El biólogo Arturo Elosegi Irurtia inició la sesión con un reconocimiento: “Cuando hablan de economía me siento un idiota”. De hecho, uno de los significados de la palabra idiota es “aquella persona que, siendo evidente para los demás, no entiende lo que sucede o lo que le explican”. Y al parecer eso es lo que le ocurre a Elosegi, porque las evidencias que conoce anulan los mantras sobre economía: el crecimiento económico es la solución a todos los problemas que tenemos; el mercado libre es la única vía; los mercados se autorregulan; las nuevas tecnologías solucionarán todos los problemas de hoy; es mejor no afrontar un problema hoy, porque en el futuro será más barato.
Según Elosegi, la crisis actual no es sanitaria, ni económica, sino ambiental. Recuerda que ya viene: “En 2017 más de 15.000 científicos de todo el mundo firmaron una advertencia dirigida a la humanidad. Era el segundo aviso. La primera fue publicada en 1992 en la cumbre del clima de Río. Se tomaron medidas pero no se solucionó nada y el segundo aviso es 25 años después. A pesar de que algo ha empezado a cambiar en ciertos aspectos, en general seguimos igual y el medio ambiente se ha convertido en un limitador, no para vivir bien, sino para vivir”.
Destaca que sus efectos son muy variados y pone como ejemplo lo ocurrido en Centroamérica con la pérdida de anfibios: “Ha habido una gran pérdida de anfibios que ha provocado la extensión de la malaria”. La malaria se transmite a través de mosquitos y los anfibios comen mosquitos. “Si se pierde biodiversidad aparecen enfermedades. Por tanto, cuidar el medio ambiente es cuidarnos”.
Esto se ha visto claramente con el covid-19. Junto a ello, Elosegi ha señalado que hemos construido una sociedad frágil. Por ejemplo, hace unos meses, un barco atasca el canal de Suez, un acontecimiento que puso en peligro el sistema económico mundial. “Esto demuestra que el sistema no es adecuado, que es conveniente cambiarlo”. Por otro lado, ha quedado patente la importancia del cuidado de los grupos más vulnerables y la dificultad de predecir el futuro. “Por eso, para el futuro, conviene tener un sistema flexible, adaptable”.
Otra consecuencia imprevista es que la sociedad está dispuesta a aceptar ciertos cambios de la noche a la mañana si las circunstancias lo obligan. Prueba de ello es la necesidad de usar máscaras, el estricto confinamiento del año pasado…
De todo ello, Elosegi ha sacado las siguientes asignaturas principales: no podemos seguir creciendo, no podemos intensificar nuestras actividades, el medio ambiente va a tener cada vez más importancia, en general, somos una sociedad rica y, por tanto, podemos cuidar nuestro sector primario, y las acciones actuales van a tener consecuencias a largo plazo. Tiene claro: “Los descendientes nos juzgarán en función del mundo que les hemos dejado”.
Mirene Begiristain Zubillaga tiró del hilo de Elosegi desde el punto de vista agroalimentario. De hecho, la agricultura tiene una incidencia directa en algunos de los principales factores relacionados con la emergencia climática: el uso del suelo y del agua, los flujos biogeoquímicos (nitrógeno, fósforo), la diversidad genética… También mencionó algunas consecuencias del cambio climático, como las que se observan en la seguridad alimentaria, la economía local, las grietas sociales (tanto locales como globales) y la salud social (como el covid-19).
En este contexto, Begiristain reivindica la necesidad de abordar la economía ecológica: “La economía es una ciencia social y nosotros establecemos la economía que queremos. Está en nuestras manos implantar una economía ecológica, es decir, una economía dentro de los límites ecológicos, evitando economías basadas en la deuda ecológica”.
También aporta algunos datos significativos sobre la situación actual, entre los que se encuentran la causa de la disminución de las emisiones procedentes de la agricultura y la producción de alimentos: “Es cierto que en las últimas décadas se ha producido un descenso, pero en gran medida es debido a la producción de los alimentos que consumimos aquí, no a la mejora de nuestro sistema. De hecho, el 90% de los alimentos provienen de fuera”.
Advirtió también que el medio rural se está vaciando. Cada vez hay menos agricultores, su renta es un 30% inferior a la media y cada vez son mayores de edad (58,1 años de media). “No hay relevo. Por otro lado, sólo el 38% de las explotaciones están en nombre de las mujeres y, en el caso de las personas dependientes, las mujeres son las que asumen este cuidado”, ha precisado.
Otros problemas son la concentración y artificialización de las tierras agrícolas, la injusta distribución de las subvenciones, el desequilibrio entre alimentos frescos y procesados, dónde se venden los alimentos y cuánto tiempo se le asigna a cocinar y alimentar, las enfermedades asociadas a la dieta…
Para explicar su esencia, Begiristain ha traído una imagen propuesta por la economía feminista: la imagen del iceberg. “Por encima del nivel del agua, se encuentran las mercancías y los servicios públicos incluidos en el producto interior bruto. Y subyace todo lo necesario para mantenerlo, imprescindible para vivir, pero que no se tiene en cuenta en la economía, es decir, todo lo que nos da la comunidad, el cuidado de los hogares y los sistemas naturales”. Quedan por debajo del nivel del agua, por tanto, vecindad, conservación, identidad, autoestima, bienes naturales y servicios naturales básicos…
Los monitores y compañeros han llevado el abeto de la economía feminista al sistema alimentario. En efecto, la mayoría de las veces se representa como un sistema de alimentación lineal: producción-consumo de distribución. Pero en realidad reproduce la opresión de la economía capitalista y, en este caso, en la cima del iceberg se encuentra el eslabón de la distribución.
