agosto de 1983. Entre los días 26 y 27 no dejó de llover, se produjo una lluvia intensa, con unas 500 l/m 2 de precipitaciones en Bilbao. Pocos olvidarán estas terribles imágenes: muchos ríos inundaron las calles y plazas y el agua y el barro llegaron a la primera vida de las casas. Cuando el agua bajó, la situación se resalta: los coches se encontraban muy pequeños y concentrados en los bordes de las calles; troncos, embarcaciones y todo tipo de trastos, entre ellos los cuerpos.
Más de treinta personas murieron en esas inundaciones. Pérdidas económicas 200.000 millones de pesetas (1.200 millones de euros). La catástrofe azotó especialmente a Bilbao, pero otros muchos pueblos quedaron en una situación lamentable: Llodio, Bermeo, Bakio, Galdakao, Bergara...
Veintidós años después, apenas quedan restos de esta inundación, los más jóvenes ni siquiera van a recordar, pero el peligro sigue existiendo. Con la dramática puesta no se arregla nada, pero hay que aceptar: En Euskal Herria tenemos bastante inundaciones. Y no es de extrañar, los pueblos se encuentran en las márgenes de los ríos, y ocasionalmente llueve sobre exceso, el río se desborda del cauce y ocupa terrenos próximos, a menudo urbanizados.
Es el caso de los desastres en los que un suceso natural daña al ser humano. En el mejor de los casos, sólo habrá daños económicos y en el peor de los casos, miles de muertos.
Los países ricos se ven claramente más perjudicados económicamente que los pobres por los desastres. No es de extrañar, ya que el patrimonio dañable es más abundante: edificios, carreteras, puentes... Pero en proporción mucho mayor es el daño que sufren los países pobres y se quedan en una situación más grave. De hecho, los daños representan una media del 13% del producto interior bruto, frente al 2% de los ricos.
Según los expertos, si un país sufre daños superiores al 10% del producto interior bruto, difícilmente avanzará por sí mismo. Por ejemplo, Managua todavía no ha salido del agujero, parece que los daños producidos por el terremoto de 1972 fueron demasiado graves. Al otro lado se puede poner Bilbao, que está revitalizado, superando la inundación de 1983.
La mayor parte de los desastres se producen en los países empobrecidos, que en gran medida son los pobres, y son los que más mueren. La lista negra de desastres está encabezada por una inundación ocurrida en China en 1887, en la que se estima que la inundación mató directamente a 900.000 personas y seis millones indirectamente. En esta lista también han pasado por países ricos, como Estados Unidos y Japón, pero es una minoría.
Por definición, el desastre es un hecho natural que ha perjudicado al ser humano. Y este hecho, bien sea un terremoto o una lluvia intensa, no puede evitarse, pero en general se pueden tomar medidas para minimizar los daños. Para ello es necesario aplicar el conocimiento y la tecnología actual. Pero las medidas sencillas también son efectivas, como la educación.
Ramón Ortiz del CSIC aseguró que la educación reduciría en un 25% el número de heridos y muertos en terremotos y, en general, reduciría a la mitad las víctimas de catástrofes. Es muy importante que todos los ciudadanos sepan qué hacer ante una situación de riesgo que pueda provocar una catástrofe.
Y es que a la naturaleza se le debe respeto, porque cuando se enfada se da cuenta de lo pequeño y lo inútil que es el ser humano. Los desastres más graves se producen por la pérdida de respeto a la naturaleza en caso de riesgo de catástrofe, como ocurre en 1980 con el volcán St. Helens.
El pico St. Helens del estado de Washington comenzó a estragar, la mayor amenaza de desastre, y a los pocos días comenzó a derramarse el magma, pero de forma bastante distendida. Por supuesto, las casas y pueblos de la zona fueron desalojados, pero nadie se asustó, sino que el espectáculo atrajo a la gente.
Pasado un mes sin que se produjera nada grave, pensaron que no habría explosión. Para entonces se estaba ampliando una ladera del monte, señal de una explosión lateral, pero no fue interpretada correctamente por los expertos, que trabajaban en los volcanes de Hawai, donde no se produce ninguna explosión lateral.
Pues bien, el norte del volcán estalló con una enorme fuerza: provocó el mayor desprendimiento jamás visto, y la brisa quemada que salió cubrió toda la zona (hasta 30 kilómetros del volcán). Más de cincuenta muertos, algunos de ellos en zona ‘segura’.
Existen diferentes tipos de medidas para minimizar los daños por catástrofe. Ya se ha mencionado la educación, pero también es necesario una adecuada ordenación del territorio. En nuestro planeta todos los días se producen terremotos, erupciones volcánicas, lluvias, sequías… la solución más sencilla sería no vivir en los terrenos donde se producen. Pero eso ya no va a ser posible.
