Poner esas treinta y tres toneladas en su lugar tampoco fue un reto. El ingeniero José María Elosegi se encargó de ello. Chillida pidió un helicóptero en la embajada americana para transportar las piezas, pero se negó. Entonces, Elosegi construyó un puente de 80 metros de altura sobre las rocas. A través de este puente, Elosegi trasladó cada pieza a su lugar y las fijó bien en la roca. Desde entonces se encuentra el Peine del Viento, que mantiene firmemente los batidos y los enfados del mar.
Parece que no tenían miedo al mar. De hecho, como si estuvieran esperando el valor que el tiempo otorga a las obras de arte, el año pasado se inauguró oficialmente el Peine del Viento. En el marco de la celebración del 30 aniversario, a iniciativa del museo Chillida-Leku, se inauguró sin ningún tipo de acto oficial en su día.
Y entre las actividades de este aniversario, la tecnología se ha puesto de nuevo al servicio de la escultura. Durante estos treinta años Inasmet-Tecnalia ha realizado un estudio sobre la duración y el estado de las piezas de acero de la escultura. El investigador de este centro tecnológico, Ángel María Irisarri, nos ha contado los detalles de este estudio, que ha recogido en el recientemente publicado Estado Actual de Conservación del Peine del Viento.
La ubicación de la escultura es muy hermosa, pero sus condiciones son muy exigentes: el viento, la lluvia, pero sobre todo la influencia del mar, tanto física como química. En las temporadas el mar golpea con fuerza y en el resto está siempre rodeado de salpicaduras y cresales. Y si la humedad es enemiga de muchos materiales, no digamos la humedad salada. "A un acero común le atacaría la sal", dice Irisarri.
Por ello, teniendo en cuenta estas condiciones y el tiempo transcurrido, era conveniente conocer el estado del material para poder aplicar a tiempo algún remedio adecuado en caso de peligro para la escultura.
Así, los investigadores de Inasmet-Tecnalia comenzaron el pasado mes de enero a analizar la situación del material escultórico. Lo primero a tener en cuenta era la técnica que se podía utilizar para el diagnóstico de la escultura. De hecho, "en los estudios con metales, lo más habitual es tomar una muestra y analizarla. Sin embargo, en este caso, esta muestra se destruye. En el caso del peine del viento, por supuesto, no podíamos destruir la escultura y para ello era necesario utilizar una técnica no destructiva", explica el Sr. Irisarri.
Las réplicas metalográficas permiten detectar heterogeneidades y defectos superficiales, así como los cambios en la microestructura del material. Esta técnica estudia la topografía de una superficie. Para ello es necesario colocar una sustancia adecuada sobre la superficie que se desea estudiar, presionándola bien, obteniendo un relieve superficial negativo. Tras el estudio microscópico de este relieve se puede obtener información sobre fracturas por fatiga y daños por corrosión.
El límite más importante de esta técnica es que sólo analiza la superficie, por lo que no informa de la microestructura interna del material. Sin embargo, la mayoría de los ataques de corrosión y fracturas por fatiga se producen en la periferia de la pieza, por lo que la técnica es útil para detectar los daños producidos por estos fenómenos. "En el caso del peine del viento, el riesgo principal son los ataques de corrosión provocados por las condiciones ambientales, que, aunque luego pueden penetrar en el interior, comienzan en el exterior", afirma Irisarri.
El primer paso para la aplicación de la técnica de réplicas metalográficas en el peine del viento fue la eliminación de la capa externa de óxido en una pequeña superficie para dejar el acero a la vista. Esta obra fue realizada con mucho cuidado para causar el menor daño posible a la escultura. También se almacenó el óxido retirado en este proceso para su posterior análisis en laboratorio.
Una vez que el acero se ha dejado a la vista, el siguiente paso fue pulir bien con lijas y polvo de diamante. La superficie analizada es de 50x30 mm, y al cabo de una semana vieron nuevamente recubierta de óxido, al igual que el resto de la escultura. "Si no sabes dónde lo hicimos, no lo verás", dice Irisarri. Por tanto, se puede afirmar que el daño causado a la escultura es nulo.
El proceso de pulido es crítico y es imprescindible hacerlo bien, ya que si se dejan irregularidades, las réplicas se recogerán con precisión. Y esto dificulta mucho la observación, incluso es posible que se hagan interpretaciones erróneas. Por ello, es conveniente asegurar que este proceso se ha realizado correctamente. Para ello, tras la aplicación y secado de un reactivo que resalte la microestructura del material, se puede realizar una primera observación in situ mediante un pequeño microscopio. De esta forma se valora si el proceso de pulido y el trabajo realizado por el reactivo son adecuados o si es necesario realizar de nuevo el proceso.