Sin embargo, ha destacado que la economía es una ciencia social y que tiene soluciones. Podemos imaginar cuatro escenarios principales, según Begiristain. El primero es hacer de avestruz, seguir con esta economía neoliberal. El segundo es el acuerdo verde, en el que todavía se fija como objetivo el crecimiento económico. El tercero es el ecofeminismo, y el cuarto, dentro del convenio verde, plantea la necesidad de un decrecimiento.
Ante estos escenarios, ha reivindicado que tener una alimentación sana al alcance de todos es un derecho y que la clave no es el escenario elegido, sino cómo vamos a hacer la transformación. “Nosotros, para construir el sistema de alimentación del futuro, ponemos sobre la mesa una visión de la agroecología, dentro de la cual entendemos no sólo lo ecológico sino también lo económico, lo social y lo político-cultural”.
Recalca que la agroecología no es una reivindicación marginal, sino que ha sido reconocida por las principales organizaciones internacionales: Estudios de agricultura mundial dirigidos por la FAO, el IPCC, el IPBES, el Dictamen de Agroecología de la Comisión Europea y el Banco Mundial y la FAO (IAASTD). También destaca en el manifiesto por la economía ecológica de Euskal Herria tras el COVID-19.
“Desde el punto de vista de la agroecología, hemos analizado qué investigaciones e innovaciones debemos impulsar para que en 2030 exista un sistema alimentario sostenible. Este ejercicio ha contado con la participación de diferentes agentes del País Vasco y les preguntamos cuáles eran los retos. A través de una metodología compleja, hemos llegado a definir doce retos en cuatro dimensiones: gobernanza y empoderamiento de las comunidades; sostenibilidad del medio ambiente; alimentación, salud y bienestar; y modelos de producción, empleo e intercambio. Y esos doce retos están relacionados con los planes de acción”.
Destaca la visión sistémica y la transversalidad del medio ambiente. “Dentro de esto, proponemos trabajar las estrategias de alimentación de forma comarcal. Para ello hemos definido siete puntos: tierras, agua y suelos saludables; ecosistemas agrarios sanos y resilientes al clima; nuevos itinerarios de relevo; dietas para todos suficientes, saludables y sostenibles; criterios de compra pública (escuelas, residencias de ancianos, guarderías, bancos de alimentación, centros culturales…); redes locales de distribución más justas, cortas y transparentes; comercio, turismo y urbanismo al servicio del desarrollo sostenible; y, por último, poner al servicio de la gobernanza multinacional”.
Confirma que existen ejemplos y herramientas para cada uno de estos puntos. Para ello, ha considerado necesaria la colaboración entre los diferentes agentes y ha destacado una iniciativa conjunta con Argia: Llamamos la Tierra al pueblo.
Elosegi coincide con Begiristain en la necesidad de poner límites al crecimiento a todos los niveles y en que la ciudadanía también puede hacer mucho: “Los gobiernos tienen una gran influencia y siguen impulsando la agricultura industrial. Pero, aparte de los gobiernos, creo que la gente tiene mucho que decir. Cada uno de nosotros puede empezar a reducir nuestro consumo. Y no es volver a las cuevas: en muchos aspectos podemos vivir de forma similar reduciendo el consumo. Además, creo que es tarea de todos y todas, que las autoridades expliquen o expresen cómo queremos hacer las cosas y qué es lo que importa”.
Prueba de que las iniciativas surgidas desde el pueblo pueden ser efectivas, por ejemplo, el éxito del movimiento de apertura de ferias en el confinamiento del año pasado. El Sr. Begiristain reconoce que no es fácil articular iniciativas que agrupen a agentes tan diferentes, pero lo consiguieron. Y en otro orden de cosas, también se logró crear, consensuar y lanzar un manifiesto a favor de la economía ecológica de Euskal Herria tras el covid-19. Recientemente, un amplio grupo ha publicado el Libro Blanco del covid-19 con propuestas concretas para salir de la crisis.
“El salto viene de la reflexión individual al colectivo”, afirma Begiristain. “Vivimos en una sociedad muy fragmentada y necesitamos abrir y organizar para la innovación social”. El decrecimiento no supone una pérdida, sino un cambio cultural en el que se abordan los retos desde el punto de vista del cuidado y se interioriza la cultura de la distribución. “Y eso supone preguntar a la gente, es decir, el decrecimiento requiere que los procesos se pongan en marcha desde otra lógica. Preguntar es muy poderoso y las respuestas de abajo a arriba tienen mucha fuerza”.
En este sentido, Elosegi considera que el principal problema al plantear este tipo de preguntas es la falta de imaginación: “No nos atrevemos a imaginar un mundo diferente y las cosas que tenemos que hacer para conseguirlo. Voy a poner un ejemplo de mi área. El río Oria, hace 40 años, era irritable y la sociedad lo aceptaba porque era el pago de nuestro bienestar. Y se consideraban locos a quienes proponían soluciones para mejorar el estado de los ríos. Pero cuando la industrialización comenzó a cambiar y aparecieron los primeros peces, la sociedad comenzó a cambiar. Esto supone, a golpe, un cambio radical en la relación con la naturaleza. Hoy nadie aceptaría los niveles de contaminación que se aceptaban en Euskal Herria hace 50 años”.
La imaginación, por tanto, es clave para Elosegi: “En aquella época nadie imaginaba que el Oria pudiera estar limpio. Nos falta imaginación. Si nos imaginamos algo, tal vez nos atrevamos a buscar esa valentía”. Además de imaginación y valentía, Begiristain y Elosegi han puesto sobre la mesa propuestas concretas y abiertas. Hay, pues, por dónde empezar para tener un futuro mejor.
Consulta toda la charla en el canal de Youtube de Elhuyar: https://youtu.be/Wot TDQGSBtI