Von Frisch lo encuentra perfectamente y más tarde Wolfgan H. Kirchner y William F. Towne ha explicado con más detalle sus investigaciones que las abejas comunican al resto de personas los lugares de interés que han encontrado con sus ‘temblores’. Sin embargo, lo que hay en estos lugares es que se lo indiquen de otra manera: dándoles a la boca el néctar o el agua que traigan de allí y haciéndoles saborear, en el caso de los líquidos, y enseñándoles o aromatizando el polen o el propóleo, en el caso de las aportaciones sólidas. Sin embargo, el premio Nobel de Austria dejó un punto completamente indiferente que yo quería tocar aquí.
Además de los productos utilitarios directos mencionados anteriormente, las abejas se suministran otra información más conceptual, aunque a menudo se utiliza de forma espontánea: cuál es el lugar más adecuado para la ubicación del nuevo bebé.
El etólogo austriaco estudió y explicó que, una vez que el yerno ha salido, queda colgado de una senda arbórea de la que parten unas abejas exploradoras en busca de un nuevo lugar para la colonia. Sabemos que el alemán Martin Lindauer y, sobre todo, Thomas D. Según el estudio realizado por la estadounidense Seeley, las abejas utilizan una serie de parámetros para medir la idoneidad del nuevo emplazamiento: capacidad interior, anchura de la entrada, altura, actitud y orientación y, probablemente, también la naturaleza del lugar (roca, madera...). Así, una vez que se encuentran algunos lugares fertilizantes, los exploradores vuelven al grupo de abejas para comunicarlos, bailando con más intensidad y entusiasmo cuanto más favorable sea la situación del lugar, para concienciar a los demás de las excelentes características de la nueva residencia. Al final, atraída por el entusiasmo de los exploradores, cada vez son más las abejas que empiezan a imitar su ‘danza de vibración’, y aprovechando el ángulo así indicado, todo el criado sale a él para fundar allí la nueva colonia.
En este caso, cuando el yerno ya ha salido de la antigua colmena, se ha separado de ella y colgado del ábside de un árbol, es evidente la necesidad urgente de sus abejas: encontrar el lugar de residencia. Por tanto, está claro, simplemente, qué información quieren transmitir estos exploradores que no llevan miel, agua, polen o propóleo. Este es el caso que han estudiado todos los investigadores hasta ahora, es decir, cómo los exploradores, una vez que el yerno ya ha salido, trasladan la información de las nuevas áreas residenciales al grupo de abejas y la difunden en ellas entre otras abejas. Y todos dicen que las abejas también utilizan el mismo baile que utilizan para avisar de otros productos (miel, polen, agua...).
El lector me perdonará que, al tratar un tema tan serio, una mujer vizcaína del pueblo de Gorozika, que hace muchos años me contó una anécdota curiosa, me meto aquí, porque al fin y al cabo tiene que ver con esto: “Un día en el caserío vivían un matrimonio con sus hijos. Hace tiempo que no funcionaban bien y, para reducir los gastos, decidieron no beber vino durante las comidas. Además, pensaron que la mejor medida para ello era la de prohibir el nombre del vino en esa casa, por lo que quedaron en ello, que a partir de entonces nadie de la casa podía citar el nombre de la bebida prohibida. Di y sé. Así permanecieron varias semanas, pero días después, la mesa de la casa estaba cada vez más triste sin mamas dulces. Al final, después de un mes y medio, al mediodía, la señora de la casa, a lombriz, dijo una vez que la alubia, acompañada de un vaso lleno de agua, comía: “Ay, qué bien parece el uno del otro” Y nada más oírlo, el hombre, al parecer aficionado al bertso, respondió con el siguiente texto: “¡Que va a buscarlo con la botella!” Y a esto, aunque no se haya pronunciado el nombre del fruta prohibida, a partir de aquella comida tuvieron la oportunidad de memorizar lo que todos sabían”.
De alguna manera, a las abejas les pasa lo mismo cuando hacen un bebé. La principal y urgente necesidad de este contexto, como era el vino en la mesa de aquel caserío, es encontrar una nueva residencia entre las abejas del yerno, por lo que la información que aportan los exploradores no puede ser más que eso, como aquellas menciones indirectas del matrimonio, expresaban claramente la bebida favorita de todos.
Sin embargo, a veces los exploradores adelantan su trabajo y, una semana antes de que salga el termómetro de la colmena, buscan un lugar. De hecho, todos los apicultores hemos tenido alguna vez esa experiencia, al ver a unas abejas exploradoras limpiando las colmenas vacías de nuestro colmenar, precursoras de todo el crono que llegaba unos días después.
Esta formación previa, lógicamente, cambia radicalmente el sentido de la comunicación, ya que debe servir para expresar en abstracto algo que necesitarán unos días después, sin un mensaje de urgencia inmediata y súbita. Esta previsión que muestran las abejas por una cosa que tiene un uso diferido o retrasado en el tiempo, que es muy rara en el caso de los animales, nos denuncia por sí misma el grado de ‘inteligencia’ de estos insectos o, si lo prefieren, la complejidad de sus operaciones mentales.
En cualquier caso, dejando al margen el campo de la psicología animal, la pregunta que me preocupa en esta ocasión sería cómo se solucionan las abejas exploradoras que han encontrado un nuevo lugar, entre los mensajes de la miel, el agua, las polen u otros exploradores que han encontrado el propóleo, para comunicarles que su lugar es ‘donde vivir’. Hay que tener en cuenta que esta comunicación con el resto de las abejas no se realiza únicamente a última hora, es decir, cuando el primero que ha encontrado el lugar elegido ha sabido atraer a otras personas para que, junto con él, comiencen a realizar las tareas de limpieza y acondicionamiento del lugar antes de atraer al resto. ¿Pero cómo consigue ese primer explorador comunicar a los demás lo que ha descubierto?
