A la esperanza le han abierto una ventana...
Así lo decía hace unos años la conocida canción que cantaba el grupo Oskarbi, compuesta por una bella poesía escrita por el fraile franciscano Bitoriano Gandiaga. Y eso es lo que hoy podemos decir de la nueva vacuna contra la malaria.
Pero pensando que entre los lectores habrá más de un despistado, para que me cuente las cosas desde el principio. El problema es que la vacuna contra la malaria comercializada por el investigador colombiano Patarroyo ha despertado una gran esperanza en el tratamiento de esta enfermedad (y por eso hemos tomado la “licencia poética” para el título).
He dicho una nueva vacuna, y hay que reconocer que no es tan nueva en sí misma, ya que en 1988 finalizó muchos años de trabajo en el Instituto Inmunológico de Santafé de Bogotá con un amplio equipo de investigadores liderados por Manuel Patarroyo. La vacuna, bautizada con el nombre técnico SPf66, cuenta con grandes y muy importantes novedades. Y ello por tres motivos:
Pero, junto a la innovación, esta vacuna ha generado dudas y dudas entre científicos de todo el mundo. Según el profesor Patarroyo, nacido en un país sin tradición científica alguna, con una metodología completamente nueva y abordando el principal problema de salud que padecía el Tercer Mundo, creó un cierto ambiente de recelo entre los científicos que no consideraban que en un principio la vacuna fuera efectiva.
Sin embargo, los ensayos clínicos realizados en el sur de Tantzania (zona en la que se registra la mayor incidencia de malaria en todo el mundo) han cambiado de opinión. Y es que, aunque el índice de eficiencia alcanzado por la vacuna (31%) no puede considerarse muy amplio, si lo comparamos con las vacunas convencionales, la vacuna SPf66 ha supuesto un avance histórico en la lucha contra una de las enfermedades que mayor matanza genera en el mundo.
La transmisión de malaria sigue teniendo lugar en 103 países (según los últimos datos epidemiológicos) y la población de estos territorios supera los 2.000 millones de personas. Cada año se producen entre 300 y 400 millones y entre 1 y 3,5 millones de muertes, la mayor parte de ellas en África entre los niños del sur del Sahara. A partir de los resultados obtenidos en el ensayo, la vacuna evitaría uno de cada tres casos y, si se probaran otros estudios, un tercio de las muertes.
Los primeros ensayos de la vacuna se realizaron en diferentes zonas de Sudamérica, con una eficacia del 45-65%. Sin embargo, era necesario confirmar la efectividad de la vacuna también en zonas de mayor endemicidad. Por ello, obtuvieron la autorización de ensayo en la población del sur de Tantzania. Se estima que en esta zona cada persona recibe más de 300 picaduras infectantes al año.
En esta investigación, seleccionados de forma aleatoria, a doble ciego y utilizando un grupo de control controlado con placebo, se utilizaron 586 niños de entre 1 y 5 años. De ellas, 274 niños recibieron las 3 dosis de la vacuna, mientras que otras 312 recibieron placebo. Este estudio, realizado entre julio de 1992 y julio de 1993, además de demostrar que tras un año de seguimiento la incidencia de enfermedades clínicas disminuía en un 31%, demostró que la vacuna tenía una inmunogenicidad alta y unos efectos secundarios muy bajos, siendo el único efecto destacable en el lugar de la inyección (y sólo en el 1-6% de los casos) la inflamación. También es interesante señalar que uno de los niños vacunados durante la investigación sólo murió uno de ellos, habiendo fallecido 5 de los que tomaron el placebo. Por tanto, se pudo demostrar que la vacuna es segura, inmunogénica y en parte protectora en una zona donde la transmisión de la enfermedad es extremadamente alta.
La inmunidad que se consigue con la vacuna sólo protege a un tercio de los niños, es un fracaso para algunos científicos. Pero, según el médico Tore Godal, jefe del programa de enfermedades tropicales de la OMS, “es de gran importancia haber demostrado que se puede conseguir protección contra un parásito tan rápido como el Plasmodium.”
El propio profesor Patarroyo ha señalado que la OMS iniciará en 1995 la incorporación de amplios grupos de personas en los países con mayor tasa de transmisión de enfermedades. Y uno de los puntos que se quiere conocer es si la vacuna afecta a la mortalidad de la enfermedad, aspecto que hasta ahora apenas se ha investigado. En cualquier caso, no se puede descartar una vacuna que evitaría que una de cada 3 personas agreda la malaria y que una de cada 3 muera por esa misma razón, evitando así más de un millón de muertes al año.
Por el momento, según lo visto en los estudios, se puede decir que la efectividad de la vacuna se mantiene durante al menos 3 años, ya que todavía no han finalizado los estudios planteados para 5 años. En caso de necesidad de reinserción, con otra dosis de recuerdo a los 3 años de la primera vacunación, la persona quedaría inmunizada a otros 3 años.
Por otro lado, la vacuna obtenida con síntesis clínica supone un precio muy bajo. En este sentido, uno de los requisitos que el profesor Patarroyo planteó para poner su vacuna a disposición de la OMS partía de ahí: Que el precio total de las 3 dosis no supere las 40 pesetas (2 libras). De este modo, los países del Tercer Mundo podrían utilizar la vacuna. Otras vacunas que se están investigando en la actualidad serían mucho más útiles para personas que viajan a zonas endémicas como pasajeros o turistas. De hecho, la vacuna SPf66 se ha creado para los habitantes del Tercer Mundo, que son precisamente los que más lo necesitan.
Aunque todo lo anterior abre las puertas a la esperanza, no hay que olvidar que la investigación no ha sido capaz de resolver dudas sobre la inmunización.
De momento es muy pronto para responder a todas estas preguntas. En cualquier caso, el trabajo que acaba de publicar la prestigiosa revista “The Lancet” sobre este estudio valora muy positivamente el realizado por el investigador colombiano Manuel Patarroyo. Geroa dirá, repitiendo las palabras de Bitoriano Gandiaga para “ver si vive” o “si ha salido un olor de desilusión por la ventana”.