Cambridge. Más tarde se trasladó a Gray’s Inn para estudiar Derecho y antes de terminar viajó dos años y medio. Durante sus estudios conoció a París, Blois, Poitiers... explorando museos y bibliotecas. De vuelta a Inglaterra, tras los estudios de Derecho trabajó como abogado y fue nombrado parlamentario. Sin embargo, y aunque su oficio era el otro, se sumergió en el mundo del saber y en 1605 escribió dos libros bajo el nombre de Of the proficience of Advancement of Learning.
Mientras en la primera se habla de la ventaja que tiene el saber para los reyes y los políticos, en la segunda se trata de los errores de la sabiduría de la época y de cómo los dirigió. Luego, cuando estaba en la cima de su actividad política, escribió el libro titulado Instauratio Magna. El trabajo debía tener seis apartados, pero el único que se publicó fue el segundo, Novum Organum. En 1621 por denuncia fue expulsado de todos sus cargos. Retirado a su casa de Gorhambury, se dedicó a investigar y escribir.
Este hombre ha sido muy discutido. Debemos reconocer que no era un científico experimental. Es inútil buscar alguna ley o teorema que lleve su nombre y es cierto que también queda fuera de los grandes logros de la ciencia de su tiempo. Por ejemplo, Copérnico, Kepler o Galileo desconocía o descartaba obras. Cuando se acercaba a una ciencia determinada o a otra, tenía una actitud anterior a Galileo. Entonces, ¿cuál es el resultado de este hombre? Nos indicó claramente su objetivo: Dar servicio a la Humanidad con luz nueva sobre la naturaleza.
Y cumplió perfectamente este objetivo convirtiéndose en defensor de la nueva ciencia y reivindicando el criterio de la función de la ciencia que hoy todos reconocemos, es decir, que el objetivo de la ciencia no es encontrar verdades metafísicas sobre la naturaleza de las cosas, sino conseguir caminos que aumenten y potencien el poder humano sobre la naturaleza. Para ello se enfrentó a varias opiniones vigentes en su día. Pensemos en el XVI. A finales del siglo XX en Inglaterra el conocimiento oficial era también escolástico y eso era una filosofía conservadora. En Bacon, en su contra y contra Aristóteles, conocido como el sofista miserable, se enfrentó con fuerza. Rechazó la filosofía contemplativa y afirmó que los resultados prácticos de la filosofía natural no sólo servían para el bienestar del hombre, sino también para garantizar la verdad.
Después de que Bacon descubriera que los que hacían inventos y descubrimientos eran artesanos, en la mayoría de los casos eran escasos, pobres y limitados. Pensó que el camino para mejorar esta situación era la unión entre la industria y la ciencia. La visión corta de los artesanos se podía mejorar a través de la ciencia, es decir, de la teoría. Para ello había que reorganizar completamente la ciencia y consideraba que el mejor camino era hacer una enciclopedia sobre la naturaleza y las artes.
Pero para un solo amigo era imposible. Harían falta muchos hombres y de diferentes países. Por ello, su Instauratio Magna, al que antes hemos referido, lo dedicó al rey Jakob I. En su día no consiguió aquel sueño, pero años más tarde, concretamente en 1662, se puso en marcha en Londres la Royal Society (en parte) para hacer realidad las ideas de Bacon. Por lo tanto, debemos decir que Bacon abrió el camino sin cultivar la propia ciencia.
Siguiendo este camino, el otro nombre que hemos mencionado anteriormente ha sido René Descartes (1596-1650). Nació en La Haye-en-Touraine. Era de buena familia y estudió en los jesuitas, pero su trabajo más prolífico lo hizo durante veinte años en Holanda. Descartes puso los cimientos de la filosofía crítica moderna y abrió algunas nuevas vías matemáticas útiles para las ciencias físicas.
En muchas de las ideas que se aceptaban en el ámbito de la filosofía sin discutir en aquella época, implícitamente introducidas sin contrastar, había muchísimos avances que él hizo públicos. Él quería construir una teoría nueva desde la base. La esencia de esta teoría no sería otra que la conciencia humana y la experiencia, que pretendía desde la creación mental de la idea de Dios hasta la observación y experimentación en el mundo físico.
En el campo de las matemáticas, Descartes dio un gran paso. Desarrollando las ideas existentes en hindúes antiguos, griegos y árabes, adaptó a la geometría procesos algebraicos. Hasta que lo hizo, para resolver cualquier problema geométrico había que utilizar una habilidad especial. Descartes inventó el concepto de coordenadas. Por lo tanto, una vez tomados dos ejes coordenados (x e y), podemos expresar la posición de un punto (en el plano) mediante dos números y mediante sus fórmulas muchas figuras geométricas (recta, elipse, parábola, etc.) podemos expresar. Si se dispone de fórmula, los problemas geométricos podían plantearse mediante ecuaciones algebraicas y una vez resueltas se pueden leer los resultados de forma geométrica. De esta forma se consiguió la solución de muchos problemas todavía inresolubles.