Asegurando que la superficie de réplica se encontraba en condiciones adecuadas, el siguiente paso fue pegar la réplica. Las réplicas son unas hojas de acetato de celulosa. Una vez disuelta la superficie de esta hoja con acetona, se coloca sobre la superficie que se desea analizar y espera a que la acetona se evapore. Este paso también es necesario realizarlo con gran precisión, ya que si al pegar la hoja quedara cualquier pequeño pliegue dificultaría mucho la observación de la microestructura. Finalmente, la hoja se despega y se coloca en un porta para su posterior observación en el microscopio óptico y electrónico.
Por otra parte, no se encontraron manchas negruzcas propias de entornos industriales, ni colores amarillentos provocados por los óxidos de azufre. Así, aunque las condiciones del emplazamiento de la escultura son, por un lado, duras, se puede decir que es un lugar apropiado desde el punto de vista de la contaminación, ya que "sería peor estar en un medio contaminado, ya que a partir de los óxidos de azufre que salen de las chimeneas se genera ácido sulfúrico, y eso sí, eso sí, comería acero", afirma Irisarri.
Pero no hay ese problema, y en lo que se refiere a la mayor amenaza de la zona, la corrosión, parece que la escultura de Chillida aguanta bien. En las réplicas metalográficas se observa que la microestructura no ha sufrido modificaciones. Para ello ha sido imprescindible comparar con una parte del material original que guardaba Lenbur. Esta comparación ha permitido comprobar que el material se encuentra igual que el día de su creación, con una microestructura sana.
"Estábamos bastante convencidos de que no habría problemas, pero en todo caso nos preocupaba lo que llamamos corrosión bajo tensión", explica Irisarri. Es una corrosión que entra en el interior del material, "es muy peligrosa, no se ve por fuera y puede romper el material". Pero a través de la réplica han visto que no hay ese problema y que el material está en buen estado.
El cloruro de agua de mar y cresal es el que más puede dañar al acero, pero una vez analizada la capa de óxido, se observa que aunque el cloruro es abundante en el exterior, apenas penetra en el interior, por lo que no afecta al material. Esta capa de óxido es la que protege el material.
La aleación preparada por Patricio Etxeberria contiene gran cantidad de fósforo, cobre, níquel y cromo, lo que permite la formación de óxido continuo y muy compacto. El óxido de hierro, por ejemplo, cubre perfectamente todo el material, pero es poroso y frágil y la corrosión que entra por las grietas avanza rápidamente. En el acero Reco, por su parte, "la capa de óxido no es del todo impermeable, pero es muy difícil de atravesar", afirma Irisarri, "por lo que consideramos que la corrosión será cada vez más lenta".
"El fósforo es generalmente malo para el acero, porque hace más frágil, pero es bueno para protegerlo de la corrosión, y lo más importante es el cobre, es muy bueno para protegerlo de la atmósfera marina". Por otra parte, se trata de una aleación muy baja en carbono, lo que le permitió dar estas formas sinuosas. El acero con más carbono, como el acero corten, tiene mayor resistencia mecánica y sólo se pueden fabricar planchas.
Por otro lado, es importante no estar en contacto directo con el agua: "se moja con agua de mar, pero la lluvia la limpia y el sol seca, lo que provoca una buena capa de óxido". Si estuviese impregnada constantemente, sería otra cosa, entonces la corrosión avanzaría. Eso es lo que ha ocurrido en el estadio Aloha de Hawai que ahora tienen que resolver. El acero se ha deteriorado en una zona permanentemente mojada. El ciclo de secado de mojado es muy importante para conseguir una buena protección de óxido.
Irisarri no tiene dudas: "El material fue muy bien seleccionado". Por un lado, la composición es adecuada para adoptar las formas requeridas por la escultura y, al mismo tiempo, protegerse de la corrosión. Pero, además, el color rojizo que le da el óxido viene bien con el medio. "El acero inoxidable también hubiera sido una buena opción desde el punto de vista de la conservación, pero su tono metálico no hubiera coincidido con el paisaje". Y va más allá, "por la importancia que ha tenido el hierro en la historia de Euskal Herria, es un material bien seleccionado".
En palabras de Chillida, además del viento que admira y el homenaje a San Sebastián, el Peine del Viento es una pregunta de futuro. Y el investigador de Inasmet-Tecnalia también se ha atrevido a hablar del futuro: "si no hay tsunami, la escultura durará mucho". Parece, por tanto, que a partir de ahora, y durante muchos años, el peine de acero del viento resistirá sin problemas los ataques del mar y la salinidad del cresal.