Tokio, por ejemplo, se encuentra en un lugar muy peligroso en cuanto a los terremotos, donde confluyen tres placas tectónicas. Desde 1920 no ha habido grandes terremotos en la capital japonesa, pero se producirá antes o después, y en Tokio viven unos treinta millones de personas. Treinta millones de personas acumuladas en uno de los lugares más peligrosos del planeta. Esto tiene una difícil solución si no es por la vía de la tecnología y la educación, con edificios que no van a caer en los terremotos, pero que no se puede evitar.
En este sentido, al menos, debería evitarse la construcción en los lugares de mayor riesgo del territorio en el que vivimos. Para ello se realizan mapas de riesgo. En estos mapas aparecen las zonas con mayor riesgo de desprendimiento o inundación, o las consecuencias que puede tener la actividad de un volcán: qué ocurrirá si el calor provocado por la subida del magma interno se derretiera la nieve de la cima, o qué camino hará si sale la lava, por ejemplo.
Con los mapas de riesgo se averigua dónde ocurrirá el desastre —todo bien, el desastre no será un mero hecho natural—. Pero hay otra pregunta a la cabeza: ¿cuándo? Es decir, ¿cuándo se producirá ese riesgo de catástrofe? Pues seguro que no se puede saber. Las relacionadas con el tiempo (nevadas, lluvias torrenciales, tornados, tormentas...), bueno, pero las relacionadas con la actividad dentro de la Tierra (terremotos, volcanes, tsunamis...), ni de lejos. Un volcán puede pasar años corriendo y volver a dormir sin explosiones.
Muchas veces, por eso, uno olvida que está en peligro, porque se pasa demasiado tiempo de una catástrofe a otra para la vida del hombre en la actualidad. Al principio las imágenes del desastre son muy frescas en la mente, y el miedo pasado, pero cuatro años son suficientes para olvidar un suceso así. La enfermedad llegará antes o después; si no la olvidamos, medio mal.
La primavera de este año los desastres fueron protagonistas en dos conferencias. En las Jornadas Naturales de Tolosa, Ramón Ortiz explicó cómo un suceso en la naturaleza se convierte en un desastre, mientras que en la Biblioteca Bidebarrieta de Bilbao, Antonio Cendrero, giró en torno a una pregunta: ¿los peligros de la naturaleza son catástrofes o la gestión es catastrófica?
Tuvimos la oportunidad de estar con estos dos expertos y entre otras muchas cosas nos contaron:
“Es muy difícil hacer predicciones de catástrofes. Tomemos Teide. Esto lo diré en voz baja, pero en Tenerife tenemos un problema desde 2001: Teide está despertando el volcán. Es posible que vuelva a dormir, es decir, que se detenga su actividad actual. La actividad tectónica que ha despertado puede paralizarse. Pero también podemos tener una erupción que puede ser tranquila (efusiva, basálica) o tener una erupción explosiva.
Otra opción es que se inicie con una erupción basáltica y después se produzca la explosión. Eso ya ha ocurrido en Tenerife. También puede ocurrir un colapso, ya que el alto de Teide es muy alto y muy inestable. Un terremoto puede provocar un suceso así.
Pues todo esto es un árbol predictivo. Tenemos varias opciones y tenemos que saber la probabilidad de que ocurra cada una de ellas y ahí está la cuestión. A medida que los expertos van recogiendo datos, algunas opciones se refuerzan y otras se descartan. Lo anterior es un árbol de predicciones simplificado, pero en la realidad se tienen en cuenta muchos más factores”.
“Hay un dato muy interesante: si nos fijamos en lo que ha ocurrido en el mundo entre 1950 y 2000, la población es 2,3 veces mayor, el consumo de energía también se ha multiplicado por cuatro, el producto interior bruto es siete veces mayor (por lo que somos más eficientes: producimos más por persona y unidad de energía), la cantidad de desastres ha crecido hasta 9 veces y los daños económicos provocados por los desastres todavía más: Son 25 veces mayores.
Esto significa que somos más amigos y tenemos más bienes que se pueden dañar, es lógico que los daños sean mayores. Pero deberían ser 7 veces mayores y no 25. Dicho de otro modo, hoy en día gestionamos mucho mejor la economía, pero mucho peor los desastres.
Y aunque en los últimos 50 años hemos mejorado el conocimiento científico y la capacidad técnica, nuestro funcionamiento como sociedad es lamentable. Ese conocimiento y la capacidad no se utilizan o, mejor dicho, cada vez se utilizan peor”.