Descartes reveló la importancia del concepto que hoy conocemos como energía como obra de una fuerza. Al fin y al cabo, pensaba que la física era un conjunto de mecanismos y que el cuerpo humano sería uno de ellos. En aquella época Harvey aceptó lo dicho sobre la circulación de la sangre (que decía que circulaba por las venas y arterias) y en el debate que se suscitó se mostró a favor de ello. Sin embargo, a su juicio, la causa de la circulación no era el latido del corazón.
En su opinión, la causa del funcionamiento de la máquina humana estaba en el calor que se producía en el corazón mediante procesos naturales. Por eso, el alma racional y el cuerpo que gobierna para mantenerle vivo eran dos realidades completamente diferentes. Así pues, y como hemos dicho antes, Descartes es es el primer pensador a favor de todo el dualismo y estableció una fuerte frontera entre el alma y el cuerpo o entre la mente y la materia.
Descartes trató de investigar fenómenos para mejorar los principios que se conocían sobre la mecánica terrestre y parece que en este punto, aunque su actitud filosófica fundamental era la otra, se basaba en las ideas greco-escolásticas de la antítesis. Enfrentó al mundo de la materia con el del espíritu. Los espíritus son personales y discontinuos. Por tanto, la materia será impersonal y continua: su esencia debe tener extensión. El universo físico debe formar algo cerrado y lleno, no hay ningún espacio vacío.
La única manera de hacer que un cuerpo se mueva en este mundo es el contacto que puede tener con otro, y eso ocurre en circuitos cerrados; no hay ningún vacío para pasar por allí. De aquí, Descartes extrajo la teoría de los remolinos que se producen en un éter totalmente espacioso y no divisible. Así pues, como una pajita flotando en el agua atrae hacia su centro al remolino de agua, la Tierra atrae la piedra que cae sobre ella o los planetas atraen sus satélites. Mientras tanto la Tierra y los planetas se arrastran alrededor del Sol en otro remolino mayor.
Años después, Newton demostró que los turbulentos de Descartes no se ajustaban a las observaciones, pero en su día logró una gran fama. Limitar el terrible problema de la amasada a leyes dinámicas fue un intento valiente que, desde esta perspectiva, propuso la historia de la pensamiento científico. De hecho, consideró el universo físico como una gran máquina y, por tanto, su funcionamiento podía expresarse matemáticamente. Para los contemporáneos de Descartes sus remolinos eran mucho más comprensibles, ya que el movimiento se transmitía a través del contacto y no a través de fuerzas que, según Galileo, distanciaban.
Según la teoría de Descartes, inicialmente Dios dio movimiento al universo y luego lo abandonó por sí mismo, aunque se desplazó por su voluntad. El universo que Descartes nos indica es más material que espiritual y más indiferente que teológico. Dios ha pasado de ser Bien Total a ser Primera Causa.
Descartes, según Galileo, pensaba que las cualidades primarias (con predominio de la extensión) son realidades matemáticas y que las otras cualidades no son más que las transposiciones de las que perciben nuestros sentidos. Sin embargo, en su opinión, la misma mentalidad es tan real como la materia. Así, Descartes llegó al dualismo: en un extremo se encuentra el mundo de los cuerpos y en el otro el del pensamiento: rex extensa rex frente a cogitans. La materia en sí, está totalmente muerta y su actividad no es más que el movimiento que Dios le dio al principio. De hecho, Descartes en un extremo de su dualismo es un mero materialista, ya que considera que las fracciones de la materia no tienen ninguna lógica de vida.
Este dualismo nos plantea el problema de la relación entre dos cantidades que al parecer no tienen nada que ver, la inteligencia y la materia. En un mundo expandido y material, ¿cómo puede influir una inteligencia inculta e inmaterial? ¿Cómo pueden producir sensaciones inmateriales? Descartes decía al respecto: Porque Dios formó las cosas así.
El sentido de Descartes se extendió a todos los ámbitos del conocimiento: filosofía, psicología, metodología, astronomía, mecánica, matemáticas, óptica, etc. En algunos ámbitos, como las matemáticas, sus ideas se han mantenido firmes. En otras ocasiones, nos ha enseñado que los futuros eran culpables. Sin embargo, Descartes, junto con Bacon, es el precursor de una nueva metodología que guiaría la nueva ciencia.