Del laboratorio al frente de guerra

Jauregi, Mariaje

Elhuyar Fundazioa

La guerra ha pasado de estar sólo en manos de los militares a estar en manos de físicos, químicos y biólogos, que se han convertido en auténticos estrategas de la actualidad. Tanto los gases paralizantes como los alucinógenos, como las toxinas como los virus deben situarse entre las armas modernas.

A finales del pasado mes de marzo (no se puede dar fecha concreta, ya que diferentes fuentes dan otras fechas), miles de personas heridas y miles de personas murieron tras sufrir terribles sufrimientos. La aviación iraquí utilizó armas químicas en esta región de Kurdistán ocupada por Irán. Durante esos días se cayeron otras bombas a los pueblos rurales de Dojail, Khormal y Anap, en la zona de Halabja.

Aunque está claro que la agresión fue por gases, no se sabe exactamente qué gas fue. Sin embargo, parece que entre otros, la iperita fue la principal. El 80% de las personas indefensas agredidas por este gas son asfixiadas. También produce alteraciones oftalmológicas, quemaduras cutáneas y heridas pulmonares. Por otra parte, parece que los fallecidos en pocos minutos murieron por la acción de otro agente tóxico. Sin embargo, este es un campo de dudas.

Abundancia de armas químicas

Estos sucesos han llevado a las armas químicas a la primera categoría de la actualidad. Sin embargo, la historia de estos productos tóxicos no ha comenzado. Empezó en la guerra de 1.914-1.918 y se quedará como el primer conflaco de gran tamaño en la historia. En 1915 el viento se dirigía hacia las tropas rusas situadas en el frente polaco y los soldados alemanes abrieron grandes cilindros de cloro. Estos productos fueron utilizados por los alemanes por primera vez en julio de 1.917, en el sector flamenco de Ypres, de ahí su nombre al iperito.

Sesenta años después la iperita es cabeza de lista de armas químicas. En cuanto a la eficiencia, otros productos se han adelantado.

Por lo general, las armas químicas se pueden clasificar en dos grupos: unos son agentes letales (destinados a la muerte del enemigo) y otros agentes incapacitantes (que dejan fuera de una confusión a los individuos sin morir).

Estos agentes incapacitantes tienen efectos psicotrópicos (alucinaciones, pesadillas), irritantes (gases antidisturbios, a menudo halogenados (la molécula tiene un átomo de cloro o bromo), que afectan a las terminaciones nerviosas, especialmente al nivel de mucosa. Tienen un efecto lacrimógeno (bromoacetato de etilo, cloroacetofenona, bromoacetona) o son agentes de estornudo y/o tos (arsinas, cloroartsinas) que pueden contener paralizantes (con efectos provisionales sobre las funciones motrizas y sin secuelas), entre otros.

Los incapacitantes buscan, por tanto, expulsar o defender al enemigo del conflicto, provocando alteraciones cerebrales o enfermedades físicas. Se han distribuido en incapacitantes físicos y psicotropos en función de su incidencia física o psíquica. Entre los psicotropos se encuentran la mescalina, la silocivina, el agua, los derivados de la guindilla y los derivados del ácido lisérgico (LSD). Son muy activos en pequeñas dosis: alteran el razonamiento, paralizan la voluntad, provocan situaciones depresivas o provocan alucinaciones. Entre los incapacitantes físicos se encuentran la apomorfina (produce náuseas y vómitos), el decametonio (baja la tensión arterial), el asiento (que da sueño), la trépera (tiene efectos similares a la enfermedad de Parkinson), etc. destacados.

Gas de aroma iperita o mostaza

La iperita vesicante diseminada por los kurdistán se encuentra entre los que atacan la piel creando vesículas o ampollas. En 1.886 el químico alemán Meyer realizó una comunicación sobre la síntesis de un producto de gran efecto abricador. Esta síntesis se obtenía a partir del sulfuro de alil derivado del gas clorhídrico (HCl), bis(2-cloroetil). Aunque los alemanes llamaron sustancia de ataque LOST, los ingleses le llamaron mostaza gas haciendo referencia al olor. Sin embargo, se ha dicho que actualmente se conoce como iperita.

Este “gas” es en realidad líquido (con punto de ebullición a 215ºC), en forma de aceite, que se solidifica por debajo de 10ºC. Se esparce en forma de gotas pequeñas o nubes y en 1-12 horas después del contacto con la piel, produce eritemas terribles y pruritos graves. También produce edemas, úlceras y necrosis tanto en la piel como en las vías respiratorias. Las personas agredidas también sufren una fuerte conjuntivitis aguda que puede provocar tos y deslumbramiento. Estos elementos de efecto vesicante pueden provocar incluso la muerte (se estima que entre 4 y 5 g son suficientes para matar a una persona de tamaño medio).

De momento no existe ninguna terapéutica eficaz contra las lesiones cutáneas producidas por el Iperito. Mediante una solución básica (lejía) sólo es posible eliminar el exceso de producto, esterilizar la herida y aliviar el dolor. El proceso de abricación por Iperita sigue siendo desconocido. Se cree que afecta a ciertos grupos de proteínas y por lo tanto se alteran las enzimas proteicas y los ácidos nucleoproteicos. En consecuencia, el bloqueo respiratorio y la paralización de la mitosis (división celular) producen efectos similares a los de las radiaciones ionizantes.