En el caso de la polen, la miel, el agua o el propóleo, está a la vista que, además del ángulo y la distancia de acceso (indicado con la frecuencia de vibración), el objeto a encontrar o buscar se señala claramente, dándole a degustar, oler o exhibiéndolo físicamente. Pero esto no se puede hacer cuando hablamos de un lugar, porque no parece que traigan muestras visibles o extravagantes de ese lugar. Esto, además, en muchos casos sería imposible, mientras que los troncos vacíos o colmenas abandonadas que anteriormente habían ocupado otras abejas pueden tener un cierto “olor a cera”, ya que en otros casos el lugar se encuentra completamente limpio y sin los signos o olores anteriores. Por otro lado, hasta el momento nadie ha probado que las abejas, sin ningún otro soporte físico, pueden traer consigo “olores vacíos”. Y sin embargo, sin duda, saben expresar bien y por separado ese mensaje concreto, sin confundirlo con otros mensajes posteriores. ¿Qué les dice, por tanto, a las abejas de la colmena, que lo que quieren comunicar estos exploradores es ‘lugar’ y no, por ejemplo, ‘campo de flores’?
Al igual que ocurre en las novelas de Sherlock Holmes, cuando todos los posibles culpables han sido relegados con lógica, el sospechoso que queda sin cubierta o justificación, a pesar de ser el más atípico para ser asesinado, tiene que ser necesariamente un asesino en exclusiva. Y aquí también deberíamos actuar, con experimentación empírica, porque, en mi opinión, nos resulta imposible demostrarlo, porque las abejas que van a buscar un lugar tienen que vivir en colmenas superpobladas —de lo contrario no buscarían nuevos lugares— y en este tipo de colmenas no es posible, en mi opinión, investigar en detalle las relaciones de las abejas exploradoras marcadas con otras abejas, que se pierden entre mil insectas en el conjunto de la colonia. Por lo tanto, en caso de no poder hacerlo, y como hipótesis, me gustaría sugerir una solución lógica, aunque sepamos que la lógica y la realidad no siempre coinciden.
Seguramente esta solución se debe a mi deformación profesional. Quienes de oficio o devoción estudiamos las lenguas utilizamos la palabra morfema para modificar sintácticamente el significado de las palabras, para expresar los elementos más pequeños que contiene. En euskera, los morfemas son letras, sobre todo sufijos, es decir, fracciones que se colocan junto a una palabra o raíz. Por ejemplo, en las formas presentes del verbo jakin, sabe - sobre la base -t, -k, -n, -gu, -zu, -zue, -te se añaden, sé, sabe, sabemos, sabéis, saben, saben, para crear formas personales. Pero hay una que es la forma verbal de la tercera persona del singular, que no tiene ninguna marca, ya que para distinguir entre ocho cosas basta con marcar siete, que no lleva señal, porque es precisamente la propia falta de marca la que marca. Esto se conoce como marca cero (ø) y en la práctica tiene el mismo valor diferencial que el resto de marcas positivas.
El fenómeno que se produce en las abejas es, en mi opinión, que la información local, representada por el ángulo y la distancia, que la señalan mediante la danza, no lleva consigo estímulos adicionales de sabor, olor o visión, sólo significa: ‘el lugar en sí’, es decir, la ‘ubicación pura’, y la ausencia de añadidos organolépticos —en este caso las marcas cero—, hace hincapié en el carácter topográfico especial del mensaje para interpretarlo como ‘residencia’.
Sé, en cierta medida, que esta solución le parecerá a alguien como una de las soluciones de Fernando de Amezketa. En definitiva, lo que aquí se propone era algo ya conocido: el mensaje de las abejas está articulado en dos partes: a) el lugar (representado por la danza) y b) el que se encuentra en ese lugar (recogido con el olfato gustativo). Esto nos puede hacer pensar que cuando no hay segunda parte, gracias a la primera, al menos el lugar queda expresado espontáneamente y automáticamente, pero no nos engañemos por la polivalencia del significado de lugar.
De hecho, la danza de las abejas revela algo ‘dónde’, pero no explica qué es lo que hay ahí. En este caso, sin embargo, lo que realmente entienden los insectos es el ‘lugar en el que se encuentra’, el ‘residencia’. Por otro lado, hay que tener en cuenta que las abejas, a lo largo de su vida, transmiten casi todos los días los conceptos de ‘néctar’, ‘miel’, ‘agua’, ‘polen’ o ‘propoli’, pero no tienen que indicar el concepto de ‘residencia’ una vez al año, por lo que es lógico sospechar que ese significado también deberá estar especialmente codificado para evitar malentendidos en un mensaje tan importante. Por lo tanto, dado que en muchos mensajes cotidianos se acostumbra a recibir el suplemento de sabor o olor junto a la ubicación siempre y sin excepción alguna, en estos casos excepcionales y particulares, se podría decir que no se recogiera ese segundo complemento, una señal inusual, una marca inesperada y llamativa, que se sabe que ahí se encuentra un ‘posible alojamiento’.
Como he dicho antes, no pienso que la realización de experimentos para comprobar esta sospecha pueda ser sencilla en algún momento, ya que las abejas exploradoras que buscan un lugar no aportan ningún tipo de aporte material a la cara, pero esta solución que he presentado tiene, al menos, una ventaja evidente a su favor de la economía de recursos. En cualquier caso, es posible que alguien que en algún momento tuviera más imaginación y medios que yo pueda demostrar este problema. Con lo que estamos esperando el futuro.