Si en la anterior afirmábamos que el agua es el corazón de los alimentos, en esta ocasión los hidratos de carbono, además de ser los ingredientes más abundantes en la Naturaleza, son la fuente de energía más abundante del cuerpo. Aunque estos están estructurados con átomos de carbono, hidrógeno y oxígeno, por su cantidad y tipo de unión, se forman distintos hidratos de carbono.
Para clasificarlos desde el punto de vista del alimento, vamos a hacer dos grupos: los útiles, es decir, los que nuestro cuerpo puede utilizar para extraer energía y los que no lo son. La estructura de estas últimas hace que el cuerpo no pueda extraer energía de ellas, por lo que sólo las utiliza para limpiar el cuerpo. De ellos hablaremos la próxima vez.
Entre los disponibles hay que distinguir otros dos subgrupos: los básicos, los llamados azúcares en el lenguaje común y los carbohidratos complejos.
Las básicas son la glucosa, la fructosa, la galactosa, la sacarosa (azúcar común), etc. Sus características generales son las mismas: dulces, solubles en agua y fácilmente absorbibles en el intestino.
Aprovecha los cuerpos como los obtiene de los alimentos sin apenas transformaciones. Como consecuencia, los niveles de glucosa en sangre (glucemia) aumentan en cuanto se come. Son ricos en hidratos de carbono los alimentos dulces (galletas, mermelada, dulce de membrillo, chocolate, dulces…) y las frutas.
Los complejos, a pesar de que se forman a lo largo de la cadena de los básicos, no son dulces y en las lisericas las enzimas deben romperse para poder absorber. La absorción suele ser mucho más lenta, por lo que la glucemia sube poco a poco. Las principales fuentes son la patata, el arroz, las legumbres, los cereales, el pan y la pasta.
Por último, si quieres seguir una dieta equilibrada, tienes que conseguir entre el 50 y el 60% de la energía que necesitas cada día, a partir de los carbohidratos, pero en la siguiente proporción: 10% de las básicas y el resto, 40-50% de las complejas.