En el mejor de los casos se necesitan dos o tres semanas para cicatrizar las heridas, a excepción de las de los ojos que se curan muy lentamente.

Ante la contaminación química los soldados disponen de tres minutos para tomar una medicación urgente mediante jeringuillas.

La ingestión de gas de mostaza o de alimentos contaminados por este gas es rara vez mortal, provocando náuseas y vómitos en la mayoría de los casos.

Por otro lado, lo que hace que la iperita sea especialmente mala es su sostenibilidad. La pequeña cantidad es muy estable en el agua; especialmente cuando la pluviometría es débil (como en el caso de Kurdistán), puede quedar adherida al suelo y a los objetos durante una docena de años. La descontaminación es difícil, ya que las partículas del gas de mostaza no reaccionan con el agua, salvo en el intervalo básico o oxidante (hipoclorito sódico, lejía). En consecuencia, cualquier zona afectada por este tóxico se hace inaccesible durante mucho tiempo.

El disfraz no es suficiente contra el ataque de Iperitaje, es necesario un traje impermeable que cubra todo el cuerpo. Sólo algunos equipos especiales entrenados para la guerra química tienen este apoyo. Por lo tanto, bombardear con ese veneno a civiles equipados y no avisados es buscar el hekatonbea.

Pero la iperita no es la única. Junto a él hay otros abricadores como la tricloroetilamina y la lewisita. Sin embargo, ambas son poco utilizadas, ya que la primera no es muy estable y la segunda es conocida como el antídoto eficaz, BAL (British Anti-Lewisite).

Los incapacitantes, por tanto, no tienen capacidad de matar (salvo por accidente o dosis mal calculadas). Parece, por tanto, que además del iperito, los iraquí utilizaron algún otro producto.

Gases de la muerte

Entre los gases letales se encuentran los hemotóxicos y los neurotóxicos. Entre los hemotóxicos más conocidos se encuentran el ácido cianhídrico (HCN) y el cloruro de cianógeno (ClCN). Estos dos productos son inhibidores de la citocromo oxidasa, es decir, de la enzima que transfiere el oxígeno que llevan los glóbulos rojos a las células. Su efecto es rápido y total; si no hay antídotos (tiosulfato, nitrito sódico), son suficientes 60 miligramos para morir. El efecto de este tóxico puede ser similar al del óxido de carbono (II), que ocupa el lugar del oxígeno en la hemoglobina. Son especialmente peligrosos cuando se inhalan hemotóxicos. Para evitar su impacto se necesitan disfraces especiales.

Sin embargo, dos productos presentan dificultades de uso: el ácido cianhídrico es muy volátil y es muy difícil crear concentraciones efectivas y persistentes. El cloruro de cianógeno, por su parte, a pesar de ser más pesado que el aire, es fácilmente detectable debido al efecto lacrimógeno y asfixiante.

Influencia del arma química en la población civil. Guerra de Iran-Irak.

Parece, por tanto, que no pertenecen a este grupo los gases utilizados en Halabja y alrededores. Según los expertos, una vez vistas las imágenes se puede sospechar la utilización de algún neurotóxico. bila1.937 el químico alemán Gerard Schrader descubrió las primeras letatas neurotóxicas mientras investigaba insecticidas organofosforados.

Los neurotóxicos, por tanto, son elementos organofosforados que se encuentran en la mayoría de los pesticidas e insecticidas. Los más conocidos son el Premio, el Tabun, el Soman y VX. Estos productos actúan a nivel neuro-muscular. Inactivan la enzima colinesterasa que ayuda a todos los impulsos del cerebro, bloqueando el impulso nervioso. En pocos minutos se pierde la coordinación sensorial, se aumenta la secreción salival, se producen vómitos, calambres, alteraciones visuales y convulsiones y finalmente puede producirse la muerte por asfixia.

Todos estos neurotóxicos son líquidos de muy baja volatilidad que se extienden en forma de gotas o nubes. Son activos tanto por inhalación como por vía cutánea.

Gases aún más venenosos

Hay que decir, por otra parte, que en este campo se están realizando numerosas investigaciones, pero no tanto para encontrar antídotos, sino para encontrar productos más eficientes que los anteriores. Así fue como los americanos descubrieron el agente “VX” entre los agentes “V”, que es 100 veces más fuerte que el galardón conocido anteriormente.

Siguiendo estas investigaciones, los EEUU encontraron armas binarias punteras en la actualidad. Estas armas están formadas por dos productos separados que no causan ningún daño. Cuando se tira el tiro, el choque o la explosión crea una especie de cóctel con un tóxico aterrador. Desde el punto de vista militar la influencia de estas armas es doble: por un lado son mucho más fáciles de manejar y por otro, impiden conocer el tamaño del stock de armas químicas. Desde el 16 de diciembre de 1.987, el programa “binario” del Pentágono cuenta con la luz verde del Congreso americano y de los aliados de la OTAN.

Sin embargo, la eficacia de las armas químicas no se mide sólo por su toxicidad y facilidad de uso. Desde la perspectiva militar se busca que destruya al mismo tiempo al enemigo. Por lo tanto, es necesario conocer de inmediato cuáles son los productos químicos que van a ser atacados tras la alerta. La detección tiene, por tanto, una gran importancia ante el ataque químico. Así, en Francia, por ejemplo, se proyecta la construcción de una central de alarma totalmente perfeccionada (DETADIS détection a distance o detección remota) para 1991-1992. Estos aparatos funcionan basándose en los mismos principios que el radar: en lugar de emitir y recibir ondas electromagnéticas, emitirá rayos infrarrojos y su diferente longitud informará a los militares de la naturaleza de los compuestos del aire.

La guerra química en manos de cualquiera

Para tener armas químicas, los países no tienen por qué tener tecnología punta. El cloro, el fosgeno o el ácido cianhídrico son necesarios tanto en la industria química como en otros sectores. Su fabricación no requiere instalaciones complejas ni personal científico o técnico con alta cualificación. Estos productos pasan inmediatamente de lo civil a lo militar. El ditioglicol utilizado por la industria farmacéutica para la obtención de nuevos medicamentos, proporciona iperita por reacción al ácido clorhídrico; la dimetilamina utilizada en los productos agroquímicos sirve para la fabricación de tabú; el fluoruro potásico (utilizado en la industria farmacéutica y electrónica o para la fabricación de grabados de vidrio y pasta de dientes) puede ser también militar; puede producirse otro gas neurotóxico, la sarina.

Estos “gases baratos”, por tanto, no tienen ninguna dificultad para producir y son una gran ayuda en la sustitución de fusiles de espalda por armas químicas en el ámbito militar.

Biología Mortuoria

Otra parte de estas armas de laboratorio son las armas biológicas. La organización mundial de la salud ha definido estas armas como: “Es cualquier sustancia que reproduce en el organismo vivo que le atacan y provoca la enfermedad o muerte de la víctima”.

Las armas también se pueden construir en el laboratorio.

Estas armas estaban formadas principalmente por bacterias hacia 1965, que fueron sustituidas por virus cinco años después. Y hay razón para ello: debido al avance de la ingeniería genética, permite producir virus con total seguridad (antes había riesgo de contagio) y además las infecciones por virus debilitan más al organismo que las bacterianas. Las infecciones bacterianas, por su parte, se cortan inmediatamente con antibióticos.

En el arsenal vírico, la figura más destacable es el agente del botulismo, cuyo material genético se construye fácilmente a través de la abundante bacteria Escherichia coli en la flora intestinal.

También pueden utilizarse algunas toxinas segregadas por algunos animales, plantas o bacterias. Por ejemplo, las toxinas del veneno de serpiente atacan simultáneamente al sistema muscular y neurológico. Son toxinas de origen biológico pero de estructura química. Por lo tanto, se pueden fabricar por procedimientos químicos y no son reproductivos. La toxina ofrece ventajas desde el punto de vista militar frente a otros microorganismos biológicos: Fácil producción, manejo y stock.

También hay que tener en cuenta la eficacia, la conservabilidad, la recargabilidad o no de las armas biológicas y su adecuada diseminación. Los microorganismos no son el único factor a tener en cuenta, sino la reacción del huésped. Por ejemplo, un individuo afectado por la gripe puede enfermar y el otro no. Conocer en detalle los efectos sobre la población de esta fiebre, marga, plaga, tifus o agentes patógenos vivos de la brucelosis no es tarea fácil ni predecir cómo evolucionará estas virulencias de agentes patógenos a lo largo del tiempo. Es necesario conocer los efectos secundarios y la durabilidad exacta de la transmisión epidemiológica del agente.

En 1.94, los británicos realizaron una desgraciada experiencia en la pequeña isla escocesa de Gruinard. Eran sesiones de guerra biológica y el ejército inglés lanzó miles de esporas del bacilo de carbón. Es una bacteria que produce infecciones cutáneas, pulmonares y del aparato digestivo y puede causar la muerte sin tratamiento. Pero en el experimento se olvidaron de algo muy importante: los cambios meteorológicos les convirtieron en grandes resistencias para decenas de años de bacilos. Resultado: Desde 1.943 la isleta se encuentra aislada y aún debe permanecer así durante años.

Por lo tanto, está claro que las dificultades de estimación del uso de armas biológicas hacen que estas armas sean aún más peligrosas.

El arsenal para esta guerra por plagas y enfermedades es muy barato y es muy fácil de fabricar. Además, las agresiones biológicas son muy difíciles de detectar, ya que no se aprecia claramente si se trata de un ataque y de una plaga o epidemia natural.

Por si fuera poco, también es posible destruir toda la agricultura y la ganadería de extensos parajes terrestres mediante plagas o enfermedades bien seleccionadas. En consecuencia, además de las enfermedades, habría que hacer frente al hambre.

La guerra moderna, por tanto, se escribe con la letra NBK, nuclear, biológica y química. Como se ha hablado más de la primera, aquí hemos querido dar algunas pinceladas sobre las otras dos.

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